Gracy sintió la cálida mirada de Adolfo sobre ella. Al levantar los ojos, sintió que Mario desaparecía tan rápidamente de sus pensamientos como si no hubiera existido nunca.
él estaba tan cerca de ella que casi no podía ni respirar. Bajó de nuevo los ojos y los centró sobre la sensual boca de su protector y, sin poder evitarlo, sacó ligeramente la lengua para humedecerse los resecos labios. Nunca en toda su vida se había sentido tan desesperada, tan ansiosa por sentir los labios de un hombre sobre los suyos. El deseo era casi insoportable.
—No serán mis puños lo que tengas que temer de mí —murmuró Adolfo, de repente—. Yo soy mucho más imaginativo, aunque probablemente también más peligroso...
«Por favor, por favor, bésame. No me importa», pensó Gracy, sin poder evitarlo.
Entonces, e
