Rosalie, una vez casada con Peter, sabía a ciencia cierta como mantener su encanto en el matrimonio. En ocasiones, organizaban fiestas privadas de disfraces en donde Rosalie mandaba a confeccionar sus vestidos más caros y Peter, le daba los lujos a su esposa como se esperaba, esperando que quizás, ninguno de los tantos pretendientes de su esposa termine por tomarla.
A Peter a menudo le atemorizaba su esposa, pero también le atemorizaba que otros la pudieran tener. Era una sensación casi inexplicable para él, ya que tampoco había tenido experiencia alguna con jóvenes en su pasado. No porque se hubiera casado joven, sino más bien porque había perdido la virginidad con Rosalie en su luna de miel. Sin embargo, no podía comprobarlo, ni decírselo porque entonces faltaría a su caballerosidad, pero le daba la impresión que con quien se había casado, no se encontraba en la misma situación que él. Y le daba miedo preguntárselo, así que solo intentaba complacerla y temía que tampoco pudiera hacerlo en su intimidad matrimonial, así que la complacía en gustos, dejándola al mando de las finanzas y dándole tiempo para escribir. Rosalie desde antes de haberse casado con él, soñaba con ser escritora y pintora, pero sabía que era un gusto que no se le permitía a las mujeres más que como un hobbie. Así que Peter, después de haber consumado su matrimonio, le prometió complacerla siempre, y aquello también era parte de su promesa. Dejaría entonces, que el hobbie de su esposa tuviera lugar, y si alguien se opusiera, él daría su nombre por ella. De este modo, el mundo conocería el arte de Rosalie.
Una conversación similar ocurrió una noche;
''Tengo envidia de los hombres, de que puedan ser artistas'' le admitió Rosalie.
''Le tengo envidia a los artistas'' le respondió él. A lo que su esposa le inquirió con la mirada un suave y silencioso ''¿porque?''. ''Ellos tienen talento, y yo no poseo ninguno''
''Tu talento será ser mi esposo'' le dijo ella.
En realidad esas palabras estaban plagadas de un egoísmo y narcisismo puro y un sentimiento mezquino propio de la señorita que lo esbozaba, pero Peter la conocía desde niño y jamás le había molestado aquello. De hecho, la admiraba por las mismas razones. Él era todo lo contrario, temeroso, frágil y según su familia, el menos dotado físicamente. Su cuerpo era mucho más delgado que el de sus hermanos y su familia no esperaba que con el porte de niño consiguiera esposa, por eso sus padres permitieron convenir el matrimonio con Rosalie. No tenían esperanzas en él, ni que pudiera hacer algo. No era bueno cabalgando o luchando, no era bueno en esgrima, ni tampoco en las finanzas.
Pero con el tiempo, Rosalie le enseñó a jugar ajedrez. Pasaron las primeras semanas después de su boda jugando, y aunque él no comprendiera el papel del rey, ella le comentaba que el rey aunque pareciera la pieza con menos movimientos, era quien debía acompañar a su reina, de ese modo jamás se perdía el juego. Entonces, Peter lo supo. Él debía ser un buen esposo. Lo habían subestimado toda su vida, pero no necesitaba ser talentoso, promiscuo, o tener talentos naturales para las cosas varoniles de sus pares. Él solo debía dejar que Rosalie se moviera libremente en el tablero que era su matrimonio, y ella le dejaría, nada más y nada menos, que solo él podía poseerla.
Cuando llevaban a cabo las fiestas de máscaras, sabía que todos los hombres buscaban a Rosalie y era muy probable que ella se fijara en alguno, pero sin embargo, solía susurrarle al comienzo de cada fiesta, una manera de llegar a ella, de hacer trampa y ganar a sus competidores, que debían encontrar a la dama. Y entonces, Peter siempre la encontraba y Rosalie a cambio le permitía que éste le hiciera lo pertinente de cualquier esposo. Y aunque él no sabía si en realidad todo era una puesta en escena, no importaba para él mientras pudiera tener en sus manos su cintura, besar su cuello o tocar suavemente su larga cabellera negra, levantarse viéndola a los ojos, sus verdes ojos y su largo cuello. Su cuello, que él sabía que debía adornar de una belleza igual de digna que aquella que sus ojos admiraban al despertar.
A Rosalie, en cambio, no le importaba tanto su esposo como él creía. No le importaba ningún hombre en realidad. Él único sueño que yacía ávidamente en su mente era el de ser dueña de todas sus acciones, de mantener su riqueza y ser enterrada junto a sus joyas. Pero sabía que a cambio, debía conseguir que Peter se lo permitiera y tenía la ardua tarea de hacerle creer que por mucho que ella era demandante, la última palabra siempre la tendría él. Ella sabía en el fondo que a los hombres se los espantaba fácilmente con un carácter muy fuerte, y cuando se repitió en la oración que convino su matrimonio, omitió las palabras con una sonrisa suspicaz, de dejar que un hombre pudiera tener su compañía en la muerte y en la enfermedad. No planeaba hacerle nada a Peter, su compañía en ocasiones le otorgaba tranquilidad, pero una tranquilidad que no era romántica.
La compañía de Peter, más bien, le otorgaba la tranquilidad de que ella y sus deseos mezquinos, jamás deberían verse doblegados al mundo de afuera, a ese mundo que corrompía jovencitas que no corrían con su misma suerte, que solo servían para darle hijos a sus esposos y cada vez que lo hacían, morían lentamente. Ella jamás se lo admitiría a Peter, pero tampoco le daría hijos. Su linaje moriría con ella. No quería envejecer, ni morir, y sabía que el único de sus enemigos mortales, era el paso del tiempo. Así que se aprovechó de la inexperiencia de su esposo e interrumpió cada oportunidad que tuvieran en la intimidad de poder adornar en su cuerpo una vida. Detestaba la idea de que hubiera vida dentro de ella, no podía vivir con aquella idea. Así que le hizo prometer a su esposo, que jamás ventilara sobre su intimidad como los demás caballeros, que poco tenían de ello si lo hacían, pero que sabía que en el fondo, los hombres murmuraban lo que le hacían a sus esposas con un ruin orgullo. Y Peter tampoco tenía buena experiencia con los grupos masculinos, después de todo, siempre había sido la burla de sus pares. Así que se guardó un secreto, que haría que el matrimonio de Rosalie y Peter, jamás tuviera frutos, y cuando las preguntas se hacían presentes, de cuando existirían hijos o cuando el matrimonio tendría un legado, Rosalie tomaba la palabra, y comentaba que pronto, pero en secreto, a su esposo le comentaba que su médico le había dicho que jamás podría hacerlo. Y Peter prometió seguir amándola, que eso jamás afectaría su matrimonio.
Pero Rosalie podía tener hijos, solamente no los quería. Y el día que su esposo intentara corromper su cuerpo y su juventud, sería el día que éste mismo dejaría de gozar de su compañía.