04-

1386 Words
_ ¿Qué estás haciendo? —le preguntó Adolfo . —He sacado su abrigo del coche, jefe. Le dará más calor. No hay razón alguna para que usted también enfermé de neumonía. —Yo estoy bien. Ojalá pudiéramos meterla en la limusina... —dijo Adolfo. En aquel momento, el niño empezó a llorar—. Milano , tú eres un hombre de familia, reconforta a ese bebe un poco... —añadió, refiriéndose a uno de sus guardaespaldas. Entonces, volvió a colocar la americana sobre el abrigo para suministrar a la joven un poco más de calor —. Está helada... —¿Alex? —susurró Gracy, de repente. Sentía la cabeza a punto deestallar, pero había reaccionado heroicamente al escuchar los sollozos de su hijo —. ¿Dónde está mi hijo? _ Adolfo se inclinó sobre ella y la miró a los ojos, tan azules como el cielo de la Toscana. —Su hijo está bien. Quédese quieta. Ya viene de camino una ambulancia... —No puedo ir al hospital... ¡Tengo que cuidar de Alex! —exclamó Gracy, al tiempo que sentía que el hombre que le había hablado con un acento tan musical le impedía incorporarse del suelo. Ella lo miró, mientras el desconocido se dirigía a otra persona a la que la joven no podía ver. —¿Has llamado ya a la policía? —No, por favor, a la policía no... —suplicó Gracy—. ¿Es usted el tipo que estaba en el coche? —añadió. El hombre asintió a modo de respuesta —. No necesitamos ni una ambulancia ni la policía. Me encuentro bien. Me tropecé y me caí. Solo perdí la consciencia durante un segundo... eso es todo... —¿Tiene familia... un novio al que pueda llamar en su nombre? —le preguntó él. —No. —Tiene que haber alguien. Un amigo, un pariente... ¿no? —No tengo a nadie —insistió ella, con un ligero temblor en la voz. Adolfo la estudió. No era de Londres. Tenía un pronunciado acento que no podía localizar. Sin embargo, decidió que aquello podía esperar. Lo primero era lo primero. —¿Cuántos años tiene? —Veinte. No quiero que venga la policía... ¿me oye? De nuevo, trató de incorporarse, a pesar del fuerte mareo que la envolvía. Si la llevaban a un hospital, la policía pediría a las autoridades que se hicieran cargo de Alex y le asignaran unos padres adoptivos. Cuando lo consiguió, sintió que se tambaleaba y que un fuerte brazo le rodeaba la espalda. —Deben darle atención médica. Le prometo que no la separarán de su hijo. —¿Cómo puede prometerme eso? Al fin llegó la ambulancia, entre un estruendo de sirenas y de luces. El equipo médico se bajó inmediatamente y obligaron a Adolfo a apartarse. —¡Alejandro! —exclamó Gracy, cuando se la llevaban en una camilla. —Yo la seguiré al hospital con él —le aseguró Adolfo. —No lo conozco de nada... —Pero nosotros sí que lo conocemos a él —le aseguró uno de los enfermeros—. No se preocupe. Su hijo estará completamente seguro con este caballero. Agotada por el esfuerzo, Gracy se limitó a asentir. Mientras la ambulancia se alejaba, Tomazio le dio a su jefe su americana. —Tenemos el nombre y la dirección de un testigo. Deberíamos declarar ante la policía solo para estar seguros... —sugirió Tomazio. Adolfo se sentía completamente sorprendido por el ofrecimiento que le había hecho a aquella muchacha para aplacar la ansiedad que sentía sobre su hijo. Entonces, se acercó a la sillita y contempló al pequeño. En un nido formado por colchas y mantitas y bajo un gorro de lana con una borla en lo alto, se adivinaban los enormes y asustados ojos azules del pequeño. —Encárgate tú de esa declaración. Yo llevaré a Alex al hospital. —Yo podría ocuparme del niño y de la declaración —le aseguró Tomazio —. No ha dormido más de una hora desde que salió de Nueva York. Adolfo recordó que, en realidad, aquella noche no había planeado dormiren absoluto, aunque por razones muy diferentes. Se dio cuenta de que aquel inesperado incidente le había hecho olvidar el resultado de su inesperada visita a Maria. Decidió olvidarse de aquel desgraciado incidente y se inclinó para sacar al pequeño de la sillita. El niño se puso rígido como una roca. —Prefiero cumplir mi promesa. Tras meterse en la limusina, vio como el resto de las posesiones del niño se introducían en el coche, lo que incluía dos desgastadas bolsas de plástico. Una se volcó y de ella salió un biberón. Al verlo, el niño empezó a patalear con alegría. Entonces, lanzó un gritito y extendió una mano en dirección al mismo. —Tienes hambre... De acuerdo. Adolfo rebuscó entre las bolsas y encontró un paquete de galletas, pero nada líquido. Sin embargo, al niño no pareció importarle y rápidamente empezó a mordisquear el bizcocho con sus dientecillos. Adolfo estuvo muy ocupado hasta que llegaron al hospital. Descubrió que juguetear con los hijos de sus amigos con una madre muy cerca no tenía nada que ver con ocuparse de un bebé por sí solo. Con la ayuda de un vaso de agua y una botella de agua mineral aplacó la sed de Alex, aunque los dos se mojaron de pies a cabeza en el intento. Cuando Adolfo salió de la limusina a la entrada del hospital, no presentaba un aspecto tan espléndido como de costumbre. Iba manchado de pies a cabeza con migas de galleta y partes de la tela de su traje estaban empapadas de agua. Además, la falta de sueño le estaba haciendo sentir los primeros efectos de las consecuencias del cambio horario. Tomazio trató de sustituir a su jefe en el cuidado del niño, pero a Alex no pareció gustarle, por lo que se agarró frenéticamente al cabello de Adolfo. —Si no le sonríes, no le caerás simpático —dijo Adolfo, con voz cansada, mientras se colocaba al pequeño sobre el hombro—. Es muy nervioso. La recepcionista lo saludó casi como si fuera un m*****o de la familia real y lo acompañó al cómodo despacho de su amigo para que esperara allí. Inmediatamente, llegó una enfermera para hacerse cargo del pequeño. —Necesita comer... y otras cosa —le advirtió Adolfo, mientras el pequeño se aferraba a él con todas sus fuerzas. El miedo que parecía adivinarse en el llanto del niño resultaba enternecedor. Pasó una hora antes de que Leonardo Russo, el director médico del hospital, acudiera al despacho para informarlo del estado de la enferma. —Creo que esta noche has salvado una vida—le dijo su amigo—.Esa joven tiene los primeros síntomas de hipotermia. Lo mejor que le pudo pasar esta noche fue caerse delante de tu coche. Ese niño y ella podrían haber muerto antes de que amaneciera... —Noté que no llevaba abrigo, pero supuse que hubiera llegado a su casa antes de que el frío pudiera haber hecho estragos en ella. —En realidad, estaba pensando en pasar la noche vagando por las calles... No tiene casa. ¿No lo sabías? —le preguntó Leo. Adolfo, frunció el ceño, muy sorprendido—. Tendré que llamar a la trabajadora social que haya de guardia, aunque siento muchos remordimientos por hacerlo. Esa muchacha está aterrorizada de que le quiten al niño, aunque no creo que eso sea muy probable. Sin embargo, no pude convencerla de lo contrario. —¿Cómo están? —El niño está perfectamente, pero la madre es otro asunto. Es solo piel y huesos. Necesita comer bien y que se la cuide. No muestra señal alguna de abusar de las drogas o del alcohol, lo que dice mucho en su favor. Por el acento, debe de ser de Australia... —¿Australia? —Sí, creo que sí, aunque podría estar equivocado. Lo que importa es que Gracy es una joven de pueblo y que no tiene ni idea de cómo sobrevivir en una ciudad como Londres. Me imagino que por eso está en ese estado... —¿Gracy? ¿Es así como se llama? ¿Podría ir a verla? —Este hospital es tuyo...
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD