Prólogo

1034 Words
Parecía mentira cuando decía que yo era un imán de la mala suerte, pero en realidad era que sí. Todo lo malo sucedía y llegaba a mí, y al decir esto, me refería al chico que estaba sentado en el sofá de mí casa con audífonos y lentes negros, ignorando las preguntas que le hacía mi madre. —Disculpenlo, es todo un maleducado —sonrió forzadamente la señora Marie, dándole un empujón con su hombro mientras lo miraba con desaprobación—, salió igual a su padre —murmuró con molestia. —No pasa nada Marie —dijo mamá relajada y pasó su brazo por mis hombros—, igual Claire y yo les damos la bienvenida, pueden durar el tiempo que sea necesario hasta que encuentren una solución. Y solo esas palabras acabaron con mi cordura. No era que no me agradara la idea de vivir con Marie. No, para nada. Es más, hasta podría decir que la veía como la tía que nunca tuve, y aunque mi madre siempre tuvo presente que su amistad con ella era la más sincera y que podría confiar, a mí igual me caía bien por su manera de ser. Ella era ese tipo de personas con las que tomar una taza de café no era suficiente para pasar el rato. Era directa y no dudaba a la hora de ayudarte y darte consejos. Pero vamos, ¿con él? Los únicos recuerdos que tenía sobre él, eran las muchas veces en las que yo terminaba llorando por una de sus bromas pesadas. Yo parecía su perita de boxeo, literalmente. Por eso siempre pataleaba cuando mamá me decía que teníamos que hacer el viaje de una hora hacia la casa de Marie. Había pasado ya mucho tiempo en la que no íbamos para allá, su amiga ponía al tanto a mamá con las cosas que sucedían y por eso nos alejamos un buen tiempo. Y ahora que lo recordaba, Fabián siempre había sido un chico problemático, pero no sabía realmente, cuanta era la gravedad para que ellos abandonaran su hogar.  —Bueno, supongo que están cansados, pero antes que nada, Amiga —las dos se miraron y automáticamente asintieron, seguro irían primero por sus tazas de café que nunca faltaba, era algo que hacían siempre y se había vuelto costumbre. Mamá me miró y luego a Fabián y quise negar inconscientemente, pero no quise parecer maleducada ante ellas, no como él—. Cariño, ¿podrías mostrarle la habitación de huéspedes a Fabián? Por favor. En ese momento quise hacer una pataleta como las que hacía cuando tenía doce años, y pude imaginar mi cara de tragedia al ver que mamá me lanzó una mirada reprobadora y sin más, me levanté del sofá para dirigirme a las escaleras, sin esperarlo. Solté un suspiro profundo y me forcé a cambiar mi perspectiva ante el chico, porque vamos, ya había pasado mucho tiempo, no éramos unos críos y ya teníamos un buen sin habernos tratado. Diría que unos seis años. Quizás después de todo, con el pasar de el tiempo, Fabián tuvo que haber madurado. Pudo también haber olvidado nuestros conflictos y el que no nos tratáramos bien. Y puede que quizás, sólo quizás, nos lleváramos mejor que antes. —Mañana empiezan nuevamente las clases y ya es tarde, espero y duerman bien —dije amablemente al comienzo de las escaleras y pude observar como aquél muchacho alto tomaba sus maletas y se dirigía hacía mí. —Fabián también empezará mañana como transferido, su padre se encargó de todo y espero que toquen en la misma aula, ¿verdad hijo?—dijo emocionada Marie, mirando al muchacho que al parecer ya se había quitado los audífonos. No bastaba con que tuviera que verlo todos los días en la casa sino también en el instituto, pero luego de pensarlo, Fabián era un año mayor que yo, y aunque en estos momentos él estuviese entrando a la universidad, por un momento había olvidado que por su rebeldía, había repetido el último año. —Sí, buenas noches. —y fue lo único que dijo, con una voz gruesa y un poco ronca que me sorprendió. —Cariño, mañana podría presentarles tus amigos a Fabián para que no se sienta tan sólo —y no supe que decir cuando sentí tres pares de ojos mirándome. Solamente asentí e hice amago de querer irme a encerrarme en mí habitación, solo quería escuchar música y leer para distraer mi mente—. Descancen chicos. Y comencé a subir las escaleras sintiendo su mirada en mi espalda. Al llegar al segundo piso, todo se encontraba oscuro, por lo que caminé hacia la última habitación tanteando las paredes para conseguir el interruptor y prender las luces. Abrí la puerta y me hice espacio para que el chico pasara a la que sería ahora su nueva habitación. Aunque solamente hubieran dos habitaciones de huéspedes en la casa, se encontraban limpios y remodelados, y al parecer a él también le había gustado, porque cayó de espaldas a la cama sin decir nada y mirando fijamente el techo como si estuviese pensando profundamente. —Bueno —carraspeé mi garganta para llamar su atención—, mi habitación está al lado de esta por si necesitas que te ayude en algo, alguna duda o... —me callé al ver que no se inmutaba— sí, eso, que descanses. En el momento que estuve a punto de irme, escuché que me llamaba. —Clark. — ¿Sí? —respondí luego de unos segundos, girándome para verlo nuevamente y se encontraba en la misma posición, solo que ésta vez me miraba. —Que ridícula te queda esa camisa. —y una mínima sonrisa, que se esfumó tan rápido como se asomó, apareció en su rostro. No me esperaba eso, pero al menos no había sido alguna cosa peor. Bajé la mirada a mí camisa e innegablemente, ésta era unas de mis favoritas, era blanca y en letras negras decía “Tengo todo perfectamente descontrolado, no te te metas". Sonreí un poco y volví a mirarlo, este me observaba fijamente. —No has cambiado tanto, Fabián —y me di media vuelta para marcharme.
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