Oficina de Francisco – 08:45 h
El reloj marcaba casi las nueve cuando Francisco marcó el número que su abuela le había dado la noche anterior. No estaba seguro de lo que esperaba encontrar al otro lado del teléfono. Quizás silencio. Quizás una voz temblorosa. Lo que no esperaba era el tono grave y seco que respondió:
—¿Sí?
—¿Hablo con Roberto?
Hubo un breve silencio, como si al otro lado reconocieran el apellido antes que la voz.
—Depende. ¿Quién llama?
—Francisco Valverde.
El nombre cayó como un peso muerto. Del otro lado, Roberto exhaló lentamente.
—Vaya. No esperaba esa llamada. ¿Qué quieres?
—Mi abuela desea hablar contigo. Dice que es hora de dejar atrás el silencio.
Una risa amarga respondió al otro lado.
—¿Ahora? Después de tanto tiempo… ¿Ahora es hora?
Francisco tragó saliva.
—Ella está enferma.
—Y yo estoy exiliado por decisión suya. No soy un Valverde, muchacho. Nunca lo fui. Pregúntale a tu abuela… si te atreves.
Y colgó.
Francisco se quedó mirando la pantalla. Su reflejo en el cristal parecía el de otro hombre. Uno que no conocía del todo.
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Pasillo del hospital – 11:20 h
Laura salió de la habitación de Carmen con las mejillas encendidas. Otra discusión. Otra vez la misma herida abierta.
—Siempre haces lo que quieres. Siempre lo hiciste —gritó su madre desde la cama—. No sabes lo que fue criar a una hija sola.
—¿Y eso te da derecho a convertir mi vida en una cadena de culpas? —respondió Laura, con los ojos brillantes—. No quiero tu perdón, mamá. Quiero mi paz.
Salió sin mirar atrás. En la mano llevaba los papeles de inscripción. Buscó a Marcos en el ala de residentes y se los entregó.
—Toma. Te lo dije: lo iba a pensar.
Marcos la miró con una mezcla de sorpresa y alivio.
—Te juro que no te vas a arrepentir.
Laura no respondió. Pero por primera vez en días, sonrió.
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Urgencias – 14:00 h
El mensaje le llegó mientras fregaba una sala de espera: Tu madre ha sido ingresada en Urgencias. No decía más.
Corrió sin pensar. Cuando llegó, Carmen yacía en una camilla, inconsciente, conectada a un suero.
—Coma etílico —explicó una enfermera—. Su hígado está muy deteriorado. Vamos a mantenerla bajo observación.
Laura se sintió pequeña, derrotada. Apoyó la frente contra la pared y cerró los ojos. Sintió una mano en el hombro.
—Estoy aquí —dijo Marcos.
Ella solo asintió, sin abrir los ojos.
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Despacho de Francisco – 16:00 h
Francisco miraba por la ventana, pero sus pensamientos estaban lejos. El sonido de la puerta lo hizo girarse. Leandro, su abogado, entró con paso firme.
—Hablé con Roberto —dijo Francisco, sin rodeos—. Me dijo que no es un Valverde.
Leandro levantó una ceja.
—¿Y tú le crees?
—No tengo razones para no hacerlo. Y demasiadas para dudar de todo.
Se giró hacia su escritorio y sacó una carpeta.
—Pero no es por eso que te llamé. Quiero que averigües sobre Laura R. Su situación actual. Todo lo que no aparece en sus registros laborales.
—¿Por qué ella?
—Porque algo no me cuadra. Y porque… —hizo una pausa, antes de clavar los ojos en su abogado— si no la ayudo yo, lo hará otro. Y eso no me lo puedo permitir.
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Sala de vigilancia interna – 17:00 h
Leandro, acompañado por un contacto del hospital, revisó registros y cámaras. Vieron a Laura corriendo hacia Urgencias, su entrada a la oficina de administración, su salida cabizbaja.
Un informe médico confirmó la causa: Carmen Rodríguez. Coma etílico. Diagnóstico reservado. Sin seguro adicional. Sin recursos.
Leandro tomó nota y se dirigió de inmediato a la oficina de Francisco.
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Oficina de Francisco – 18:00 h
Francisco hojeó el informe sin levantar la cabeza.
—Necesita dinero. Está sola. Buscó trabajo adicional.
Cerró la carpeta con fuerza.
—Tengo una casa en las afueras. Vacía. Nadie la pisa desde hace meses. Quiero que le ofrezcan un trabajo de mantenimiento allí. Limpieza, cuidado del jardín, organización. Que parezca una oferta externa, una recomendación indirecta desde el hospital. Nada que la relacione conmigo.
Leandro no ocultó su sorpresa.
—¿Y si lo descubre?
Francisco sonrió.
—Eso también forma parte del juego.
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Cafetería del hospital – 20:30 h
Marcos revolvía el café sin tomarlo. Laura, frente a él, parecía ausente.
—¿Has pensado dónde vas a vivir si tu madre no mejora?
—No lo sé —susurró ella—. Solo sé que no puedo seguir así. Necesito otro trabajo. Otro aire. Algo que me dé un respiro.
En ese momento, un administrativo del hospital se acercó.
—Perdona, ¿Laura Rodríguez? Me pidieron que te entregara esto.
Era un papel con una oferta laboral: jornada parcial, sueldo digno, tareas de limpieza y mantenimiento en una residencia privada a las afueras. Trabajo inmediato.
Laura lo leyó dos veces.
—¿Quién…?
—No lo sé. Solo me lo encargaron. Pero parece una buena oportunidad.
Marcos la miró. No entendía nada, pero tampoco quería desanimarla.
—A veces las oportunidades llegan de los lugares más insospechados.
Ella asintió. Y aceptó.
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Residencia Valverde – 22:00 h
Esa noche, Laura llegó a la enorme casona sin saber a quién pertenecía. Las luces estaban apagadas. Un hombre mayor la recibió en la puerta, un mayordomo contratado por Leandro.
—Usted será la encargada de este lugar. Tiene libertad de organización. Su espacio está preparado en la planta baja.
—¿Y el dueño?
—No vive aquí. Viene muy de vez en cuando. No se preocupe, casi no lo verá.
Laura recorrió la casa. Había polvo, sí. Pero también historia. Un piano mudo en el salón. Fotografías cubiertas. Una biblioteca entera esperando ser ordenada. Y algo más… una extraña sensación de haber entrado en el mundo de alguien sin haber sido invitada.
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Habitación de la abuela – 23:00 h
La abuela sostenía el teléfono con manos temblorosas. El número aún era válido. Al tercer tono, una voz ronca respondió.
—¿Roberto?
—...
—Soy yo.
Un largo silencio.
—Pensé que habías muerto.
—En cierto modo, sí —respondió ella—. Quiero verte.
—Tarde. Ya no queda nada de mí. Ni del hombre que fui. Lo que hiciste… no tiene perdón.
—Solo quiero despedirme. Dime dónde estás.
—¿Para qué? ¿Para llevarme de vuelta? No, madre. Ya no. Te lo pedí hace años. Déjame en paz. Te lo ruego.
Ella apretó los labios, conteniendo las lágrimas. Pero antes de que pudiera responder, la línea murió.