Capítulo 1
Mis pasos eran apresurados hasta el punto de casi caer sobre la acera, uno de mis cordones estaba desatado y yo peleaba para no tropezar mientras maldecía una y otra vez en mi cabeza. Era mi primera entrevista de trabajo y ya estaba retrasada diez minutos.
Papá había ido a trabajar y lo único que dejó fueron diez dólares con una nota que decía "suerte en tu entrevista".
Hace ya algunas semanas que decidí tomarme un año sabático, ya que aún no sabía qué era lo que quería estudiar en la universidad. Bueno, ¿Quien hace elegir a una joven de diecinueve años el trabajo y la dependencia económica para toda su vida?
Pero mi padre es una persona sumamente productiva, y odia verme descansando, o a cualquier persona.
La cafetería aparece en mi campo de visión, estaba a solo unos metros de distancia, solo ocupaba cruzar la calle y...
— ¡PU...! — Un grito ahogado salió de mi al sentir el impacto de un ciclista que no había visto hace un momento.
— ¡Deberías fijarte! — exclamó el ciclista.
Apenas escuché esas palabras me levanté del suelo; del cual el hombre ni siquiera se había dispuesto a levantarme.
Iba a patear su bicicleta cuando el hombre se fue con rapidez.
— ¡Vete a la mierda! — grite.
Volteé a mis lados al escuchar un claxon. Estaba en medio de la calle parada como estúpida gritándole al hombre que desapareció al dar vuelta en una calle.
Otro pitido.
— ¡YA OÍ! — le grité a la mujer que venía manejando mientras agarraba mi bolsa del suelo.
«Genial Stella, ahora tienes una mejor excusa en vez de decir que quisiste dormir cinco minutos más y terminaste despertando media hora tarde».
Mi conciencia no me está ayudando en estos momentos.
Por fin, la puerta.
Al abrirla una chica estaba saliendo de espaldas y cuando se giró, dos matchas que llevaba en un pequeño portavasos café cayó sobre mi blusa blanca.
¿Este día se podía poner peor?
— Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
La chica siguió disculpándose, bueno, para variar.
Negué con una sonrisa forzada — Tranquila, de todos modos, ya no me gustaba.
«Mentira, era tu favorita».
Después de unas cuantas disculpas más la chica optó por regresar a comprar otros matchas. Yo solo me adentre al baño del lugar, el cual era un pequeño cubículo con un lavabo que apenas cabía y un espejo cuarteado.
— Lo siento, lo siento... — rodé los ojos mientras limpiaba mi blusa con un papel.
Duré como cinco minutos en el baño cuando por fin decidí que me miraba un poco mejor a como estaba antes, aún que la mancha verde aún era notable, pero no podía hacer nada más.
Al salir busqué con la mirada a algún empleado que pudiera orientarme.
Sorpresivamente, solo había uno, el cual estaba terminando de limpiar el desastre del matcha en la entrada del lugar.
Me acerqué un poco temerosa, el chico estaba de espaldas limpiando el suelo con el trapeador, mordí mi labio inferior para no decir una estupidez, estaba nerviosa.
— Bue... — aclaré mi garganta al notar como un gallo salía de ella —, buenas tardes, soy Stella Whitmore y estoy aquí para el puesto de trabajo...
Mi voz se desvanecía en mi garganta, como si las palabras se hubieran quedado atrapadas en el aire pesado que nos rodeaba. El imponente cuerpo del chico frente a mí se giró con una lentitud deliberada.
Él era... deslumbrante.
Su cabello castaño, una maraña de rizos desordenados que caían sobre su frente de manera descuidada pero perfecta, como si hubiera pasado horas bajo el viento solo para lograr ese efecto. Sus ojos verdes, intensos y penetrantes, me examinaban con una curiosidad que me hacía sentir al mismo tiempo expuesta y fascinada. Y sus labios, carnosos, ligeramente entreabiertos, como si estuviera a punto de decir algo.
Mi piel se erizó. El simple hecho de que me mirara así, en silencio, con esa mezcla de seguridad, hacía que mi pulso se acelerara. ¿Por qué me observaba de esa manera? ¿Notaba como me temblaban las piernas? ¿Como mis dedos se enredaban nerviosos en el dobladillo de mi suéter?
Quizás solo está viendo tu mancha verde.
Él seguía callado, observandome.
«Cielos, ese chico sí que era atractivo». Pensé
Por fin un movimiento por parte de él para mirar su reloj de mano fue
.— Llegaste tarde, el jefe está viendo a otro candidato.
Su voz ronca retumbó en mis oídos y se pasó de largo, dejándome parada con una sonrisa media tonta en el rostro.
Me giré sobre mis talones y lo seguí hasta una pequeña bodega que no quedaba muy lejos del baño, el chico se sobresaltó al verme y soltó una pequeña maldición.
—¿Qué haces? ¡No puedes estar aquí! — gruñó el chico, frunciendo el ceño mientras cerraba de un golpe la puerta de un estante.
—Lo sé, lo sé, pero... —tragué saliva, sintiendo cómo el rubor subía por mi cuello. —Solo necesito que le digas al jefe que llegué. Un minuto, eso es todo.
—Ya te dije que no —esquivó mi mirada, pasándome por alto como si fuera un estorbo y caminó hacia su zona de barista. — Además, aunque quisiera, él no cambia de opinión. Si dice que no, es no.
—Pero ni siquiera lo has intentado — la frustración le afiló el tono a mis palabras — ¿Podrías ayudarme? — rogue.
El chico me miró y sonrió sin gracia, haciendo mostrar su hoyuelo —¿De verdad crees que eres tan especial como para que rompa las reglas por ti? — me miró, incrédulo.
Mierda, qué pesado es.
—No. Pero si creo que valgo lo suficiente como para que al menos me escuchen —sonreí.
Se quedó callado, estudiando con una mezcla de irritación.
—Estás jodiendo mi día chica —murmuró.
—Y tú estás haciendo tiempo en vez de avisarle —le devolví, desafiante.
Un silencio tenso. Luego, resopló.
—... Quédate ahí. Y si el jefe te echa, no digas que no te lo advertí.
Se marchó hacia la oficina, dejándome con el corazón a mil. Pero al menos, esta vez, había conseguido que se moviera.
Pero sí que era un lindo pesado.