CAPITULO 8 - ¡QUÉ ME VAN A HABLAR DE AMOR!
Eso escribía Liz en el Chat de las Orates, cuando quería reunirnos. ¡Claro! ¿Cómo negarnos a este convite si con ella siempre hay risas?
El Buen Gusto, una cadena de bares-panaderías, aquellas que se pusieron de moda cuando alguien trajo la idea de Europa, y para hacer crecer las ventas, apuró el consumo de hidratos disfrazados de crema y dulce de leche. ¡Glup!
-El mejor modo de olvidar lo que le pasó a mi hija la más chica-, compartió Rosi.
Aceptó, arreglamos horario y comentó al pasar que luego le diría al esposo, él nunca se negaba.
Ro, planeaba parafrasear lo que ocurrió con la niña, después de divertirse un poco. La buena onda del grupo siempre contenía.
Eran tiempos de compartir hasta los gastos, que no eran pocos, todo carísimo. La inflación por las nubes, aunque todas luchábamos por permanecer y estar contentas. La felicidad es otra cosa y está cerca de la frustración, pero quizás me adentre en este análisis más adelante.
Usábamos, como buenos argentinos, la inventiva, el ingenio, que siempre nos caracterizó y que ha sufrido variadas descalificaciones desde el resto del mundo. No permitir que la triste economía nos salpique al punto de arruinar los buenos momentos, era el fin que perseguíamos. Y al resto del Universo, sugerir que no se pierdan la oportunidad de conocer, recorrer y hasta adentrarse entre nosotros. Un país joven, con geografía grandiosa. Con climas múltiples, como nuestra gente, graciosa, y única. Vestida de humor y regocijo ante las dificultades. Poniendo el hombro al país, cuando consideramos que vale el esfuerzo.
-Dicho esto, me río- recordaba Liz, pues mis amigas me decían siempre que, por ser de géminis, poseo las herramientas para ser quién soy: una embajadora donde vaya. La reina de la comunicación. Ja ja ja-.
Pero bueno, todas teníamos cosas para contar, cosas importantes, coincidimos, de modo que me pidieron, que, ya que me gustaba también escribir, contara de este modo innovador, como me había ido en la primera clase de tango, la que había tomado para tratar de recobrar mi confianza, la autoestima fracturada. Intentar volver a ser independiente. Mi primer round en el combate contra la soledad.
A todas nos encantó la idea, como un taller literario zonal. ¡Un hallazgo!
Convencimos a Amelié, para que dejara a su esposo, era sólo un rato. Estaban siempre tan pegados uno a otro, Dijo que lo pensaría y que estaría allí a las 15 hs. Nos juntamos a almorzar, el menú del día, casero y económico. Un café de sobremesa con alguna delicatesen; y para la merienda un té con algo masticable, para mantener los jugos gástricos en movimiento.
A Sarita la invitó Amelié y llegó siempre tan chic en su atuendo. Ella, toda perfectirijilla. Con todo en su lugar. Faltaron un par, pero a las 15.15 hs estábamos almorzando, mientras me conminaban a leer lo que creo que acertadamente titulé: TANGO Y SOLEDÁ. Así
El tango hacia su voluntá con nosotros
y nos arriaba y nos perdía y nos
ordenaba y nos volvía a encontrar…..
J.L.Borges
(Hombre de la esquina rosada)
El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan y vencen aquí y hacia allá. Flamante primavera del 2006. Todavía pueden encontrarse botones de camelias. Una brizna de brisa se cuela en el comedor y se contonea frente al varón del tango que interpreta: Madame Ivonne.
María, sin ser la más lejana, se preparaba para su clase. Estaba cansada de planchar en las milongas, y luego de haber pisoteado reiteradamente a un abogado de lo más buen mozo que sin mediar palabra se retiró a otra mesa, y nunca más la saludó, se había resuelto.
No era poca cosa saber bailar. Sinónimo de algo así como heroína. Se calzó los zapatos de tacón y sujetó el empeine con la tira. Una buena falda, angosta pero que permitiera el movimiento, y simulando abrazar a un compañero, practicó los primeros pasos básicos.
Alvito, su profesor, veterano, calvo (había en su frente tantos inviernos) y con un abdomen en crecimiento permanente, acordó darle clases particulares en su casa. Además le cobraba poco. Harta de asistir al club español, y que le birlaran los doce pesos que pagaba por clase, para solo bailar un tango. ¡Eran tantas mujeres! Se propuso acelerar el proceso y ahí estaba, disfrazadita para la ocasión y llenando sus oídos con el elixir orillero. Sábado tipo nueve de la noche arribó el maestro. Lo invitó con algo fresco que no aceptó, pues quería comenzar la clase cuanto antes, - Hay milonga en el Willie- le dijo- y no quiero llegar muy tarde-.
Le corrigió la postura, el codo elegante, -No mires el piso- recordó, y salieron con el primer acorde de La Yumba. Le molestaba la panza, (la de él, a la propia ya estaba resignada) y con esto de tanta cercanía se volvía torpe, insegura. Se equivocaba. Él la retaba. Volvían a empezar. Otra vez la posición. Esta vez, Destellos. Ella canturreaba: en mi alma quedaron destellos y en el fervor de la interpretación volvía a errar el paso. Su mirada, la de él, más que elocuente, la obligó a prestar mayor atención.
Un nuevo intento, esta vez una risa nerviosa le iba ganando la partida pero pudo controlarse. Un lápiz, un sandwichito, un molinete, y salía con pie izquierdo en lugar del derecho.
El aliento de Alvito, fumador empedernido, le molestaba y cuando sonó melancólico y resbaladizo: Romántica, un vals de aquellos, aprovechó a servir una tarta casera que acompañaron con un buen Malbec, para terminar, de algún modo, el mal momento. Comenzaba a creer que nunca aprendería…
Quizás fue el aceptarlo, o el vino, o algunas confidencias, que se yo. Lo cierto es que conversaron, bebieron, y brindaron hasta vaciar la botella, y recomenzar. Nocturna introdujo su espíritu inquieto y el viento pareció haberse calmado.
La noche estaba linda, la sintió hondamente suya. Naturalmente, se acercó ubicando la postura. Hubiese preferido que él no oliera a Crandall. Entonces su cara coincidió mágicamente con el otro perfil y salió con el pie correcto. Cerró los ojos, sin reírse esta vez y dejó que la sensualidad de la danza se ocupara de hacerla disfrutar. La presión exacta para sostenerla en un ocho, la masculinidad en su cintura, ordenando sin emitir palabra. Aceptar que deslizara su pierna dentro de las propias, y la atrajera a su deseo, inclinándola y venciéndola hacia aquí y hacia allá. Y ella, como adivinándole la intención. Giraba en su eje como si hubiese nacido para la figura. Las respiraciones se hicieron manifiestas, la casa vibraba al compás del dos por cuatro. Danzarín estremecía el cortinado que ondulaba con este ritmo, nostalgioso y canyengue. La humedad de su mano pronto se prodigó a todo el cuerpo, hasta confundirse con la de él. Reconcentrados. Ya sin errores. Y sin palabras. Bailaron un total de ocho horas. Así. De un tirón. El ambiente lleno de humo y el tango como señuelo. Las defensas bajas. El alma vulnerable. Y la milonga del Willie Dickson en el recuerdo. Confundidos los alientos. Los cuerpos coincidentes. Sin inviernos, sin edad, eran dos levitando por esa música, que esa música es olvido, y el olvido es ilusión…
Los ojos entornados (los de ella) y entreabriendo los labios húmedos, trémulos.
- ¡Uy, mira la hora que se hizo! - lo escuchó murmurar abochornado. Y con una mueca de hombre vencido le dijo: - es la vida- y no lo vio más.
Me lancé a explicar que a la protagonista la llamé María para evitar ser reconocida por el círculo de amigos del turco; que no lo escribí en primera persona por lo mismo, que hay mucho de tango y de Argentina, que…
Las chicas irrumpieron en aplausos y halagos… detrás la vocecita de Perfectirijilla, preguntaba: - ¿En serio usa Grandall? -.