Cuando Adolfo Rinaldi oyó por fin que se abría la puerta del apartamento, sonrió levemente y se puso de pie.
Maria se iba a llevar una sorpresa.
Oyó una serie de carcajadas y un susurro urgente que procedía del recibidor, lo que le hizo fruncir el ceño.
Evidentemente, su prometida había acudido con una amiga.
Aquel era el problema con las sorpresas. Por su propia naturaleza, se podían volver contra uno. Debería haberla avisado que podría volver a Londres un día antes.
Tras dejar a un lado la fantasía de llevarse a María directamente a la cama para compartir una apasionada velada.
Adolfo atravesó el espacioso salón para anunciar su presencia y entablar una cortés conversación con las recién llegadas.
Sin embargo, el recibidor estaba vacío. Había un par de zapatos turquesas y unas mallas de raso n***o sobre la moqueta.
Adolfo volvió a fruncir el ceño, ya que sospechaba que su prometida volvía a estar ebria.
Mientras se preguntaba si iría a interrumpir un intercambio de intimidades entre amigas,
Adolfo se dirigió al dormitorio. Se había acercado con la intención de llamar a la puerta, pero no fue necesario.
Estaba abierta de par en par y lo que vio le pareció tan escandaloso, tan increíble, que la mano se le quedó helada al ir a realizar el gesto.
Medio desnuda, Maria estaba besando a... otra mujer, también
medio desnuda. paralizado en el umbral, las miró atónito, como si sus oscuros ojos se negaran a creer lo que estaban contemplando.
Empezó a decirse que estaban bebidas, que estaban tonteando... Tal vez se habían dado cuenta de que él estaba en el apartamento y estaban gastándole una broma de pésimo gusto.
Sin embargo, las dos mujeres estaban abrazadas y el sedoso cabello de María se mezclaba con los oscuros mechones de la otra mujer.
Cada vez que se tocaban, lo hacían con la inconfundible ansia de los amantes.
Durante un instante, Adolfo se sintió físicamente enfermo. Maria, su mujer, su amante, su futura esposa...
En aquel momento, María se echó hacia atrás, mientras emitía una profunda y sensual risa, con su hermoso rostro ruborizado por la excitación.
Fue entonces cuando las dos mujeres se dieron cuenta de que alguien las estaba contemplando desde la puerta.
Adolfo reconoció a la otra mujer. Se trataba de una tal Nadia. Era una de las amigas de María, otra modelo y también la compañera de otro hombre...
Durante una décima de segundo nadie se movió ni habló. Maria y
Nadia lo miraron, boquiabiertas. Entonces la morena lanzó un ahogado grito de horror y salió huyendo en dirección al cuarto de baño.
Tras dar un portazo,echó el pestillo.
—Cielos... qué susto me has dado... —susurró Maria, subiéndose el vestido para cubrirse los hombros desnudos. Tenía el rostro pálido y frío como
el mármol y sus maravillosos ojos verdes brillaban con una febril ansiedad
—.Por favor, no debes sacar una conclusión equivocada de lo que has visto, Adolfo...
—¿Una conclusión equivocada? —le espetó él, lleno de furia.
La incredulidad inicial había dejado paso a la rabia.
—Solo estábamos jugueteando. No seas tan conservador sobre...
Maria se fue acercando a él poco a poco, con las manos en tono suplicante. Adolfo no podía apartar los ojos de ella.
Maria Conte, la top-model famosa en el mundo entero, la mujer a la que adoraban las cámaras, la que llevaba un anillo de compromiso que Adolfo le había dado... Su belleza nórdica y unas interminables piernas la habían convertido en una leyenda
dentro del mundo de la moda.
—De acuerdo, seré sincera contigo—añadió, en un tono desesperado .Te estaba echando de menos terriblemente y, de vez en cuando, me gusta variar...
—¿Variar? Lo haces sonar como si no fuera nada más que...
—¡Y no lo es! ¡Es solo sexo! —lo interrumpió su prometida, mientras le agarraba las poderosas manos que él, para contener su rabia, había convertido en puños a ambos lados de su cuerpo
—. No es nada de lo que tú debas
preocuparte, ni siquiera nada en lo que debas pensar porque, si no te gusta, te juro que no volverá a ocurrir.
Adolfo dio un paso atrás para soltarse de ella. Solo era capaz de ver una imagen: Maria, medio desnuda, abrazada y excitada por otra mujer. ¿Solo sexo? Se sentía traicionado y sobre todo algo a lo que no estaba acostumbrado:
se sentía como un estúpido.
—Lo entiendo... Te sientes sorprendido y furioso y lo siento —prosiguió Maria, cada vez más desesperada al ver que Adolfo no respondía —. ¡Lo siento mucho! Te compensaré...
—¿Con qué? ¿Sugiriéndome que me una a vosotras?
María lo miró. De repente, sus ojos verdes adquirieron una expresión de alivio.
—¿Te gustaría eso, cariño? —le preguntó, con voz seductora.
La furia y el desprecio recorrieron el cuerpo de Adolfo al oír aquella
sugerencia. Si María no hubiera sido una mujer, la habría golpeado contra la pared.
—Tienes el tiempo justo para recoger tus cosas y marcharte de aquí —le espetó—. Yo me ocuparé de cancelar los preparativos de la boda.
—¡No puedes estar hablando en serio! —replicó Maria horrorizada—.¡Estamos hechos el uno para el otro!
Adolfo se dio la vuelta y salió del dormitorio. Mientras tanto, Maria
no le perdía paso y le suplicaba constantemente que se calmara y se pensara lo que estaba haciendo. Ya en el recibidor, se interpuso entre la puerta y Adolfo
para evitar que este se marchara.
—¡Si se lo cuentas a la gente, arruinarás mi carrera!
Adolfo se limitó a agarrarla y a apartarla de su camino.
—Dio mio... No se lo diré a nadie.
—Entonces, ¿por qué no puedes perdonarme? Nadia no significa nada para mí. No es como si ella fuera otro hombre o que yo estuviera enamorada de ella. Te quiero a ti, Adolfo...
¿Que lo quería? ¿Lo habría querido alguna vez o acaso era la enorme riqueza de Adolfo lo que más la había atraído? Él recordó que María tenía gustos muy caros, que superaban incluso lo que su poder adquisitivo le permitía.
A la semana de que Adolfo la hubiera pedido en matrimonio, le había presentado una numerosa serie de facturas que debía y le había dicho que era un desastre
con el dinero. Adolfo se había sentido impresionado por su sinceridad y, poseído por un sentimiento de protección, le había cancelado las deudas sin pararse a pensar en lo que estaba haciendo.
Adolfo se concentró de nuevo en el presente y se soltó de Maria.
Entonces, sin mirar atrás, salió del apartamento y se dirigió al ascensor.
Entonces, levantó una mano y vio cómo esta le temblaba. De repente, la furia volvió a apoderarse de él y, tras apretar de nuevo los puños, golpeó con gran
agresividad la pared. El dolor se abrió paso a través de todo su cuerpo.
Sintió por fin el dolor que tanto se había negado a creer. Había amado a María, la había amado con todo su corazón y había querido casarse con ella.
Ella le había asegurado que aquello solo había sido sexo. ¿Acaso no había sido él suficiente para satisfacerla? Evidentemente no.
Cuando llegó a la planta baja, sus guardaespaldas se pusieron de pie para recibirlo, completamente sorprendidos de que hubiera vuelto a bajar. Sin embargo, Adolfo no les prestó atención y salió al exterior.
Allí, aspiró el aire helado de la noche antes de cruzar la calle para acercarse a su limusina.
¿Habría estado Maria pensando en otras mujeres cuando los dos estaban en la cama? ¿Habría fingido el placer? ¿Habría sido fingido el ardiente deseo que había mostrado cuando hacían el amor? ¿Habría sido todo ello parte de un astuto plan para cazar a un marido rico? ¿Cómo podría haber sabido tan poco ......
me cuentan en los comentarios , que les parecio el principio de esta nueva novela.... sugerencias:)