NIÑA DE CRISTAL.

4942 Words
Era muy temprano. El sol me despertó cuando entró con sus primeros y débiles rayos por mi ventana, colándose con facilidad por la textura de esas cortinas. Eran unas cortinas ligeras de un color rosa pastel que dejaban traspasar la luz, pero nada sencillas, ya que estaban rematadas con unas caídas y unos bordados muy elaborados en un rosa más fuerte que les daba un aspecto elegante y antiguo, como de otro siglo. Por supuesto, las había escogido la tía Alice hacía cuatro años. Antes de que mis padres decidieran que la habitación que me había puesto Esmeralda ya no era adecuada para mí porque yo ya no era tan pequeña y que había que cambiarla, aparecieron todos los muebles y complementos en el cuarto como por arte de magia, edredón y cortinas incluidas. A mamá y a mí no nos gustaba nada, y menos las cortinas y el edredón a juego, pero nunca le habíamos dicho nada, porque no queríamos herir sus sentimientos y, además, ella era muy buena haciéndote sentir culpable. Alice, en cambio, estaba muy orgullosa de su decoración y, para mi desgracia, decidió dejarla así todos estos años, cosa rara en ella. Pero hoy era la última mañana que me iban a despertar esas horribles cortinas. Seguía con los ojos cerrados y una pequeña sonrisilla curvó mis labios sólo de pensarlo. Ya no tendría que soportarlo más tiempo. Esa noche ya dormiría en mi nuevo cuarto: la que había sido la habitación de mi padre en la casa grande. No era una independencia total, pues el resto de mi familia vivía allí, pero por lo menos estaría a salvo del continuo escáner mental de mi padre y tendría algo más de intimidad. Ya sabía que papá no lo hacía adrede, que no lo podía evitar, que le resultaba duro que hubiera crecido tan rápido en sólo seis años, pero una vez que se metía en mi cabeza y se ponía en ese plan sobreprotector, ya no había nada que hacer. La sonrisa de mi cara desapareció cuando recordé el día en que le había dicho que iba a ir al instituto y que ya me había matriculado. Eli me había hablado de su instituto de la reserva muchas veces. Me había relatado todas aquellas divertidas historietas y anécdotas suyas junto con sus amigos Quinbrit, Brend y el resto de los chicos de La Rush, de las bromas, la camaradería, los profesores raros. Y claro, como siempre, mi padre tildaba a Eliot de bocazas, no con esas palabras, por supuesto, y le echaba la culpa de que yo me hubiera empeñado con tanto ahínco en ir al instituto. Quería seguir dándome él mismo las clases. No quería que me ocurriera nada malo, ni que nadie me hiciera daño. Según él, no había ninguna razón para que no diera las clases en casa hasta que dejara de crecer tan rápido, con esos cursos a distancia, bajo su vigilancia y protección, tanto académica, como personal. Pero mi crecimiento ya se había estancado mucho y él no quería verlo. Sabía que no tendría un profesor mejor que papá - de hecho, iba muy adelantada en mis estudios -, que lo decía porque creía que era lo mejor para mí, pero él no me comprendía ni me entendía, como sí lo hacía Eli. No era que Eliot me hubiera hablado del instituto para convencerme, ni nada por el estilo. Lo había hecho porque yo se lo había pedido, y él se había dado cuenta de lo sola que me sentía en casa, sin compañeros, sin anécdotas ni historias. Me sentía un bicho raro, como uno de esos niños de cristal que no pueden salir de su burbuja para que no les afecte el mundo exterior. Quería vivir como una adolescente normal, sin perderme nada, con sus problemas de adolescentes, exámenes y todo. Y papá lo sabía, por supuesto, sólo tenía que meterse en mi cabeza, pero luego me daba uno de esos discursos suyos sobre mi seguridad y la de la familia y ya no se podía hablar con él. Y mamá estaba entre dos aguas. Por una parte, decía que me entendía, pero por otra, apoyaba a mi padre, como siempre. Me decía que papá lo hacía por mi bien y que a él nada le dolía más que el que yo estuviera así, pero que tarde o temprano me daría cuenta de que era lo mejor para mí y que se me pasaría. ¿Que se me pasaría? Como si esto fuera un simple capricho. No me entendían en absoluto. Por eso decidí matricularme sin decirles nada. Eliot me buscó varias opciones, pero al final me decanté por el instituto de Forbish, el mismo al que habían ido mis padres. Eli se tronchó de la risa cuando le dije mi elección. - ¡Ya verás cuando se enteren tus padres! – Dijo entre risas - ¡No sé por qué me da que se van a cabrear! – como siempre, todo lo que fuera enfadar a mi padre le encantaba. Pero yo lo tenía todo pensado. La gente de la misma promoción de mis padres ya ni siquiera vivía en Forbish, a mí no me conocía nadie, podía decir que era sobrina de Carmelino, o incluso de mi propio padre, de ahí mi apellido; y Eliot no iba a ser un problema si lo veían por ahí. Él no tenía que esconderse, aunque aparentaba unos veinticinco años, tenía veintidós y quedaba totalmente natural; y la gente de Forbish estaba acostumbrada a verle cuando iba a visitar a Bonjo o pasaba por el pueblo. Nadie iba a sospechar nada. Era perfecto. Yo me matricularía en el segundo curso. En realidad, a mis seis años era como si ya tuviera unos dieciséis o diecisiete. Mi nivel académico era superior, pero quería disfrutar de mi vida en el instituto al menos dos años; lo de la universidad, ya se vería. Además, Bonjo estaba cerca y así podría ir a visitarle de vez en cuando, eso sin mencionar lo mejor de todo y más importante: que La Rush estaba a un paso y podría ir a ver a Eliot, a Billy y a los chicos cuando quisiera. Sólo me faltaba un detalle. No tenía vehículo ni carnet, pero éste último ya me lo sacaría y el coche… bueno, seguro que Eli encontraría alguna solución. Podía arreglarme uno de segunda mano o algo. A papá casi le da un patatús cuando Eli y yo se lo dijimos, mejor dicho, cuando nos leyó la mente. Si no fuera porque ya es blanco de por sí, juraría que se había quedado pálido y todo. Cuando entramos por la puerta de la casa, donde estaban todos, y vi su rostro y su expresión severa, me aferré a la mano de Eli, como siempre hacía cuando estaba asustada, y tragué saliva. Era la primera vez que desobedecía a mi padre. Su mirada era una extraña mezcla de desilusión e ira, hasta creí escuchar un ligero gruñido de su garganta, y ni agarrando la mano de Eliot se me quitaba el miedo. No era miedo físico, por supuesto, sabía que papá nunca me haría daño. Era el típico temor que le tiene un hijo a su padre cuando le desobedece y le ha pillado, sólo que, en este caso, tu padre, aunque aparenta tu misma edad, es un vampiro y los ojos dorados le van cambiando de color conforme se va enfadando, cosa que da bastante terror. Tenía la garganta tan seca, que creí que mis cuerdas vocales no iban a poder emitir ni un sonido. Me planteé entonces no decirle nada. Total, para qué, si ya se había enterado, pero cuando miré a Eliot y vi su postura totalmente despreocupada y su sonrisa alegre, me relajé un poco. Si no fuera porque le sujetaba la mano, se hubiera sentado tan tranquilito en el sofá. Me apretó la mano una vez para darme ánimos y me lancé. Decidí que, aunque ya lo supiera, lo mejor era contárselo yo igualmente, dejar que las palabras salieran de mi boca. Además, mi madre y el resto de mi familia nos miraban con preocupación y seguro que también se querían enterar de qué iba el asunto. Mi madre nos miraba a papá y a mí con el rostro desconcertado y un tanto asustado, intentando leer nuestras expresiones. La verdad es que la de mi padre daba mucho miedo, sobre todo cuando miraba a Eli, en cambio éste estaba tan normal. Me di cuenta de que el toque de ira de su mirada iba más bien dirigido a Eliot. Alice tenía el ceño fruncido y se mordía el labio con desesperación. Llevaba muy mal el no poder vernos el futuro ni a Eliot ni a mí, le ponía de los nervios. Siempre me pregunté por qué yo había tenido tanta suerte, y le daba gracias a Dios de ser inmune por lo menos a uno de los poderes de mi familia, y además al peor de todos. Era un alivio estar libre de ser vigilada las veinticuatro horas del día, ya tenía bastante con tener que pensar en otras cosas cuando estaba cerca de mi padre. Josh estaba en alerta por si tenía que usar sus dotes de relajación, Carmelino, Esmeralda y Katy permanecían a la espera, expectantes, con un tono de preocupación en los ojos, y Brend estaba con los brazos cruzados y era el único junto con Eliot que sonreía de oreja a oreja. - ¿Ya es oficial? – espetó Brend, sonriendo y guiñándole el ojo a Eli. La tía Katy le dio un codazo, enfadada, y Brend se carcajeó. Los demás no dijeron nada, se limitaron a mirar con precaución a mi madre, que tenía una cara de espanto, como si hubiera visto un fantasma o algo parecido. Ahora oscilaba la mirada de Eli a mí y de mí a Eli. El único que permanecía con la misma expresión era mi padre. Yo no entendía nada. ¿Que si era oficial el qué? Me imaginé que se refería a mi matricula. Mi padre debía de habérselo contado todo al resto de la familia. Eliot miró a mi madre, puso los ojos en blanco y suspiró. - No, no tiene nada que ver con eso. Aún es pronto – dijo, sonriendo. Mi madre pareció relajarse un poco. Luego, miró a mi padre más serio –. En primer lugar, quiero que te relajes, ¿vale? Ali ya no es una niña, es como si ya tuviera unos diecisiete años y ya es bastante mayorcita como para elegir su vida y vivirla como le dé la real gana – le soltó a mi padre, que seguía con cara de pocos amigos –. Además… - No, Eli, deja que me explique yo – le interrumpí. Si seguía hablando él, iba a empeorar las cosas. Tragué saliva una vez más para proseguir… …pero mi padre alzó la mano para detenerme antes de que pudiera abrir la boca y mi madre le miró enfadada. - ¡¿Qué está pasando?! – bufó ella. - Alexandria se ha matriculado en el instituto – la expresión en el rostro de mi padre mientras me miraba era indescriptible. - ¿Qué? – mamá me miró también cabreada, aunque había una nota de alivio que no comprendí en sus pupilas. Eli puso los ojos en blanco otra vez. - Y lo peor no es eso – siguió mi padre –. ¡Lo peor es que se ha matriculado en el instituto de Forbish! ¡Es lo más imprudente que podía haber hecho! Una paleta de emociones pareció dibujarse en el rostro de mamá. Yo creo que pasó del asombro a la perplejidad y del horror a la furia en una décima de segundo. En ese momento, deseé no ser mitad vampiro para no darme cuenta de tales reacciones. - ¡Escúchame, mamá! ¡Por favor! Sabía que si convencía a mi madre, el resto estaba hecho, mi padre nunca le negaba nada. Además, él era más duro de pelar. Ella había sido humana hacía poco tiempo, en esta época, y podía comprenderme mejor. Nos parecíamos demasiado, lo entendería. Aunque prefería no hacerlo porque me sentía más segura de mí misma, me solté de la mano de Eliot y me acerqué a mi madre con los ojos llenos de súplica. – ¡Deja que te lo explique todo con detalle! ¡No es un simple capricho! – alcé la mano para ponérsela en el rostro. Mamá me miró todavía enfadada y suspiró. Cogió mi mano y se la colocó en la mejilla. Mientras le dejaba internarse en mi mente, el resto de mi familia permanecía inmóvil, parecían estatuas de mármol. Mi padre no le quitaba ojo a mi madre, trataba de estudiar sus gestos mientras él mismo leía a la vez mi mente. Una ráfaga de alivio recorrió mi estómago cuando mamá me miró a los ojos y vi en los suyos la comprensión. Me acarició la cara con su fría mano, exhaló y me sonrió, asintiendo. Me entendía, por supuesto que me entendía. El semblante de mi padre era un collage de expresiones indescriptibles: incredulidad, enfado, desilusión, pena, más enfado… Después de un rato, le retiré la mano de la cara y me acerqué a Eli para cogerle la suya de nuevo. Miré a mamá, a la espera. - Yudith, es peligroso – gruñó papá. - ¿Qué opinas, Carmelino? – preguntó ella, ignorándole. Entonces, se giró para mirar al resto y lo explicó todo con un tono objetivo, casi como si estuviera dando las noticias. Les relató mis razones y mis planes. Eso me alivió un poco, pues así no tenía que contarlo todo con palabras, cosa que me resultaba más difícil que lo de la mano, pero tampoco me apetecía ir uno por uno con la manita y pensar una y otra vez lo mismo. Una vez que mi madre acabó su exposición, se hizo un pequeño silencio. Papá seguía enfadado y yo apreté otro poco más la mano de Eli, a la espera de la decisión. Necesitaba ese apoyo para no acobardarme y echarme atrás. Menos mal que era un hombre lobo y no le hacía daño, si hubiera sido un chico normal, se la hubiera roto. Durante ese intervalo, en el que Carmelino adoptó un gesto pensativo, me di cuenta de que no había ninguna decisión. Eli tenía razón. Como siempre me decía él, la última palabra la tenía yo. Eran mis estudios, mi futuro, mi vida. Si no estaban de acuerdo, me daba igual, yo iba a ir al instituto, a ese instituto, dijeran lo que dijeran. Me daba igual si no me apoyaban, eso no me detendría. Sería un poco más difícil y me daría mucha pena, pero no me detendría. Aquí no servía el típico argumento de que era menor de edad. ¿Quién decía si yo tenía dieciséis o dieciocho años? Era imposible de verificar, así que no podrían detenerme con esa excusa. Tenía el apoyo de mi mejor amigo y eso era mucho más que suficiente. Eli rellenaba con creces cualquier hueco. Estaba decidida a ser una adolescente normal, no una niña de cristal. Quería empezar a vivir mi vida. Y papá tendría que aceptarlo. Al que se le pasaría sería a él. Sabía que mamá me entendía perfectamente, que me apoyaba. Ella había escogido esta vida, había luchado por ella, a pesar de tener tantos problemas como había tenido. ¿Qué hubiera pasado si ella se hubiera echado atrás? Yo ni siquiera habría nacido. Ahora ella era feliz. Y yo iba a serlo porque tampoco me iba a rendir, éramos demasiado parecidas. Tenía su ejemplo y lo iba a seguir. Me di cuenta de que mi padre ya sabía mi decisión en cuanto pensé todo esto. ¡Qué frustrante era no poder tener intimidad, ni siquiera mentalmente! De pronto, Carmelino levantó la vista y me miró. Alcé la cabeza con orgullo y determinación. Mi decisión estaba tomada. Después de mirarme un minuto, se giró hacia mis padres y habló con voz tranquila. - Creo que podría ser factible. El rostro de mi padre era un poema, mi madre me miró y me dedicó una ligera sonrisa cómplice. - Carmelino… - se lamentó papá. - Escucha, Axel – le interrumpió él, sonriendo como quitándole importancia –. Creo que esto es lo más normal del mundo, se veía venir. Quiero decir, que Ali ha crecido muy rápido, todos nos hemos dado cuenta. En seis años ya es toda una mujercita y a todos nos cuesta asimilarlo algunas veces. Pero tienes que darte cuenta de que no la podemos encerrar en casa de por vida. Su crecimiento ya se ha estancado bastante. Cualquier cambio en su cuerpo ya no es tan evidente y no creo que los humanos sospecharan nada. Es joven y, como dijo Eliot, tiene que vivir su vida como le dé la… ¿cómo era…? – Carmelino se giró hacia Eliot. - Como le dé la real gana – ayudó Eli con un tono un tanto burlesco mientras miraba a mi padre sonriendo. Éste suspiró, cansado. - Creo que Carmelino tiene razón – espetó la tía Alice –. Y sólo serán unos pocos años de estudios, Axel. ¡Unos pocos años de su larga vida! ¿Cómo vamos a quitarle eso? Además, no creo que haya ningún peligro, pero si lo hubiera, estaríamos vigilando y actuaríamos al instante. - ¿Cómo? – bufó papá -. ¿Huyendo de Forbish de repente y dejándolo todo atrás? - Sabes de sobra que no vamos a estar aquí eternamente. De hecho, no nos quedan muchos más meses en este pueblo. Yo ya he tenido que cambiar de hospital para no levantar sospechas – la voz de Carmelino se había tornado serio y le lanzó una mirada fugaz a Eliot con una nota de pena. - Por eso mismo. Es totalmente innecesario que haga amigos aquí, se encariñe con ellos y empiece una vida en Forbish. Dentro de unos meses tendremos que marcharnos y dejarlo todo atrás – papá me miró apenado -. Más separaciones… - dejó la frase inconclusa -. No quiero que tenga más sufrimientos añadidos. Noté un ligero temblor en la mano de Eli y entrelacé nuestros dedos con fuerza. Sólo pensar en estar separados, nos hacía temblar a los dos. No le gustaba nada la idea, y cada vez que salía el tema, tenía que tranquilizarle. Yo también odiaba ese pensamiento y también temblaba, aunque yo de pánico ante la idea de vivir sin mi mejor amigo, sin su compañía, su sonrisa, su calor, su alegría. Estábamos tan unidos, que no recordaba ni un minuto de mi vida sin estar a su lado. Éramos como dos hermanos gemelos que no se separan nunca. Imaginarme el estar sin él y él sin mí… Inconscientemente, miré la pulsera que me había regalado en Navidad cuando era pequeña. Me encantaba, y no me la quitaba ni para dormir. La notaba en la muñeca como si fuera de fuego, casi parecía que vibrara y me llamara. Intenté pensar en otra cosa. Si Eli me notaba preocupada, él también lo estaría, y no soportaba verle angustiado ni triste. Ya encontraríamos alguna solución para vernos todos los días. Me concentré de nuevo en la conversación. - Por favor, papá – supliqué –. No es por hacer amigos. Es sólo que… yo… bueno, quiero ser normal, o al menos parecerlo. Aunque fuera por unos años. Lo necesito. Sabes que voy a ir igual, pero sería mucho más feliz si tú y mamá me apoyarais y me ayudarais un poco. Mi madre, que se había quedado pensativa todo ese tiempo, se giró para quedar frente a mi padre. - Axel – le susurró, mirándole a los ojos –, creo que deberíamos dejar que Alexandria fuera al instituto – mi cara se iluminó, pero la de mi padre pasó del enfado a la decepción, entrecerrando los párpados. Mi madre le cogió la mano y siguió hablando -. ¿Te acuerdas cuando yo era humana? Me decías que no me querías transformar tan pronto para que antes viviera todas las experiencias humanas posibles y así pudiera elegir si quería seguir siendo humana o vampiro. - Ali es medio vampiro – alegó con voz suave, más relajado –. Es más complicado. - Es medio humana – le corrigió –, y no es tan complicado. Sólo hay que explicarle unas pautas a seguir. Es muy inteligente y las entenderá enseguida. - Puedo controlar mi sed con los humanos – alegué, un poco a la desesperada -. Ya tengo experiencia con Bonjo, Sol, Billy y más gente de La Rush que no son lobos. - No es lo mismo – replicó él -. Allí estarías continuamente rodeada de humanos, encerrada con ellos en sitios cerrados. - Yo no soy como vosotros – intervine, un poco molesta -. No me cuesta nada, puedo controlarme perfectamente y lo sabes. Mi padre iba a abrir la boca para refutármelo, pero no le quedó más remedio que cerrarla, sabía que era verdad. - ¿No crees que ella también tiene derecho a elegir si quiere vivir como un vampiro o como una humana? – contraatacó mamá. - Mírala – dijo mi padre, señalándome con gesto de agonía -. ¡Es tan joven! ¿Cómo va a saber qué es lo que quiere? - ¿Acaso no sabía yo lo que quería a su edad? - Yudith, tú tenías diecisiete años reales, vividos. Ella, en cambio… - se quedó mirándome, pensativo. - Ella es más lista que yo y es muy madura. Sabes que, aunque sólo han pasado seis años desde que nació, su cuerpo y su mente, su cerebro, han madurado lo mismo que si hubieran pasado esos diecisiete años. Mi padre me miró durante otro rato, pensando. - Lo sé – suspiró al fin. Miró a mi madre durante un instante con resignación, sabiendo que había perdido la batalla, y sonrió levemente –. Sois igual de cabezotas. - Lo sé – ella le sonrió y le dio un beso en los labios. Ya empezaban… Esa era otra de las razones por las que me quería trasladar a la casa grande. No soportaba todas estas ñoñerías. No se daban cuenta de lo incómodo que me resultaba. Antes no me importaba verlos besándose y abrazándose, hasta me gustaba, pero desde hacía un tiempo, me resultaba incómodo, como si yo estuviera fuera de lugar. - Bueno, qué, entonces, ¿eso quiere decir que la apoyáis? – intervino Eliot oportunamente. ¡Cómo me conocía! Menos mal. - Sí – dijo mi padre, mirándole con ganas de matarle por interrumpirlos. Los dos nos observamos sonrientes y triunfantes –. Pero – prosiguió, sin darnos tiempo de abrazarnos, como una especie de venganza –, primero tenemos que hablar de ciertos detalles, ciertas pautas y reglas que tendrás que cumplir a rajatabla, eso sin mencionar los toques de queda, etcétera. No te creas que te vaya a ser tan fácil, jovencita. Uy, eso me recordaba el pequeño detalle de mi media independencia. Y ahora, ¿cómo se lo decía yo? - Tendrás que esperar – espetó mi padre de repente. Otra vez se había metido en mi cabeza –. Alice te preparará la habitación y tardará unos días hasta que esté lista, ya sabes cómo es tu tía - Alice estaba entusiasmada, ya que había visto el futuro gracias a la decisión de papá y ya lo sabía todo –. Creo que a nosotros también nos vendrá bien un poco de intimidad – mi madre y los demás le miraron sin comprender –. Ya os lo explicaré luego. Me quedé estupefacta. Mi padre había pasado de ser el muro inquebrantable a ser la pértiga para saltarlo. - Sí, ya verás cómo va a quedar preciosa – dijo Alice con voz cantarina, aunque luego le cambió el tono -. Bueno, no sé si te va a encantar, porque, claro, como no te veo… Frunció el ceño otra vez y Eli me elevó por el aire como signo de victoria mientras ambos nos reíamos… La sonrisilla volvió a mi rostro cuando recordé el final de la historia. Abrí los ojos y me levanté de la cama de un salto. Estaba muy nerviosa. Era mi primer día en el instituto y el primero también de mi nueva vida. Brinqué hacia la ventana, corrí las cortinas de un solo tirón y subí la hoja del marco con rapidez para asomarme, como hacía todos los días. Miré bajo mi ventana, el lugar donde siempre se echaba a esperarme mi gran lobo rojizo desde hacía seis años, pero no estaba. Tal vez se había ido a dar un paseo. Me apoyé en el marco con las manos y saqué más el cuerpo para mirar entre el bosque, a derecha e izquierda. Hice un recorrido en redondo con la vista, escudriñando las sombras de entre los árboles. Nada. Eliot no estaba por allí. Ni siquiera le olía cerca. Qué raro, pensé. Puede que tuviera que irse a hablar con su manada o algo. Seguro que viene después, me dije a mí misma. Me parecía raro, porque podía haberse comunicado con ellos como lobo, pero seguro que tenía una buena razón para eso. Intenté no darle más importancia. Volví a meterme dentro, cerré la ventana, corrí las cortinas de nuevo y me dirigí al armario, sonriendo ante la certeza de que sería la última vez que abriría ese horrible mueble. Sin embargo, me equivocaba. La última había sido ayer, porque la tía Alice ya me había preparado la ropa y me la había colocado sobre el baúl de madera, junto a la ventana. Seguramente, había entrado a hurtadillas por la noche sin que yo me diera cuenta y la había colocado allí. Normalmente, odiaba que hiciera eso. Me gustaba escoger mi propia ropa, muy a su pesar, puesto que mis gustos y los suyos eran totalmente diferentes. Pero cuando vi la blusa y la chaqueta de lana a juego de color azul cielo y los pantalones vaqueros, cambié el gesto inicial de desaprobación. La blusa era sencilla, tan sólo tenía unas coquetas puntillitas sobre el pecho, y los pantalones eran unos vaqueros pitillo un poco ajustados, pero no me disgustaban del todo. Alice había escogido un estilo medio entre el suyo y el mío, y había acertado. Además, yo estaba tan nerviosa, que no habría sido capaz ni de distinguir los colores. Ya me había duchado por la noche, así que coloqué la ropa encima de la cama y me quité el camisón de algodón gris, de tirantes, con ese dibujo de Snoopy. Cuando revolví entre los ropajes, me di cuenta de que Alice también me había preparado la ropa interior. ¡Ay, no!, grité en mi fuero interno. Eso me daba una vergüenza horrible. Cogí con dos dedos el sostén y lo levanté a la altura de los ojos con cara de desaprobación. Lo miré durante unos segundos. Era también de color azul cielo, de esos de lencería fina, con puntillas y todas esas cosas. Hice una mueca de dolor. ¿Es que no podía haberme buscado uno más normal? ¿De esos cómodos y prácticos? Tiré el sujetador encima de la cama, resoplando, y me dirigí a la cómoda para coger uno de los míos. Me quedaba pequeño. Lo tiré también sobre la colcha y volví a coger otro. Lo mismo. ¡No puede ser! ¡Otra vez no!, gritó una voz en mi interior. Cogí todo el montón del cajón, los puse encima de la cómoda y me los probé uno por uno, mirándome de refilón en el espejo. Terminaron todos en una pequeña montaña, encima de la cama. Los observé durante un rato mientras me mordía el labio y me giré poco a poco hacia el espejo para mirarme. Observé tímidamente lo que reflejaba. ¿Esa era yo? Mi crecimiento siempre había sido más rápido de lo normal, pero había sido constante y progresivo en todos estos años. Incluso mi temperatura corporal había descendido unos grados Paulatinamente, aunque seguía siendo más alta que la de una humana. Sin embargo, este último mes había sido una especie de explosión. Mi vertiginoso desarrollo ni siquiera había esperado al 10 de septiembre, mi sexto cumpleaños. Había pasado de ser una niña de doce años a ser una mujer de diecisiete en apenas mes y medio. Y eso era muy confuso para mí. Todos los días me pasaba lo mismo, no me reconocía. Cerré los ojos ante el espejo, como venía siendo habitual en este mes, preparada para darme la vuelta y vestirme corriendo. Entonces, recordé la conversación que había tenido con Eliot el día anterior. La rememoré en mi mente como si estuviera viendo una película: Paseábamos por el bosque, cerca de la cabaña de mis padres. Habíamos estado de caza. Aunque ahora la comida humana me gustaba más y era la que solía comer, aún prefería la sangre y de vez en cuando nos íbamos a cazar. Eli se había vuelto a transformar en humano para poder charlar conmigo. Yo me había puesto mi sudadera y él llevaba sus vaqueros cortados y una camiseta gris, aunque seguía yendo descalzo. Mientras caminábamos y él me contaba anécdotas de la manada, gesticulando efusivamente, me quedé mirándole un rato, pensativa, y él se dio cuenta. Agaché la cabeza y me mordí el labio.
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