NIÑA DE CRISTAL. part 2

2545 Words
- ¿Qué pasa? – preguntó. - ¿Cómo lo haces? – levanté la mirada y le miré de nuevo. Eliot entornó los ojos y sonrió. - ¿El qué? - Hace un momento eras un lobo y ahora eres humano. ¿No te resulta raro? - No, estoy acostumbrado – dijo, encogiéndose de hombros. Luego, de repente, se paró en seco y me miró con los ojos llenos de preocupación -. ¿Es que a ti sí? - ¿Cómo? – de pronto, me di cuenta de que me estaba malinterpretando -. No, no, por supuesto que no, Eli. No me refiero a eso. Que seas un lobo, me gusta - él sonrió, aliviado, y yo seguí hablando -. Es sólo que me gustaría saber cómo te sentiste cuando cambiaste tan de repente. Me refiero al… cambio físico... No pude terminar la frase. Por primera vez en mi vida, sentí un poco de vergüenza al hablar de algo con Eliot. Nunca antes me había parado a pensar en que él era un chico y yo, ahora, una chica, y hablar con él de un tema como ese, tan femenino, tan íntimo… empecé a sentir mucho calor en las mejillas, cosa que jamás me había sucedido. Eli se percató de mi rubor y se quedó mirándome durante un minuto. Me miraba de forma extraña, fijamente, como embobado, maravillado. No era como cuando me miraba de pequeña. Había algo raro en sus ojos, era una mirada nueva. Sin saber por qué, mis mejillas se encendieron aún más ante su reacción. - ¡Ay, Eli, basta! – le di un pequeño empujón en el brazo, molesta -. ¡No me mires así! - ¿Por qué no? – me dijo, sonriendo. - Porque es muy incómodo. - ¿Es que ahora te sientes incómoda cuando te miro? – su sonrisa se ensanchó todavía más. - Si me miras como un tonto, sí. Ladeé la cabeza al lado contrario al que estaba él y me crucé de brazos, enfadada. Se quedó callado un rato. - Vale, perdona – dijo finalmente. Giré la cabeza de nuevo en su dirección y vi que sonreía, pero que ya no estaba de broma. Cuando solté los brazos, me cogió de la mano y empezamos a caminar. - No tienes de qué preocuparte, es algo natural. Te acostumbrarás enseguida - al parecer, ya se había dado cuenta de lo que me tenía en vilo, y de que también me daba vergüenza, porque miró para otro lado mientras me hablaba para que no tuviera que mirarle y me pusiera colorada. No le veía bien la cara, pero parecía un poco más serio que antes -. Lo único que tienes que hacer es no pensar tanto en ello, ni darle tanta importancia. Sonreí. Eliot siempre daba en el clavo. A veces, parecía que también él podía leerme el pensamiento sin que le pusiera la mano en el rostro. - ¿Eso es lo que hiciste tú cuando empezaste las transformaciones? - Bueno, mi caso es un poquito diferente al tuyo, ¿sabes? - dijo en tono de broma -. Yo me transformé en un lobo y tú… - me miró con su sonrisa burlona - te has transformado en la bonita Caperucita Roja - y me puso la capucha que llevaba mi sudadera de ese mismo color. Le di un codazo mientras me la quitaba y nos echamos a reír. - No te rías de mí – me quejé entre risas -. Lo estoy pasando bastante mal. - Pero, ¿por qué? Tú no te has convertido en un bicho raro como yo – bromeó. Tan pronto como mencionó las últimas palabras, se me subió un nudo a la garganta y fui incapaz de hablar. Si lo hacía, se me saldrían las lágrimas de los ojos. Eli se dio cuenta enseguida. ¿Seguro que no podía leerme el pensamiento? - Eh, eh… - me susurró mientras se ponía frente a mí y me cogía de los hombros -. No irás a llorar, ¿no? Me caí sobre su pecho y empecé a sollozar como una tonta. Él me abrazó y nos quedamos así un rato. - Oye - me cuchicheó al oído, al final -. Me estás mojando la camiseta, y es la única que tengo aquí. Voy a tener que ir a buscar otra como sigas empapándomela de esa manera. Alcé la vista para ver su blanca y perfecta sonrisa. Respiré hondo y asentí. Me cogió la barbilla con su mano caliente, me enjugó las lágrimas y levantó mi rostro. - Ahora, dime, ¿qué es lo que te preocupa tanto? Todavía estaba algo compungida y no podía hablar, así que le puse la mano en la mejilla… …y se la quité de inmediato. ¡Menos mal que me había dado cuenta a tiempo! Si le dejaba leer y, sobre todo, ver mis pensamientos, seguro que vería las imágenes que veía yo todas las mañanas reflejadas en el espejo. Otra vez el fastidioso asunto de chico – chica y otra vez el cambio de color de mi rostro. Eliot frunció el ceño y se quedó con la boca entreabierta, perplejo y confundido por mi extraña reacción. Nunca antes había hecho eso. - Mejor te lo explico yo - le dije antes de que le diera tiempo a hablar, mientras me separaba de él y paseaba de aquí para allá con el fin de disimular. Y de paso, para que me diera un poco el aire. Con el calor que desprendía su cuerpo, no se me quitaría el color en la vida. - Vale, de acuerdo – asintió, sonriendo de nuevo y levantando la mano hacia mí -. Te escucho. Ya no notaba el rubor en mi cara, así que sentí cierto alivio. Caminé hacia el rincón donde estaba el tronco en el que siempre nos sentábamos. Eliot me siguió en silencio. Era el tronco de la parte superior de un viejo árbol enorme que se había caído, grueso, envejecido por el tiempo y el sol. El gran árbol debía de haberse partido debido a una tormenta, ya que lo que quedaba de él todavía tenía las señales del rayo que lo había seccionado. Lo que antes había sido la copa se extendía en el suelo y ahora no tenía hojas, se perdía entre los helechos y la vegetación, y lo que sobresalía de las gruesas y torcidas ramas estaba cubierto de un musgo de color verde intenso, ya que siempre estaba en sombra. El resto del tronco reposaba sobre un montículo natural de tierra, rocas y vegetación y, aunque se encontraba rodeado de más árboles inmensos, el sol conseguía penetrar por un pequeño claro que quedaba entre las copas cuando se dignaba a salir, y lo hacía muy agradable. En primavera, la vegetación y la hierba de alrededor florecían, quedando bajo nuestros pies una alfombra de diferentes flores de color blanco, amarillo y malva. Solía cogerle flores silvestres allí a mi madre. Siempre me había parecido un lugar como de hadas, un rincón mágico dentro del bosque. Me senté en nuestro tronco y Eliot hizo lo mismo. - Últimamente me siento rara - suspiré y miré al frente para que me fuera más fácil hablar -. He cambiado tanto en un solo mes, que cuando me miro al espejo, no me reconozco, y… es difícil para mí - conforme lo iba soltando, me sentía un poco más aliviada -. Yo sí que me siento como un bicho raro. Se está convirtiendo en una especie de trauma, ni siquiera quiero mirarme en el espejo. Cada poco hay algo nuevo. Cuando ya empiezo a asimilar algo, viene otro cambio. No sé cuándo parará esto. Eli apoyó el brazo en la rodilla, se inclinó, girándose hacia mí, y me echó una lenta mirada descarada de arriba a abajo. Una sonrisa burlona curvó sus labios. - Pues, como sigas así, nena, voy a tener que acompañarte hasta la puerta de clase para abrirte paso en los pasillos del instituto. Puede que hasta tengamos que ir nadando entre las babas. Aunque tú no sabes nadar, ¿no? - ¡Eli, por favor! – estaba que echaba humo. No me lo podía creer. Yo me estaba abriendo, contándole un asunto tan serio e íntimo, y él se limitaba a reírse de mí. Si este iba a ser su comportamiento (ahora se estaba carcajeando) no le iba a hablar de esto nunca más -. ¡No volveré a contarte nada jamás! - ¡Era una broma! ¡Sólo lo hice para quitarle un poco de hierro al asunto! – Se rió un poco más, pero al ver que yo no cambiaba el gesto, carraspeó y se puso un poco más serio -. Vale, vale - me miró con los labios fruncidos, pensando - Ahora voy a ser bueno, ¿vale? Lo que te voy a decir va en serio - hizo una pausa antes de hablar de nuevo, como esperando a que yo dijera algo. Me limité a asentir -. Creo que deberías mirarte más en el espejo, enfrentarte a él. Tal vez si lo hicieras e intentaras mirarte con buenos ojos, siendo más positiva, te aceptarías y te acostumbrarías primero. Aunque tú no lo creas, te entiendo perfectamente. Por supuesto que me entendía. Él había tenido que pasar por algo parecido. Nunca me había hablado de ello con detalle, pero por lo que sabía, me imaginaba lo que había tenido que pasar. Me sentí un poco culpable por enfadarme algo con él, tan sólo intentaba animarme. Nos miramos a los ojos y me sonrió con dulzura al ver mi cara de arrepentimiento. Le correspondí la sonrisa y ambos agachamos la cabeza para mirar al suelo. Se hizo un pequeño silencio. - ¿Tú te enfrentaste al espejo? - Bueno, sí – se rió -. Una cosa así. Mi espejo fue tu madre. - ¿Mi madre? – pregunté, extrañada. Eliot levantó la mirada del suelo y miró al horizonte. - Cuando empecé con las transformaciones, me veía a mí mismo como un monstro – explicó con el tono de voz más bajo -, y no sabía si tu madre me vería del mismo modo. Manú me prohibió verla y también contarle nada porque decía que era peligroso, que podía hacerla daño. Luego, vi que así la hería más y decidí hacer todo lo posible para que supiera mi secreto. Cuando por fin lo adivinó, tuve que enfrentarme a su veredicto. Si me veía como a un monstro, seguramente no volvería a verla en la vida y yo me odiaría a mí mismo para siempre, pero tenía que ser valiente, pasara lo que pasara. No hay nada peor que la incertidumbre. Y si, por el contrario, me aceptaba como era, ¿por qué no iba a hacerlo yo? – giró la cabeza para mirarme -. Ya sabes cómo acabó la historia. Me mordí el labio y me quedé pensativa. - ¿Qué pasa si no me gusta mi veredicto? – susurré, mirando a los helechos del terreno -. ¿Qué pasa si…? Eli interrumpió mi frase y me obligó a alzar la vista. - Si no te miras, nunca lo sabrás - me miró a los ojos y me habló con un susurro -. No seas tonta y mírate al espejo, Ali. Mírate y verás que sigues siendo tú misma. La misma Ali de siempre. La Ali que yo adoro y que siempre adoraré, sólo que más mayor. - ¿Ese es tu veredicto? – pregunté con una sonrisa. - Por supuesto - me respondió él con otra -. Ali, la mujercita. La película se desvaneció en mi mente como si una ráfaga de aire se llevara un castillo de arena seca. Suspiré. Sabía que no podía seguir huyendo de mi misma. Había culpado a mi padre de tenerme en una especie de burbuja como si fuese una niña de cristal, sin darme cuenta de que yo misma estaba haciendo lo mismo en este tema. Me metía yo sola en la burbuja todas las mañanas. Si quería ser una adolescente normal, tenía que aceptar que ya no era una niña, enfrentarme a los cambios de mi cuerpo y asumirlos de la manera más natural posible. Las demás niñas tenían más tiempo para eso, pero yo tenía que ser fuerte y hacerlo en dos meses. ¿Cómo iba a hacer cosas tan normales como, por ejemplo, cambiarme en un vestuario con otras chicas, si me asustaba de mi propio cuerpo? Quería integrarme bien, y eso incluía esas cosas. Tenía que mirar mi cuerpo de forma positiva y reconocerlo como mío. Ali, la mujercita, me repetí a mí misma, sonriendo. Respiré muy hondo, solté el aire poco a poco y abrí los ojos. Miré fijamente la imagen del espejo, mi imagen, sin apartar la vista. Me miré de arriba a abajo, lentamente. Una, dos, tres veces. Empecé mi propio examen, intentando poner todo de mi parte en ser positiva. Observé que mi pecho había vuelto a crecer. Esos sujetadores me los había comprado la semana pasada y ya no me servían. ¿Es que esto no iba a parar nunca? Bueno, no es que me molestara especialmente, pero tendría que volver a comprar más. Era un poco molesto, sin embargo, y esforzándome en ser positiva, supuse que me acabaría acostumbrando y al final puede que hasta me gustase. También percibí que era un poco más alta, ahora medía más que mi madre, ya llegaría al 1,70. Pasé de medirme, tenía buen ojo para eso. Mis piernas eran largas y bien contorneadas, bonitas, mi cintura, estrecha, mis caderas eran un poco más anchas, en total consonancia con los hombros, y mi cara seguía siendo más o menos la misma, sólo que un poco más femenina y menos redondeada. Según me iba fijando, me fui dando cuenta de que había cosas en mí que no habían cambiado tanto. Eso era un alivio y me sentí un poquito mejor. Me acerqué un poco más al espejo y empecé a buscar esas cosas. Mi pelo seguía siendo casi igual. Era largo y de color bronce, como el de mi padre, lo único que había cambiado es que ya no lo tenía tan rizoso como de pequeña. Ahora el rizo empezaba a la altura de las mejillas, era mucho más abierto y el pelo parecía más suelto, con más movimiento. Hice una mueca de aceptación, eso me gustaba. Ahora entendía por qué la tía Katy se empeñaba siempre en hacerme peinados. Mi piel seguía siendo igual de impenetrable, si bien era muy suave al tacto y su temperatura había descendido hasta los 40º, y seguía teniendo esa luminosidad especial, aunque podía pasar por la de una humana perfectamente. Mis ojos también eran los mismos. Del mismo color marrón, igual de brillantes y expresivos. Hasta conservaban un pequeño matiz infantil que me gustó y me hizo sonreír. Incluso mi sonrisa era la misma de siempre. Había hecho bien en contárselo a Eli. Gracias a su consejo, ahora estaba más relajada. Me alejé unos pasos del espejo y eché una última ojeada para hacer mi veredicto: La misma Ali de siempre, pensé. Sólo que más mayor.
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