Policías y ladrones

1233 Words
¿Todos jugamos de pequeños a los ladrones y policías? Es curioso, porque yo siempre quería ser policía. Ya saben, los que llevan armas, persiguen, atrapan y vuelven a casa al final del día. Honestamente quería ser princesa, pero mi primo amaba ese juego y el amigo era suyo, así que los perseguía en mis tacones de princesa, y cuando perdía, le echaba la culpa a los tacones de cristal rosa con escarcha. Fue cuando crecí… fue cuando lo perdí. Mi vida inició como la mayor pérdida y decepción para mis padres. Ese día perdieron un hijo; mi madre perdió el útero. Mi padre la vio perder la ilusión. Hay mujeres que sueñan con ser mamás de muchos hijos. Yo, si acaso, de uno. Y si ando ocupada persiguiendo gente, puede que pierda la oportunidad. En fin, mi mamá no dejó de ser una buena madre por eso: era divertida, dulce, muy cariñosa. Pero la vida adornó a nuestra familia con más desgracia. Ella enfermó cuando yo tenía cuatro años y entonces empecé a vivir entre el hospital, mi casa y la de mi tía. Les juro que mi tía era lo mejor del mundo: se transformaba en mi madre, en mi amiga, en mi compañera de juegos, en mi oyente. Y cuando mi mamá falleció tres años más tarde, entendí que era en serio cuando ella decía que iba a estar a mi lado todos los días de su vida. Mi papá no es una mala persona, no es un mal padre, pero el dolor lo había abatido con todas sus fuerzas. El amor de su vida simplemente había dejado de existir y ahora tenía que lidiar con la paternidad de una forma muy diferente. Teníamos un equipo, un sistema, y yo amé a cada persona de ese sistema. Mi vecina y mi tía se aseguraban de que tuviéramos comida y cuidado siempre. Gracias a esas dos encontré a las personas más importantes de mi vida: Gilberto y Alberto. Los dos eran tres años mayores que yo. No se dejaban impresionar por el rosado en mi ropa, me trataban casi igual, salvo cuando les daba “el ataque de soy mayor y yo te mando” o “somos muy mayores para llevarte”. Con el tiempo, la diferencia de edad fue menos sensible. Por lo menos en apariencia. A Alberto no le importaba sacarme de mi casa para llevarme de fiesta, colándonos club en club. Y a Gil… bueno, me tocó convencerlo de que eso no era nada y que si no me besaba me iría con otro. Querido, me estaba echando un farol. En mi mente y en mi corazón siempre has estado tú. Un día estábamos bailando en la pista. Alberto le pasó una bolsa de algo a un joven y luego vino corriendo hacia nosotros. Nos hizo prometer que tomaríamos lo que en efecto era droga y que nos iríamos a la casa de playa de mis tíos. —¿Te vienes con nosotros? —Si me voy, me matan —nos advirtió—. No vayan a casa, yo me voy a quedar aquí. Gil vio a los tipos raros, me tomó de la mano y me llevó hacia la salida. Nos fuimos nerviosos, temiendo que alguien nos siguiera, que algo le pasara a Alberto. Estábamos enojados por no haber visto las señales. —Lo van a matar —le dije con tristeza a Gil. —Lo vamos a matar tú y yo cuando llegue a casa —contestó. Seis horas de angustia. Dormimos cerca del teléfono de la casa, esperando. Y cuando llegó, entró tranquilamente, como si no hubiera pasado nada. Gil y yo no entendíamos, pero le echamos la bronca. Alberto se quedó en silencio escuchando lo que sabía y ya había dejado de importarle. —Mi papá está optando por ser juez, tu papá es abogado y tu mamá es fiscal judicial. Además de vender mierda, te la metes. —Tú tienes un futuro bueno, Alberto. Estás bien en la universidad, no necesitas ni trabajar porque te lo dan todo. —Perdí un curso —respondió—. Perdí un curso y me he ido quedando rezagado. Mi papá me dio un ultimátum, así que tenía estas pastillas para la concentración y me puse a moverlas. Una cosa llevó a la otra y todo, todo se salió de control. —Se encogió de hombros—. La cosa es que no pasé Química Orgánica II, pero se me da bien producir mis cosas y se venden bien. Lo miré horrorizada. Era inteligente; que se le dificultara un examen no lo definía como persona. Después de un silencio en el que Gil se limpió las lágrimas y yo analizaba la situación, Alberto se puso en pie y dijo: —Yo tengo dos opciones: morirme o que me maten. Pero no voy a entregarme. —No nos hagas esto más difícil. Pediremos una sentencia corta o te mandan fuera del país. Tus abuelos están lejos. Vete. Huye. Sálvate —le rogué. —Es la última vez que nos vemos —respondió—. Mi negocio ha crecido y me toca cambiar de liga. Me dio un beso en la mejilla y me abrazó. Hizo lo mismo con Gil, que lo retuvo entre sus brazos. Los dos pelearon como cuando eran niños: uno se resistía a golpearlo, el otro buscaba ponerlo a dormir y encerrarlo en el auto. —Quédate —le rogó Gil. —No —respondió mientras se acariciaba la mejilla golpeada. —Quédate —le supliqué, abrazándolo por la espalda. Él me acarició las manos y negó con la cabeza. —Mi papá será tu abogado, y sabes cómo se pone cuando quiere sentencias reducidas. —Si me quedo, nos matan a todos. Si me voy, yo seré su protección. —¿Sabes cómo acaba la gente que se mete con la mafia? —preguntó Gil—. ¿Recuerdas cómo acabó mi padre? —Yo elijo mi libertad, ya sea irme de aquí o morirme. —Mi misión en la vida es atrapar a los exsocios de mi padre. Pero te prometo que, si no te mueres antes, te voy a sentar en una cárcel. —Corre, estaremos justo detrás de ti —le dije mientras me limpiaba las lágrimas. Alberto asintió. —Para mí ustedes siempre serán intocables. Lo mejor que me ha pasado en la vida. Mis hermanos. La única gente de la que en verdad quise despedirme. —Ve a despedirte de tu madre —respondí—. No se merece nada de esto, pero sé bueno. Alberto ganó. Lo vimos por última vez en una bolsa negra, en una morgue fría, acostado sobre una lámina de acero. Los ojos cerrados, la piel pálida, el cuerpo fuerte parecía débil, blando. Había rumores de todo tipo: que había crecido demasiado, que se había juntado con lo peor de lo peor. Pero si algo sabía de mi primo era que no tomaba una medicina ni aunque estuviese muriéndose. No se inyectaba ni aunque lo sobornaran con su gran amor: el dinero. Y ahí estaban, tratando de convencernos de que fue un suicidio con heroína. Mi primo no era un idiota. Solo actuaba como uno. Si conoces el dicho de “el que produce, no consume”, sabrás que quien fabrica no usa. Bienvenidas, espero estén disfrutando desde el primer capítulo.
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