EL RECUERDO Darius pensó que hacía el clima perfecto para dar un paseo en cabriolé. El aroma limpio del aire de junio se mezclaba con la intoxicante fragancia a violetas que provenía de la joven sentada a su lado. —¿Te gustaría manejar las riendas? —ofreció a Marianne. —Sí. —Ella asintió con la cabeza—. ¿Me dirás cómo hacerlo? —Por supuesto. —La rodeó con un brazo y la aproximó a su cuerpo antes de ponerle las riendas en las manos—. Ahora agárralas con fuerza. Usa los músculos de los antebrazos, no solo los dedos. Dirígelo, indícale al caballo qué quieres que haga. Mientras ella seguía sus instrucciones, él enterró la cara en su cuello, acariciándole con la nariz ese punto que tanto le gustaba. —El animal quiere complacerte —aseguró. —¡Debe de ser un caballo especialmente complacien

