- No, no te preocupes, tengo que ir a clase. Era una chorrada de las nuestras.
Billy se rió entre dientes.
Ahora ya no había razón para preocuparme ni para molestarle y, además, tenía que entrar en el aula.
Nos despedimos y colgué el teléfono.
Cuando entré en clase, todos volvieron las miradas hacia mí hasta que me senté de nuevo.
- ¿Era algo grave? – me preguntó la señora Lafayet desde la pizarra, bajando un poco sus gafas de pasta verdes.
Mis compañeros de clase se giraron para mirarme, expectantes ante la perspectiva de un nuevo cotilleo para el almuerzo de mañana.
Genial, pensé. Yo que quería pasar desapercibida, ahora era el centro de atención de toda la clase. Seguramente, al día siguiente lo sería de todo el instituto.
- No, era una falsa alarma, gracias – esta última palabra la dije bajito, entre dientes.
La profesora asintió, subiéndose las gafas de nuevo, y se giró para seguir escribiendo su interminable lista de lecciones.
Empecé a copiar lo que me había perdido y el resto de la clase transcurrió sin más problemas.
Habían pasado diez minutos desde que la señora Lafayet había terminado de escribir, cuando sonó el timbre de la que era mi última hora. La gente empezó a levantarse ruidosamente de su sitio, a excepción de algunos rezagados que seguían copiando.
Olga y yo salimos al pasillo, donde nos fuimos encontrando primero con Barbie y después con Jellier y Allyson.
A medida que nos acercábamos a la puerta de salida mientras charlábamos sobre las clases, se notaba una suave brisa que discurría por el pasillo y que se iba haciendo más y más intensa.
Aunque no habíamos salido todavía, mi olfato detectó enseguida un olor familiar que se mezclaba con el aire otoñal de fuera y con todos esos efluvios humanos. Ese aroma que me encantaba y que tanto había echado de menos esa mañana.
Eli había venido a buscarme.
A mí me encantaba su olor, desde siempre. No me olía a perro mojado, como decía mi familia. Aunque su sangre no era humana del todo y estaba mezclada con algo animal, olía extremadamente bien. Era extraño, porque su olor me parecía realmente delicioso, más que el de ningún otro ser, incluso lobo, pero no me daba sed, como sí me ocurría con los animales que cazábamos, o con los demás lobos, o con los humanos que ahora mismo me rodeaban. Eliot parecía estar en un lugar aislado y único, a salvo, al menos de mis colmillos. Su aroma me llamaba de otra forma, de un modo imposible de explicar. Su maravilloso efluvio, además, estaba vinculado al bosque, también olía a madera, a naturaleza, y su piel tenía algo aromático que me gustaba muchísimo.
Tuve que reprimir mis ganas de salir corriendo en su busca y tirarme a sus brazos. Después del susto de antes, era lo único que me apetecía hacer. Pero ahora ya sabía que estaba bien, y no podía dejar a mis nuevas amigas allí tiradas sin despedirme ni nada. Se habían portado muy bien conmigo.
Seguimos caminando despacio – a mí me pareció una eternidad – y al fin salimos al exterior, donde el olor se hacía más intenso y me indicaba hacia dónde tenía que mirar para verle: a la izquierda.
Giré la cabeza súbitamente en esa dirección y, por fin, le vi.
Estaba apoyado en su Harley Sprint, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, sonriéndome con esos dientes blancos suyos que resaltaban sobre su cobriza piel y mirándome con sus centelleantes y alegres ojos negros. Una ola de alegría invadió mi cuerpo nada más verle.
Aunque volví el rostro para despedirme de mis compañeras, no pude evitar echar fugaces vistazos a Eliot a cada instante.
- Bueno, chicas – comenzó a despedirse Olga -. Mañana nos vemos…
- ¡Hey, mirad a ese tío! – exclamó Barbie en voz baja antes de que Olga terminara su frase.
A las cuatro se les cayó la mandíbula y permanecieron así unos segundos mientras miraban a alguien. Barbie estaba frente a mí y su cabeza miraba hacia su derecha, que era mi izquierda…
Volteé mi cara y vi a varios chicos en el aparcamiento, junto a sus coches.
- ¿Cuál? – pregunté con curiosidad.
- El chico de la moto – cuchicheó Barbie sin quitarle ojo.
Un chico con moto… Miré de nuevo y sólo estaba… ¿Eliot? Todas le estaban mirando a él…
- ¿Qué le pasa? – miré a Eli sin comprender.
¿Es que tendrían prejuicios? Porque si era así, tendría que buscarme nuevas compañías. No me gustaba ese tipo de gente.
- ¿Estás ciega? Es muy guapo – mascullaron las gemelas al unísono entre risitas tontas.
- ¡Está como un tren! – exclamó Barbie con entusiasmo.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Eliot guapo? ¿Mis nuevas amigas pensaban que Eli estaba como… como un tren?
Me quedé observándole y por primera vez mis ojos miraron de una forma extraña.
Su pelo n***o lucía corto, a la moda, y hacía juego con sus expresivos y grandes ojos del mismo color. Su piel rojiza era de aspecto suave y hacía resaltar aún más sus dientes blanquísimos y perfectos. Llevaba una camiseta marrón de manga corta que marcaba sus músculos y dejaba al aire sus enormes y poderosos brazos, y unos oscuros vaqueros largos que no es que fueran ceñidos, pero, al igual que le pasaba con la camiseta, a él le quedaban algo ajustados.
La verdad, era bastante… ¿guapo? Yo diría más bien muy guapo, guapísimo. Tal vez sí que estaba un poco ciega, porque nunca me había fijado de ese modo.
- Nos está mirando – por su tono de voz, me percaté de que para Barbie ese nos era como un me -. Tiene una sonrisa preciosa.
Barbie le lanzó un guiño de ojo descarado a Eliot y le sonrió, cosa que me molestó bastante. ¿Qué fue eso? Le hubiera dado un puñetazo allí mismo, de no ser porque yo no era agresiva. Bueno, y porque le podría arrancar la cabeza de cuajo sin querer.
- No es de por aquí, debe de ser de la reserva – adivinó Olga –. Parece más mayor que nosotras, ¿cuántos años tendrá? Aparenta unos veinticinco.
- Me gustan mayores – espetó Barbie, jugueteando con el pelo sin apartar la vista de él.
Apreté el puño con fuerza.
- Parece un jugador de la NBA – añadió Jellier, mirándole boquiabierta.
- Me encanta la NBA – siguió Barbie, haciendo lo mismo.
Rechiné los dientes.
- Me pregunto si vendrá a buscar a alguien – dijo Allyson.
Mi oportunidad.
- Sí, a mí – intervine, adelantándome a Barbie, que ya estaba apuntito de decirlo para hacer la gracia -. Así que tengo que irme, chicas. Gracias por todo.
Empecé a trotar de camino a Eliot y las dejé atrás con los ojos abiertos por la sorpresa y la boca colgando. Por el rabillo del ojo pude ver que Barbie parecía pálida por primera vez. Solté una risilla maquiavélica.
- ¡Os veo mañana! – grité, alejándome trotando mientras me despedía con la mano.
Ahora ya no me importaba salir corriendo hacia Eli, es más, lo iba a hacer para darle una lección a esa descarada de Barbie.
Tiré la mochila junto a la moto. De un salto, me arrojé a sus brazos para abrazarle y me elevó por el aire, dando una vuelta mientras nos reíamos. Me posó en el suelo, apoyé mi mejilla en su cálido pecho y le rodeé el cuerpo con los brazos, apretándolo. Eli hizo lo mismo con los suyos, acercó su rostro a mi cabeza y me olió el pelo. A él también le encantaba mi olor.
- Qué efusiva. Veo que tú también me has echado de menos – susurró.
- Sí, mucho – hundí la cara en su pecho e inspiré para olerle.
- Qué, ¿no has intentado comerte a alguien?
- Muy gracioso – le respondí con retintín.
Eliot se rió.
- Bueno, prueba superada – entonces, su voz sonó más seria y muy cálida -. Estoy muy orgulloso, aunque siempre he confiado en ti.
- Lo sé – apreté mi abrazo -. Gracias, Eli.
- Así que ya has hecho amigas – cambió de tema.
Me aparté un poco de él para mirarle.
- Sí, al menos, lo son de momento.
- ¿De momento? – me miró extrañado -. ¿No te caen bien?
- Sí – hice una mueca -. Bueno, casi todas. La morena guapa – maticé esa palabra con intención - no me cae muy bien. Es un poco… creída.
- Ah, ya.
- ¿Cómo que ya? – me aparté un paso de sus brazos para ver mejor su rostro.
- Bueno – Eliot me soltó para ponerse a mi lado y me pasó el brazo por los hombros. Nos apoyamos en la moto y vi que ellas seguían en el mismo sitio, echando un vistazo de vez en cuando. Giré la cabeza para mirarle -. Verás, no sé si te has fijado, pero no hacía más que insinuárseme.
¿Que si no me había fijado? Hasta yo, que había tenido doce años hacía un mes y medio, lo había notado.
Me miró con una mueca sonriente, una de esas sonrisas torcidas suyas. Para mi asombro, parecía muy satisfecho. Fruncí el ceño de tal manera, que casi me hacía daño, y apreté tanto los dientes, que me rechinaron. A Eliot parecía encantarle mi reacción.
- Mira – siguió sonriendo, disfrutando -, vas a tener que pararle los pies, o mañana se me tirará al cuello a morderme.
Algo parecido a fuego me atravesó el cuerpo.
- A lo mejor es lo que quisieras tú – le solté mordaz.
Se carcajeó y me atrajo con fuerza contra su pecho. A mí no me hacía ni pizca de gracia. Le aparté y me crucé de brazos, enfadada.
Se quedó en silencio, mirándome con su sonrisa torcida.
- No te preocupes, no me gusta nada.
- Pues bien que te diste cuenta de sus insinuaciones – dije con sarcasmo.
- Soy un hombre. Cualquiera se hubiera dado cuenta.
Se rió como si fuera lo más normal del mundo y le miré boquiabierta, con la ceja levantada.
- Claro, si una chica guapa se te insinúa…
- No es tan guapa, lleva demasiado maquillaje.
- Veo que te fijaste poco en ella – seguí con mi sarcasmo.
- No me fijé, es que la estoy viendo desde aquí – me cogió la barbilla y giró mi cabeza en dirección a mis amigas.
- Ah – me empezó a dar un poco de vergüenza.
- Cuando estabas con ellas, te estaba mirando a ti – ahora hablaba más serio -. Sólo aparté la vista cuando me guiñó el ojo porque me hizo gracia, eso es todo – alegó, encogiéndose de hombros.
¿Pero a mí qué me importaba? ¿Por qué me tenía que dar explicaciones? Comencé a sentirme culpable.
- Bueno, no me importa, Eli. No me tienes que explicar nada, puedes hacer lo que quieras.
- Eso es lo que estoy haciendo – sonrió.
Se hizo un tímido silencio que rompió al cabo de un rato.
- ¿Qué? ¿Nos vamos? – preguntó, dándole un golpecito a la moto con la mano.
Me aparté de la máquina de un salto, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿En la moto?
- Sí, quiero compensarte por lo de esta mañana. ¿Te parece bien?
¿Que si me parecía bien? Llevaba años queriendo subirme a la moto, pero ni siquiera Eli me dejaba porque era muy pequeña. Le abracé de nuevo.
- ¡Claro, Eli! ¡No sabía que me ibas a llevar en la moto!
- ¿Y qué te creías, que la traía de adorno para apoyarnos en ella?
Mi mejor amigo se subió a la moto y yo me monté detrás, después de ponerme la mochila a la espalda. El motor rugió con fuerza cuando la arrancó, haciendo que todos los que aún quedaban alrededor se giraran para mirarnos, incluidas mis nuevas amigas.
- ¡Agárrate fuerte! – gritó, a la vez que aceleraba.
Me aferré a su cintura y salimos disparados del aparcamiento en dirección a la carretera.