Capítulo I. Ο κάτω κόσμος
Las enormes rocas bloqueaban el camino que se hallaba delante de nosotros, la verdad es que me sentía como en un laberinto sin salida, donde siguiendo las reglas debería darme la vuelta y probar otro camino hasta encontrar el correcto.
Atentamente observé ambos lados del corredor en el que me encontraba y por seguridad propia también me di lentamente la vuelta, comprobando que estaba sola, o al menos eso pensaba.
Una masa de humo empezó a formarse pocos centímetros de mi. De primeras parecía inocente, pero con el paso de los segundos comenzó a hacerse más denso. Predominaba una combinación de azul y n***o. Poco a poco se formó una silueta de una mujer a mi lado, transparente, sus cabellos formaban dos trenzas y sus ojos eran blancos.
Para cualquier otro ser, sería terrorífico, pero yo ya estaba más que acostumbraba a Penumbra. Se dedicaba a vagar de un sitio a otro en los pasillos del Inframundo. Su historia era bastante triste. Mi madre me la empezó a contar cada noche cuando nací.
Se trataba de una chica de no podía hallar la paz, debido a que se sacrificó por su hermana. Ambas murieron al mismo tiempo en una explosión. Penumbra y Tenebra eran gemelas y quedaron huérfanas a muy poca edad. Su vecina en ese entonces se hizo cargo de ambas. Cuando ella también murió, les dejó la casa y sus campos. Ambas trabajaron en ellos como si de verdad fueran suyos. Hasta que un día durante la guerra de dioses por sus terrenos ambas murieron en una explosión. Pocos dioses se quedaron al margen de esa guerra. Mi padre fue uno de ellos, ya que en esos tiempos había llegado yo al mundo y estaba más interesado en mi bien estar que en guerras ridículas.
Días después, llegaron las almas perdidas de las jóvenes Tenebra y Penumbra, ninguna de ellas tenía como pagar para ser trasladadas al otro lado. Así que Penumbra le suplicó a mi padre por piedad y llegaron a un acuerdo. Gracias al cual su hermana si pudo hallar la tranquilidad. Penumbra también la encontrará, pero para eso tiene que cumplir sus servicios prometidos, y para que estos se terminen aún tiene que quedarse aquí 7 años.
Muchas veces me la encontraba llorando, entendía perfectamente cómo se sentía. Estaba atrapada en un lugar en contra de su voluntad. Un lugar del que no podía huir, porque si no, su alma sería castigada para siempre y nunca podría descansar en paz. Y quizás suene ridículo, pero nos hicimos grandes amigas.
—Llegas tarde—. Me reprochó nada más verme y dejar que su cuerpo se formase por completo. Sus ojos pasaron de ser blancos a ser como sos grandes diamantes verdes.
—Ya sabes cómo es mi padre, y lo difícil que es escaquearse de sus clases—. La rutina que tenía día a día me estaba agobiando cada vez más. Se trataba de despertar, casi ni desayunar y estar escuchando a mi padre contándome y enseñándome cosas sobre el Inframundo. De vez en cuando interfería mi madre, la cual lo apoyaba sin fronteras. Y esas charlas podían durar, con suerte, o pocas horas, o casi todo el día.
—La verdad, es que a veces creo que tengo suerte de no ser una diosa—. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.
—Si algún día te aburres y quieres probar, nos podemos cambiar los roles—. Dije sin pensar y pasé mi mano derecha por un mechón de pelo que me tapaba la vista.
Mientras manteníamos está conversación me acerque hacia la gran pared de piedra que nos bloqueaba el camino y fijamente acaricie las rocas que se encontraban a mi altura con la mano. Al encontrar la que sobresalía le di tres pequeños toques con el índice. Un enorme temblor se extendió por la zona y la pared se terminó moviendo, abriéndonos asi el camino.
Ambas nos pusimos en marcha y nos adentramos más en el Inframundo, hasta que llegamos a un lago. Este lago era azul, pero en la superficie de el, se extendía una masa de humo enorme que lo cubría como si de una manta se tratase. Se trataba de lo que quedaba de las almas cuando encontraban la paz, era un pedazo de ellas. Eran obligadas a dejar aquí uno de sus recuerdos más importantes como regalo por ser transportadas al más allá. En otras palabras, otro sacrificio.
Nos sentamos en la orilla y nos quedamos observando el lago, era hermoso, pero cuando conocías la historia de cómo surgió ya no se me hacía tan hermoso.
—Cuéntame cómo es el mar—. Le pedí a Penumbra, rompiendo el silencio.
Una sonrisa apareció en su rostro.
—Es inmenso—. Describió. —Azul, pero no como este azul, sino un azul fuerte y más oscuro. Profundo, con corales, conchas, piedras, que decoran su interior. Las olas chocan con la superficie y crean espuma que enseguida desaparece. Es salado y su aroma similar, pero aun así te consigue hechizar. Pero lo mejor de todo, son las puestas de sol junto al mar—. Penumbra siempre intentaba describirme lo mejor posible lo que le preguntaba. Sabía que era algo complicado, ya que nunca había visto ninguna de las cosas de las que hablaba, por eso escogía una forma simple de llevarlo a cabo.
—Ahora cuéntame tú algo—. Me sacó de mi inocente imaginación. —¿Por qué Damaris?
—Menuda forma de cambiar de tema—. Murmuré. —Mi madre me contó, que cuando nací, era de noche, y que esa noche había lluvia de estrellas. Fue durante la guerra de los dioses, antes de que Zeus se uniese a ponerle fin. Pues una de las estrellas más brillantes se llamaba Dámaris, y a mi madre le gustó tanto, que decidió llamarme igual que esa estrella—. La verdad es que ahora al contarle la historia, me daba la sensación de que no tenía ningún sentido.
—Es un nombre muy bonito. Creo que llamaría así a mi hija si tuviese—. Sonrió, levantándome un poco los ánimos.
—¿Qué escogerías? ¿Volver a la vida y vivir lo que no pudiste, o irte con tu hermana? —La pregunta salió de mi boca sin pensar. Al darme la vuelta vi como la pobre penumbra había quedado en shock.
—No hay nada más cruel, que darle a escoger a alguien que no puede elegir ni una de las dos—. El tono de voz de Penumbra se tornó en un tono triste y desesperado. Quizás tenía razón y la preguntaba estaba fuera de lugar, pero mi curiosidad me superó en esos instantes.
—Siento haberlo soltado así, solo quería saber que escogerías—. No me quedó otra que disculparme. A pesar de que Penumbra intentaba mostrarse fuerte, yo sabía muy bien que en el fondo era una chica sensible, que temía que le hicieran daño.
—¿Por qué nunca has intentado escapar de aquí? Siempre me estás contando lo infeliz que eres, y la vida es demasiado corta para estar en un lugar donde solo sufres. Entiendo. ¿Los dioses sois inmortales y bla bla bla, pero acaso quieres estar toda la vida en un sitio como este? ¿Encerrada en una jaula? ¿Escuchando órdenes? ¿Mientras que tus hermanos pueden hacer lo quieran sin problema? —Penumbra con esas palabras dio justo en el clavo. Sentí como mis ojos se cristalizaron, pero logré contener las lágrimas.
—No tengo a donde ir. No sabría que hacer, ni como tratar con los humanos—. Me excusé con la primera cosa que se me vino a la mente. Penumbra negó con la cabeza y una sonrisa irónica apareció en su rostro. La verdad, es que ni yo misma me creía las tonterías que le estaba contando.
—Pues de la misma forma que hablas conmigo, no hay gran diferencia. ¿Y la verdad, qué esperas? ¿Quieres irte de aquí, pero no vas a sacrificar nada, ni a poner ni un poco de esfuerzo en ese sueño? —Noté una pizca de agresividad en el tono de su voz.
—Oye, ya te he pedido perdón. Creía que estabas de mi lado—. Me puse a la ofensiva. No entendía que mosca le había picado. Hasta que en el silencio que empezó a dominar entre nosotras, me recompuso las neuronas. Hoy habían perdido la vida ella y su hermana.
—Siento haber sido tan borde. No me di cuenta de que día es hoy—. Terminé por romper el silencio. Penumbra era buena chica, aunque por desgracia demasiado terca como para dar el primer paso. Una sonrisa apareció de nuevo en su rostro, el enfado se había esfumado.
Antes de que pudiese decir ella algo, ambas oímos pasos.
—¿Quién anda allí? —. No hubo respuesta alguna. Hasta que un grito se extendió detrás de nosotras. Ambas nos sobresaltamos y dimos la vuelta. Una melena azul marino, toda despeinada y la voz chillona. Estaba claro que se trataba de Merin.
—Hola, hola—. Saludó una de mis hermanas.
—Merin, creía que estabas de viaje y que volverías en unos meses—. Penumbra no esperó más y sin decir nada despareció. Merin no le caía bien, nunca entendí el porqué, pero la verdad es que nunca pregunté.
—Tengo una sorpresa para ti—. Sonrió con una deslumbrante sonrisa.
Era la única hermana que se acordaba de mí y siempre regresaba para saber como estaba. La única que sostenía está triste familia.