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Seduciendo al poder

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Blurb

"Bajo el traje, late un corazón apasionado"

En el corazón de una cadena hotelera Royal Palace Devereaux, la seductora secretaria, Sofía Guerrero, desafía las normas corporativas con sus faldas cortas y su personalidad chispeante. Christian Devereaux, el CEO aparentemente imperturbable, sucumbe a la atracción que ella despierta en él, y lo que pronto se torna en algo más profundo.

Pero detrás de la fachada de empresario exitoso, Christian esconde un oscuro secreto.

Todo cambia cuando una decisión empresarial desgarra el corazón de Sofía, las líneas entre el amor y el peligro se difuminan mientras Sofía se encuentra atrapada en una red de engaños y Christian lucha por protegerla sin revelar sus oscuros vínculos. Una historia intensa donde el deseo y el riesgo se entrelazan en el juego prohibido del amor y el crimen.

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Capítulo 1: Sofía.
—Buenos días, señor Devereaux —saludo mientras dejo su café en el escritorio junto a la pila de otros papeles—. No se le ve bien, ¿seguro que durmió sus ocho horas? Christian Devereaux es mi jefe desde hace cinco meses. Es un hombre adicto al trabajo que apenas duerme y pasa todo el día en su oficina o reuniones. Claro, yo también estoy con él, pero no lo hago por gusto. Sin embargo, es uno de los solteros más codiciados según la revista Forbes, y cómo no, si el hombre mide 1,90; tiene un cabello castaño oscuro y unos ojos azules más fríos que la antártica. Siempre enfundado en un traje carísimo a medida que abraza esos brazos grandes a la perfección. Mi jefe es malditamente atractivo, la clase de hombre que una ve, y suspira pensando en todas las posiciones en que podría usarlo. No me voy a hacer la santa, porque algunas veces lo hago. Ah, no me puedo olvidar de esa mandíbula ruda y la expresión de siempre querer matar a todos, es lo que le da su toque. Christian me da una mirada de disgusto mientras se masajea las sienes. —Aparte de esa boca irrespetuosa, ¿tiene…? —Lo interrumpo dejando una pastilla en su escritorio. —¿Una pastilla para la migraña? Las comisuras de sus labios se levantan solo un poco, porque no vaya a permitir el diablo que este hombre sonría alguna vez en su vida de forma genuina. —Supongo que voy a tener que tomarla con este café —dice mirándome. Le sonrío como si me hubiera ascendido con un sueldo con más de cinco ceros—. Agua. —Por supuesto que es agua, ¿no sabe que los medicamentos pierden efecto si no se toman con agua? —le pregunto. Sí, le traje un café, pero primero preferí traerle agua porque cuando lo vi pasar como un grinch con la cabeza baja, y el ceño fruncido, supe que tenía que usar la artillería pesada. Y siempre son pastillas para la migraña. —Gracias, señorita Guerrero. Abro los ojos con fingida sorpresa porque esta es la segunda vez en todo este tiempo que me da las gracias. Al principio era como un ogro, pedía y pedía cosas y las quería de forma inmediata. —Ah, creo que olvidé otra cosa —digo, y me doy vuelta para agarrar el café de mi escritorio que está justo al lado de la puerta de su oficina—. Su café, jefe. Le sonrío y él mueve la cabeza cuando lo toma. Christian Devereaux es un hombre duro de roer. Obtuve el puesto porque había terminado la carrera de empresariales en la universidad de este país, y él quería a alguien competente que supiera lo que hacía. El campo laboral es brutal, y apenas pude me agarré de este trabajo. Orgullosamente puedo decir que no me he equivocado ni una sola vez y gano lo suficiente para mantenerme aquí y enviarle dinero a mi familia en Chile. Porque sí, apenas tuve la oportunidad de estudiar fuera de mi país, vine aquí para obtener mejores oportunidades. Ahora dirán que estoy trabajando de secretaria, ¿cuál es la mejor oportunidad? Fácil: obtendré experiencia y además, una carta de recomendación del CEO más codiciado del país y de gran parte del mundo. —Quite esa sonrisita socarrona de su cara y vaya a trabajar —me reprende. —Sí, jefe —me burlo dando media vuelta y cerrando la puerta con cuidado. Me gusta este lugar, a pesar de que hay veces que Christian se olvida que soy un ser humano que come, duerme, va al baño, y que tiene que salir a algún club para encontrar algo de buen sexo. El primer mes podría decir que fui bastante dócil, puesto que soy una persona bastante observadora, y pude darme cuenta de lo que le gusta y lo que no. Por eso me he ganado su confianza e incluso puedo bromear con él sin que me despida. Bueno, bromear para mí, porque él solo rueda los ojos. Le doy diez minutos, agarro el IPad y golpeo la puerta una vez para luego entrar. —¿Estamos listos? —pregunto en voz alta y él salta en su asiento. —¡Por dios, Sofía, deje de hacer eso! —grita. Ah y no creo haber dicho lo lindo que sale mi nombre de sus labios. Cuando se enoja siempre me llama Sofía, y el resto del tiempo soy: señorita Guerrero. —¿Hacer qué? Lo miro como si estuviera apenada, incluso me dejo un mechón de cabello detrás del oído, pero él solo rueda los ojos fastidiado. —Si no fuera tan buena en su trabajo, ya la habría despedido por su insolencia —dice como tantas otras veces. —¿Quién le traería agua y sus pastillas para la migraña? —le pregunto y luego suspiro—. Además, se lo merece. Christian enarca una ceja como si no pudiera creer mis palabras. —¿Qué? Asiento con la cabeza. —Sí. Me dio tanto trabajo estos días que no pude ir al club con mis amigas para encontrar un hombre con el que coger. Christian tiene la boca tan abierta que, aunque intente no puedo obligarme a parar. Quisiera sacarle una foto. Prácticamente tengo que morderme la lengua para no dejar salir una carcajada. —¿Sabe lo que tuve que hacer? —sigo. Christian mueve la mano intentando detenerme. —No quiero… —¡Tuve que usar el bendito satisfayer! —exclamo moviendo la cabeza—. Un juguetito con succión de clítoris que la hace llegar a una como en tres minutos. Christian sigue mirándome como si se me hubiera caído un tornillo. Aunque nada de lo que digo es mentira, sin embargo, el satisfayer sí es algo bendito. —¿Y eso no la dejó satisfecha? —pregunta curioso. Me encojo de hombros. —El satisfayer no me agarra del cuello. La cara de Christian no tiene precio. Me mira como si me estuviera viendo por primera vez y yo le sonrío. Si hay algo que siempre me dicen, es que tengo una sonrisa muy bonita. Me he mirado al espejo sonriendo, y que puedo decir, tienen la jodida razón. —Por dios —susurra él. —Bueno, tenemos reunión en cinco minutos en la sala de juntas —digo y miro la pantalla del iPad mientras le envío unos documentos que nos acaban de llegar—. Esta todo preparado para la presentación del señor Wright. Sin embargo, me encargué de pedir unos informes de sus cuentas bancarias. Él frunce el ceño. —¿Por qué? —pregunta. Doy un paso adelanta y rodeo su escritorio para abrir el documento en su computadora. El olor de su loción masculina me llega a las fosas nasales y me dan ganas de inhalar más su olor. ¿Qué un hombre vista bien? Atractivo. Pero que un hombre huela bien, simplemente hermoso, exquisito, jugoso, deseable, y todos los adjetivos que se le asocien. No voy a mentir, los primeros días me comía con los ojos a Christian, es decir, soy una mujer joven en toda su etapa fértil con unos días de ovulaciones que harían que me tirara a un maldito vagabundo. Pero en esos días, solo tenía a mi malhumorado jefe, y eso parecía ser suficiente para mis alocadas hormonas. Sin embargo, me acostumbré porque paso mucho tiempo a su lado. —Sé que no suelen revisar las cuentas de los socios que llevan años trabajando, pero revisé las cuentas y los números son estadísticamente insuficientes para cubrir hasta el proyecto más mínimo —digo mostrándole las cifras—. Y en las cuentas del extranjero no hay nada. A menos que claro, estén en paraísos fiscales y por lo que sé, ustedes no se asocian con miembros que tengan cuentas en esos lugares. —No puede ser —dice él mientras mira la pantalla. —No habrá ninguna inversión, será toda de nosotros —sigo y él asiente. —Maldito hijo de puta, dijo que todo estaba en excelente estado —gruñe levantándose de la silla. Me apoyo en el escritorio abrazando el iPad mientras él se pasa la mano por la cara en un claro gesto de frustración. Está tan enojado que puedo ver las llamas en sus ojos azules, y con razón. Este proyecto podría haberlo hecho perder miles de millones de dólares si se hubiera llevado a cabo. Y a pesar de que estoy segura que es uno de los hombres más ricos del mundo, perder esa cantidad de dinero podría afectar visiblemente a la empresa. —Quiero que revises las cuentas bancarias de todos nuestros inversores, ¿puedes hacer eso? —pregunta. Asiento con la cabeza. —Solo que en algunas tienen reservas. Mueve la cabeza. —No importa, se las pides, y si no quieren me avisas y terminamos todo acuerdo. En estos momentos, Christian es otro. Su mandíbula está tan apretada que no me sorprendería escuchar el crujido si es que se le rompe. El ceño fruncido en su frente y los ojos llameantes de un frío estremecedor, lo hacen ver peligroso y poderoso. Me gusta el aura de poder que emana, lo hace ver intimidante en cualquier lugar que estamos. Christian suspira finalmente y me mira, sus ojos recorren mi rostro y luego bajan hacia mis piernas desnudas. O bueno, la parte que no cubre la falda de color n***o a juego con una blusa de color vino. Mi cabello está amarrado a la mitad con un lazo del mismo color que la blusa. Él aparta rápidamente la mirada y agarra su celular junto con los papeles. —Bueno, vamos a destrozar a ese idiota —dice en dirección a la puerta, pero antes de llegar se da vuelta—. Buen trabajo, señorita Guerrero. Le doy una sonrisa y me dispongo a seguirlo a la oficina. Quiero estar en primera fila cuando mi querido jefe destroce a ese hombre por intentar joderlo.

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