En ese momento, el pequeño Jesshua llegó trotando, hundiendo sus diminutos pies en la arena torpemente, y se enganchó a la pierna de Eliot. - Tito Eli, quello, quello – pidió, alzando los bracitos. - ¡Qué niño! – exclamó Bonjo, que había corrido detrás del crío y llegaba con la lengua fuera - ¡Menuda energía! Creo que ya no estoy para estos trotes… - Ah, quieres ser un gigante, ¿eh, campeón? – dijo Eli al niño, inclinándose un poco sobre él, mientras me miraba a mí con una cara de evasión que no se tenía con ella. Me crucé de brazos y le miré con el ceño fruncido. - ¡Sííí! ¡Iante, iante! – chilló Jesshua, todo emocionado, saltando y levantando los brazos de nuevo. - Pues, venga. ¡Aúpa! – y lo cogió para sentarlo en su cuello. El niño empezó a reírse solamente con ver la altura y se s

