COMIENZO

5000 Words
Me sentía más animada. Y nerviosa. Me puse la ropa que Alice me había preparado - la interior incluida, ya que ahora no tenía sujetadores -, ordené un poco aquel embrollo e hice la cama. Me asomé de nuevo a la ventana para ver si ya había vuelto Eliot, pero seguía sin aparecer por allí. Fruncí el ceño, preocupada. Salí de la habitación y llegué al saloncito, donde estaba mi madre. - Buenos días, cielo – me saludó mientras me besaba la frente. - Buenos días – le di un beso y me dirigí a la ventana del saloncito que daba al lado opuesto al que daba la de mi habitación -. ¿Sabes dónde está Eli? – pregunté, echando un vistazo al exterior. - Sí, te lo iba a decir ahora. Me giré hacia ella, impaciente. - ¡¿Le ha pasado algo a él o a la manada?! De repente, me asusté un poco. Era la primera vez que no venía a buscarme y me pareció muy raro. - No, no, tranquila. Estuvo aquí anoche y se marchó con Carmelino a La Rush. A Brendily se le adelantó el parto y rompió aguas a las dos de la mañana. Él tuvo que sustituir a Manú, que le tocaba turno de noche, y Carmelino estuvo supervisando el parto – empezó a pasarme los dedos por el pelo -. Nos pidió que no te despertáramos y que te lo dijéramos por la mañana. Sabía que estarías muy nerviosa por lo de hoy y que te iba a costar dormir. Suspiré, más relajada. - ¿Sabes cómo ha salido todo? ¿Brendily y el bebé están bien? - Sí, Carmelino llegó por la mañana temprano. Fue un parto natural, muy rápido, y todo salió a las mil maravillas. Los dos están estupendamente – mi madre rió entre dientes -. Los niños de La Rush son fuertes como robles. Era el segundo hijo de Brendily y Manú, otro niño. Se habían casado hacía tres años y esos críos sólo se llevaban dos años de diferencia. Como siguieran así, esa casa se llenaría de lobos. Me reí hacia mis adentros al imaginarme la escena. Pero pronto la alegría fue barrida por los nervios. Eli era el que me iba a llevar al instituto y ahora tenía que ir sola. Sabía que el turno de noche de Manú era hasta las diez de la mañana y que Eliot no iba a poder llevarme. - ¿Por qué tuvo que ir Eli? – inquirí, algo irritada -. ¿No podía ir cualquier otro? - Es el otro Alfa – se encogió de hombros -, tendría que ir. - Pero son dos manadas. Manú es el Alfa de una y Eli el Alfa de la otra. ¿No podían buscarse la vida en la manada de Manú? Mamá se quedó algo pensativa y después se encogió de hombros otra vez. - Supongo que alguien tiene que supervisar las dos manadas – dijo. Algo no me encajaba. - Pero, ¿Manú no tiene un segundo al mando? Eli no está a todas horas patrullando con su manada sólo para supervisar – enfaticé esa palabra con rabia -, tiene a Hall como segundo al mando bajo sus órdenes que lo hace por él cuando no está. Ambas nos miramos, frunciendo los labios. Mi madre sabía que yo tenía razón. - Bueno, le diré a tu padre que investigue cuando vea a Eliot. No me gustaba que papá le leyera los pensamientos a Eli, por mucho que gritara, como decía él. Además… - Papá estaba aquí cuando Eliot vino a avisar, ¿no? - Sí – mamá se dio cuenta de mi intención en cuanto formulé la pregunta -, y no me contó nada, así que lo que nos dijo Eliot tiene que ser verdad. Seguía siendo raro, pero, aún así, seguro que Eli no había mentido. ¿Por qué iba a hacerlo? Él nunca mentía. No me encajaba, pero seguro que había alguna otra razón. - Bueno, ya me lo contará Eli – sentencié. Mamá asintió con una sonrisa. - Por cierto, ¿dónde está papá ahora? - Ha ido a la otra casa para hablar con Alice. - ¿Para hablar con Alice? – repetí. - Sí, como Eliot no puede llevarte al instituto, lo hará ella. Están discutiendo el tipo de coche adecuado. Genial. Ya no iba a ir sola. No iba a tener la mano de Eli, pero… - Vale – señalé la puerta de la cabaña con el dedo -. Entonces, voy para allá, a desayunar y eso. - Voy contigo. Salimos de la cabaña gastándonos bromas y riéndonos, sin embargo, se me hizo raro el caminar hacia la casa sin Eliot. Desde que era pequeña, venía todos los días de madrugada de La Rush en su forma lobuna y se echaba a dormir un rato bajo mi ventana mientras me esperaba. Le resultaba más fácil dormir a la intemperie como lobo y, aunque no era necesario, ya que en caso de emergencia estaba con mis padres, se sentía más seguro en esa forma si tenía que protegerme. En los últimos años, después de nuestro encuentro con los Welldof, nos visitaban de vez en cuando algunos vampiros curiosos que querían verme como si de un mono de feria me tratase, y no todos eran de fiar, por lo que mi familia y Eli siempre estaban en alerta. Esa era otra de las razones por las que mi familia se quería mudar. Cuando me levantaba, me asomaba a la ventana para avisarle y tirarle una de sus camisetas - tenía unas cuantas guardadas en la cómoda de mi habitación para que pudiera cambiarse - y cuando salía por la puerta, ya me esperaba como humano, vestido y todo. Después, desayunábamos juntos en la otra casa y charlábamos animadamente. Cuando mi padre me daba las clases en la enorme mesa de cristal del salón, él se sentaba a mi lado y me ayudaba con los deberes, casi parecía mi compañero de pupitre. A mi padre no le hacía mucha gracia, porque decía que me distraía, pero Eli no le hacía ni caso. A menudo se enzarzaban en alguna discusión sobre algún punto de la lección que estuviese dando, sobretodo en Historia, sin embargo, mi progenitor enseguida lo solucionaba diciendo que mi padre era él y que era el que decidía mi educación y formación. A Eli no le quedaba otro remedio que aguantarse en este asunto, aunque seguía protestando e interviniendo, para desgracia de mi padre. Excepto en las clases de piano. Eli solía quedarse mudo y ensimismado cuando me veía tocar. La verdad es que siempre se me había dado muy bien, al parecer, había heredado esa habilidad de mi padre. Cuando era más pequeña, muchas veces tocábamos juntos en el enorme piano de cola blanco que había en la esquina del salón. Me encantaba sentarme a su lado y jugar a competir con él para ver quién tocaba más rápido, o a copiar la pieza que interpretaba, mejor dicho, intentar copiar, porque mi padre era insuperable. Otras veces, me sentaba al piano sola y les dedicaba canciones a mis padres, a mi familia y sobre todo a Eli; todos me observaban engatusados, sin embargo, con él era diferente, su sonrisa era especial, siempre me hacía sentir la persona más importante del mundo. Incluso le grabé un CD para uno de sus cumpleaños con temas clásicos populares tocados por mí. Lo guardaba como oro en paño y era la única música clásica que escuchaba. Ahora a mí también me gustaba más otra clase de música, aunque seguía tocando de vez en cuando. Los vampiros curiosos que nos visitaban no eran vegetarianos y algunos alargaban sus visitas hasta el punto que decidían quedarse una temporada. Eso implicaba que salían de caza, así que también afectaban a la tribu de Eli, por lo que a media mañana se transformaba de nuevo e iba a La Rush con la manada y no regresaba hasta la tarde. Cuando lo hacía en su forma lobuna, yo salía en su busca, corriendo por el bosque; se transformaba y pasábamos el resto de las horas juntos, jugando o charlando entre los árboles o en nuestro rincón. En cambio, otras veces volvía en su Golf rojo y me llevaba a La Rush para que viese a Billy y al resto de los chicos de las dos manadas. Muchas veces, nos quedábamos en su garaje y me enseñaba cosas de mecánica o jugábamos con las piezas. Me encantaba observarle trabajar, el sitio, la grasa, el olor. Otras, nos íbamos a la playa a jugar con la arena y con el agua. En verano, solía llevarme a hacer excursiones por los bosques y acantilados de los alrededores, a recorrer a pie las sendas que había en parte del cauce del caudaloso río wuilbritlayute, a pescar, a pasear por las marismas cercanas a la playa para observar las charcas llenas de vida que se formaban con la bajamar, y a las fiestas tradicionales wuilbritlautes, en las que había juegos. Eran los únicos momentos de mi vida en los que jugaba con otros niños, aunque con mucho cuidado, claro, Eli y yo seguíamos las pautas de mis padres a rajatabla. También me llevaba a visitar a Bonjo, que cada vez que me veía abría los ojos como platos, aunque prefería no hacer preguntas y se limitaba a hacer su papel de abuelo, a abrazarme y besarme. Pero hoy no estaba a mi lado y, mientras caminaba con mi madre, se me escapaba la vista para ver si lo veía… Alice conducía el Volkswagen marrón metálico de mi padre a toda velocidad por la carretera que conducía al pueblo. Papá la había convencido para que me llevase en este coche, y menos mal, porque ella quería hacerlo en el flamante y caro Ferrari rojo que Josh le había regalado. Ya llamaba bastante la atención este coche de gama alta y yo quería pasar desapercibida como otra estudiante más, cosa que no casaba mucho con la tía Alice. La música estaba altísima y retumbaba en todo el vehículo, pero a ella no parecía importarle demasiado. Cantaba alegremente, igual de alto. Resoplé y bajé el volumen. - ¿Qué pasa? – preguntó mientras cambiaba de marcha -. ¿No te gusta la ópera? - Es que estoy un poco nerviosa y esta música me pone histérica – le respondí, apoyándome en el reposacabezas a la vez que miraba por el parabrisas. - Ya – hizo una mueca -. Te falta Eliot. La verdad es que sí. Estaba nerviosa por mi primer día en el instituto, mi primer contacto real y continuado con humanos completos, y necesitaba su apoyo y su calor. Pero también estaba preocupada por él y por la manada. Esos vampiros… ¿y si le había pasado algo, o a los chicos? ¿O a alguien de la tribu? Rodeé la muñeca derecha, donde tenía la pulsera, con la otra mano. - Espero que te guste tu habitación – espetó Alice de repente, seguramente para cambiar de tema y relajarme -. Lo he decorado de acuerdo a tus gustos. Ah, y también te he llenado el armario – dejó caer; yo puse los ojos en blanco y resoplé -. No empieces a poner caras raras antes de verlo – me advirtió antes de que yo pudiera acabar de resoplar -. He metido de todo un poco y creo que te gustará – me miró y frunció los labios -. Bueno, y tu madre también me ha ayudado – admitió. Si mamá la había vigilado, seguro que la ropa me gustaría un poco más. - Gracias – le dije con una sonrisa -, debió de costarte un triunfo no dejarte llevar. Suspiró. - Tu madre también es muy cabezota y puede ser muy persuasiva algunas veces. Cuando empezamos a adentrarnos en el pueblo, aminoró la velocidad a una normal. Nos quedamos en silencio y, después de un rato, me miró, traviesa. - ¿Quieres que te coja la mano y te acompañe hasta tu clase? - le puse cara como de no, gracias y se echó a reír con esa risa de duendecillo -. Creo que deberías de dejar esa manía de aferrarte a la mano de ese perro – empezó a hablar tan deprisa, que casi parecía que se iba a quedar sin aliento cuando empezaba la siguiente frase -. Eres como esos niños que siempre se agarran a su peluche y no lo quieren soltar y van con él a todas partes. Bueno, ahora eres mayor, empiezas al instituto y tienes que separarte un poco de él. Ya sabes que no dejan llevar mascotas a clase. Además, querrás que se te acerque la gente, ¿no? Si él fuera pegado contigo a todas horas… Cuando me dio tiempo a asimilar todas las palabras que iba soltando por esa boca, me aparté del reposacabezas para mirarla fijamente. - ¿Qué quieres decir? – la interrumpí. Aunque lo había dicho en tono de broma, no sé por qué había algo que no me gustaba nada en todo ese discursito, sobretodo lo de separarme de él. Ya la conocía bastante bien y cuando hablaba así de atropelladamente, escondía algo. Me miró con esos ojos dorados abiertos de par en par y puso cara de niña buena. - Nada, sólo era una broma – me dijo con una inocencia sobreactuada. Fruncí el ceño y abrí la boca para hablar, pero antes de que me diera tiempo, paró el coche. - Ya hemos llegado – su sonrisa delataba alivio. - Salvada por la campana – mascullé mientras abría la puerta para bajarme. Me apeé del coche y saqué la mochila del asiento de atrás. Cerré la puerta trasera con un suave portazo y suspiré. - Gracias por traerme – dije, sincera. - De nada, cuando quieras. Estoy aquí, por si tienes problemas. Asentí y la despedí con la mano, después, me encaminé hacia el edificio. Ahora sí que empezaba mi nueva vida. Era mi comienzo. El olor de la sangre humana era bastante fuerte y mis oídos se veían rodeados por cientos de latidos de corazón más lentos que el mío que bombeaban a diferentes ritmos y que provenían de todas partes. Nada que no pudiera controlar, al menos, al aire libre. Me giré y le levanté el pulgar a Alice en señal de que todo iba bien. Mi tía me sonrió, pero no se movió de su sitio. Me percaté de que la gente me miraba mientras caminaba hacia el centro, pero me imaginé que, siendo nueva y en un pueblo pequeño como Forbish donde se conocen todos, era normal. Respiré hondo y me adentré en el pabellón. Eliot y yo habíamos recogido el horario con mis clases la mañana anterior y mis padres se habían empeñado en hacerme un plano a mano alzada del edificio que me había estudiado en casa, con lo cual ya sabía a dónde tenía que dirigirme. Los pasillos y las aulas eran tan cual me los habían descrito mis padres. Ahora el efluvio que emanaba de la sangre humana era más intenso y también estaba más concentrado. Comencé a notar la acidez caliente de la sed al final de mi paladar, justo donde se junta con la garganta. Sin embargo, y como yo había esperado, tampoco se diferenciaba mucho de lo que sentía cuando estaba con mi abuelo o el resto de humanos que conocía. Era la misma sensación, sólo que un poco más fuerte, y, como me había pasado en el exterior, no era nada que no pudiera controlar perfectamente. Respiré aliviada y seguí caminando más tranquila, aunque otra cosa empezó a incomodarme, por vergüenza. El resto de alumnos se giraban a mi paso y se quedaban claramente boquiabiertos, así que aceleré un poco hasta que llegué a mi primera clase, que era la de Literatura. Cuando entré en el aula, ya había muchos compañeros en sus asientos, así que eché una ojeada rápida para ver dónde me podía sentar. Con mis ojos de medio vampiro enseguida vi una silla vacía al lado de una chica morena de estética gótica y me dirigí hacia ella para preguntarle si estaba libre. Me di cuenta de que nadie se sentaba ahí en el momento en que me acerqué y todos se giraron para mirarnos, luego me senté directamente. Ignoré a los demás. Por el rabillo del ojo observé con más atención a la chica que se sentaba a mi lado. Era morena, de pelo más bien castaño oscuro, largo y cardado. Iba entera de n***o: la sombra de ojos, la línea dibujada bajo ellos, los labios, la ropa y hasta las uñas. Tenía un piercing de aro en la nariz y era bastante pálida. Su camiseta negra tenía la foto de un grupo heavy que yo no conocía y llevaba unas botas con hebillas por encima de los pantalones. - Eres nueva, ¿no? – me preguntó ella de repente mientras masticaba un chicle. - Sí – asentí. - Me lo imaginaba – suspiró. Al girarse y mirarme me percaté de que tenía los ojos dorados y me llevé una sorpresa, pero enseguida me di cuenta de que eran lentillas. Además, olía a humana. - Me llamo Olga Matchister – y me extendió la mano. Me pareció un nombre muy normal para una chica como ella, casi hasta demasiado dulce. - Ali Knoch – rodeé su muñeca con las dos manos por encima de su chaqueta a modo de saludo, para que no notase mi temperatura. El señor Porlan entró por la puerta y posó su maleta encima de la mesa. Todo el mundo se quedó en silencio y prestó atención a su puesta en escena. Nos dio la bienvenida y empezó su discurso de primer día de clase, presentándonos las lecciones que íbamos a dar y los libros que tendríamos que leer. - ¿Qué horario tienes? – me preguntó Olga en voz baja mientras el señor Porlan seguía su disertación. Saqué el papel del bolsillo de mi pantalón y lo extendí en el pupitre. - Mi siguiente clase es la de Cálculo – dije, poniendo el papel en el medio de las dos. - ¡Anda! Es el mismo horario que el mío – sonrió con entusiasmo -. Si quieres, puedes sentarte conmigo en las otras clases – de pronto, cambió el semblante y bajó la mirada -, aunque, bueno, si no te apetece… - Claro, no conozco a nadie – le correspondí la sonrisa de antes y ambas nos reímos por lo bajo. Me extrañó que nadie se quisiera sentar con ella, me parecía una chica muy abierta y habladora. Me cayó bien. El resto de la clase continuó con un poco más de discurso y concluyó con la introducción de la primera lección. Las demás clases fueron más de lo mismo: sermones de bienvenida, esquemas de las lecciones, etc. A medida que escuchaba los discursos de las futuras lecciones, me fui dando cuenta de que este curso iba a ser muy fácil para mí académicamente, ya que había dado la mayor parte del contenido del curso con mi padre. A la hora del almuerzo fui con Olga a la cafetería, donde se iba a encontrar con sus tres amigas. Me había contado que, cosas del destino, no habían coincidido en ninguna clase. Insistió en que comiera con ellas y yo acepté, ya que no conocía a nadie más y no quería comer sola. Cuando llegamos a la mesa donde se solían sentar, me sorprendió lo distintas que eran las unas de las otras. Dos de ellas eran gemelas. Eran las típicas pelirrojas de ojos marrones con pecas, de pelo liso que les llegaba hasta los hombros, delgadas. Tenían la blanca piel llena de esos puntitos marrones, incluso las manos. La única diferencia entre ellas era que una llevaba flequillo y la otra no. Vestían muy diferente a Olga, más bien era un estilo más parecido al que llevaba yo ese día. La otra era una chica con el pelo teñido n***o azabache, ultra-liso, capeado y largo. Era muy guapa y llevaba bastante maquillaje, cosa que la hacía aparentar más edad. Estaba de pie, posando la bandeja de comida, y pude advertir que tenía muy buena figura, para ser una humana. Ésta vestía mucho más sofisticado que las demás chicas del instituto, con tacones de aguja incluidos. Sus ojos eran de color marrón oscuro y su tez era normal. Le habría encantado a Alice. - Hola, chicas, os presento a Ali Knoch – Olga me señaló con la mano mientras hablaba. - Hola – dije tímidamente. - Hola, nosotras somos Jellier y Allyson Joshlow – dijeron las gemelas a la vez. - Bueno, la del flequillo es Jellier y la otra Allyson – matizó Olga, riéndose las tres. - Y yo soy Barbie Morques – ésta me sonrió con educación, pero me pareció que lo hacía sólo por eso. - Bueno, ahora que ya las conoces, vamos a por nuestra comida o nos quedaremos sin nada en un abrir y cerrar los ojos – Olga me empujó suavemente hacia la cola -. No sabes cómo come aquí la gente. Cogimos las bandejas y nos pusimos a la cola. Mientras esperábamos y avanzábamos lentamente, me di cuenta de que Barbie no dejaba de mirarme de arriba abajo. - Sólo te tiene envidia – me dijo Olga cuando se dio cuenta y vio mi cara de extrañeza. - ¿Envidia? ¿A mí? – ahora sí que estaba sorprendida. - Claro, mujer - se rió -. A ella le encanta ser el centro de atención, y ahora llegas tú, y se lo quitas. Es buena tía, pero tiene ese defecto – se encogió de hombros -. No te preocupes, pronto se le pasará y le caerás bien, ya lo verás. Llenamos las bandejas de comida y nos sentamos a la mesa. - Menuda lata – se quejó Barbie, dirigiéndose a Olga -. Estamos todas separadas en todas las clases. - ¡Nosotras no! – exclamaron las gemelas al unísono. - Nos ha tocado a las dos juntas en todas las asignaturas, excepto en Cálculo – siguió Allyson. - ¡Qué suerte! – Barbie se acicalaba el pelo con la mano y hablaba a la vez – Yo tengo un compañero diferente en casi todas. - Pues yo me siento con Ali en todas las clases – contestó Olga, mirándome -. Tenemos el mismo horario. Barbie me observó mientras se comía su ensalada de lechuga, tomate y poco más. - Tienes un nombre bastante raro, nunca lo había oído – me dijo, pinchando las hojas de lechuga con el tenedor. - Bueno, en realidad es una especie de diminutivo. - ¿Y de dónde viene? – preguntó Jellier. - De Alexandria. Se quedaron boquiabiertas durante unos segundos. A Barbie se le cayó el trozo de tomate que había pinchado, mientras me miraba con cara de espanto, y las otras tres seguían con la boca abierta. Me dio un poco de risa. - Sí, lo sé – suspiré -. Es un nombre rarísimo. Por eso me llaman Ali, es más sencillo y a mí me gusta. Eso me hizo recordar a Eliot, puesto que había sido él el que me había puesto ese nombre. - Alexandria – repitió Allyson, sacándome de mis pensamientos. - Mi madre tuvo la feliz idea – maticé esa palabra con sarcasmo  – me encogí de hombros. - ¿De dónde eres? – quiso saber Jellier. Eso no estaba dentro del plan. Cogí el kétchup y empecé a echarlo lentamente encima de mis patatas para darme tiempo a pensar. Cuando terminé, ya tenía la respuesta. - Bueno, nací aquí en Forbish, pero he llegado hace poco de Deleinle. Había estado allí hacía dos semanas con mis padres para ver a Bali y a su familia, así que no era mentira. Otra vez recordé a Eli, en lo muchísimo que lo había echado de menos durante mi estancia en Deleinle. No había dejado de pensar en él en toda esa semana, en si estaría bien, en qué estaría haciendo en cada momento, en si me echaría tanto de menos como yo a él... Y eso que nos habíamos llamado todos los días y hablábamos durante horas. Todavía recordaba el larguísimo abrazo que nos habíamos dado a mi regreso, cuando él ya me esperaba en el porche de la casa grande. Olga se quedó pensativa durante un rato, pero no tardó en preguntarme. - Tu apellido me suena mucho. Tu padre no será el famoso doctor Knoch que estaba en el hospital hacía unos meses, ¿no? Esto ya era otra cosa. Seguí mi plan al pie de la letra. - No, en realidad es mi tío. Vivo con él y su mujer – seguí contando mi historia para evitar el interrogatorio -. Mis padres se quedaron en Deleinle, pero yo me vine porque aquí tengo mis raíces y a mis amigos – eso lo improvisé. - Ese hombre se conserva muy bien – me dijo Olga -. No sé cuántos años tiene, pero aparenta unos treinta y poco. - Ni siquiera yo sé cuántos tiene en realidad – eso era verdad -. Y él no lo dice nunca, es muy coqueto y se cuida mucho. - Los famosos Knoch – masculló Barbie -. Entonces, tus primos son los Knoch que vinieron a este instituto. ¿Mis primos? No me había dado cuenta de ese detalle. Ahora mis padres y mis tíos eran mis primos, y mis abuelos eran mis tíos, qué enredo más gracioso. - Pues sí – se hizo un pequeño silencio y cambié de tema, no quería más preguntas -. Así que os ha tocado separadas a todas. - Eso parece – suspiró Barbie -. A todas, excepto a estas dos – y señaló a las gemelas. - Nosotras siempre estamos juntas – dijo Jellier. - Somos una – continuó Allyson. - ¡Nadie nos puede separar! – exclamaron las dos a la vez, levantando los tenedores al aire. Las dos se miraron y se echaron a reír. Su complicidad y sincronización me recordó una vez más a Eliot, a nosotros. De pronto, la palabra separar hizo que me acordara del atropellado discurso de Alice de esta mañana mientras me traía al instituto, y noté un pinchazo en el estómago. Se me fue el apetito al instante. ¿Por qué lo habría dicho? Durante el resto del día - después del almuerzo -, ya no podía prestar atención al resto de disertaciones de bienvenida y presentaciones de las lecciones de las clases que me quedaban, aunque no me perdía nada, casi me los sabía de memoria, eran más de lo mismo. En lugar de eso, no podía dejar de hacerme preguntas y de pensar en Eli. ¿Qué había querido decir Alice? ¿Es que me estaban ocultando algo? ¿Tendría algo que ver con que Eliot no me viniera a buscar esta mañana? Entonces, un estremecimiento me recorrió el cuerpo cuando una vaga ocurrencia se me pasó por la cabeza. Vaga, porque incluso mi cerebro se negaba siquiera a insinuarlo. Me subió de los pies a la cabeza, rápido como el chispazo que sale al encender una cerilla, sólo que este era frío, helado. A… Eli… le… ha… pasado… algo, tuve que obligarme a pensar las palabras una por una. La profesora de Historia seguía escribiendo las lecciones del curso en la pizarra, cuando me levanté de sopetón del pupitre, arrastrando conmigo la silla. Me levanté tan deprisa, que la silla salió despedida hacia atrás y chocó con la mesa posterior, produciéndose un ruido metálico por el deslizamiento de las patas. Toda la clase, incluida la maestra, se giraron después del sobresalto inicial. Olga me miraba con el rostro aún más pálido de lo que lo tenía normalmente, seguramente porque ni siquiera se había dado cuenta de que me había levantado, dada la velocidad con que lo había hecho. - ¿Señorita Knoch? – preguntó la señora Lafayet con un tono claramente irritado en la voz. El nudo de mi garganta me hacía daño. Intenté que mi voz pareciera lo más segura posible. - Tengo que llamar por teléfono. Es urgente – susurré al final. La señora Lafayet se quedó mirándome durante unos segundos, analizando mi rostro de súplica, y asintió. Cogí el móvil que mi padre me había metido en la mochila y salí disparada, como lo haría una humana, hacia el pasillo. Siempre había odiado esos trastos, pero en ese momento me pareció el mejor invento del mundo. Todos siguieron mis pasos con las cabezas. Una vez fuera de la clase, cerré la puerta y marqué el teléfono de Eliot a la velocidad de un cohete. Si llamaba a mi casa y había pasado algo, seguirían con la farsa y no me enteraría de la verdad. El tono del teléfono sonó cinco veces y nadie lo cogía. Seis. Siete. Ocho. Nada. Me enganché el pelo de raíz con la mano mientras daba cortos paseos de acá para allá con nerviosismo. Once. Doce. Trece… Estaba a punto de colgar, ya desesperada, cuando alguien descolgó el teléfono. - ¡¿Eli?! – de un brinco, me puse contra la pared, con la cabeza gacha, y apoyé la mano con el brazo estirado. Me temblaban las piernas. - No, soy Billy. ¿Eres tú, Ali? - Sí, ¿está Eli? - No, no está aquí. ¿Qué te pasa? Pareces nerviosa. Tal vez Billy no supiera nada. Tenía que ser cauta y actuar con sutileza. - No, nada – intenté relajar el tono de mi voz -. ¿Sabes dónde está? - Está en su garaje. ¿Te ha pasado algo? ¿Quieres que le llame para que se ponga? Cerré los ojos y respiré aliviada. Me di la vuelta y me apoyé, más calmada, en el paramento.
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