—No, pertenece a la fundación Rinaldi, no a mí personalmente —lo interrumpió Adolfo, muy secamente y salio . Gracy estaba tumbada en su cómoda cama, observando atentamente la elegante habitación a la que la habían llevado. Le parecía un sueño, pero no lo era. El pequeño Alejandro estaba a pocos metros de ella, en una cuna que le había llevado una enfermera. La amable mujer también le había dado de cenar y le había cambiado de ropa. El niño estaba profundamente dormido, caliente, seguro y bien alimentado. Al pensar aquellas palabras, los ojos de Gracy se llenaron de lágrimas, avergonzada de su propia incapacidad como madre. Su hijo se merecía estar caliente y bien alimentado en todo momento. En aquel momento, se dio cuenta de que la solución a su situación había estado llamando a la pue

