Cuando salieron del bar, totalmente ebrios, Mauricio tuvo ganas de orinar, la calle solitaria y su estado etílico, no fueron buenos consejeros, orinar en la vía pública, no fue una gran idea, el poste no era lo suficientemente grande para cubrirlos de una patrulla que iba pasando por el lugar. —Me declaro culpable señor policía — repetía Diego balbuceando con la lengua adormecida por tanto alcohol —, soy culpable, yo tengo la culpa de que ya no me ame. Me lo merezco ¡Por pendejo! Porque no tuve los pantalones para dejar a una mujer que se estaba muriendo de cáncer. —Tú no tienes la culpa compadre —contestaba Mauricio —Es esta cochina vida que se ha ensañado contigo, eres demasiado bueno. Los subieron a la patrulla y los remitieron a un centro de detención para indocumentados, ninguno de

