Penumbra y yo intentamos ser loas veloces posible, pero se nos estaba complicando el asunto, ya que la oscuridad y el humo empezó a ser cada vez más abundante en el Inframundo.
La única luz que iluminaba nuestro camino eran las cráneos que se hallaban distribuidas por la pared y que tenían una vela, pero por desgracia no es que diesen mucha luz. Muchos de ellos ni luz tenían, ya que mi padre odiaba los lugares iluminados.
A la vuelta de la esquina se encontraba la parte del Inframundo cuidada por cerbero. Se trataba de un perro de tres cabezas de enorme tamaño. Bueno, aunque en realidad eran dos, quienes vigilaban esta zona del Inframundo. Todo empezó cuando a mi padre le fue destinado quedarse con el Inframundo, ya que le fue imposible ganarse otro puesto, creó a Cerbero para que cualquiera ser viviente que intentase entrar en él, fuese atacado por Cerbero o al menos asustado por el. Después de varios años, se dio cuenta de que el primer guardián del Inframundo se volvió menos eficiente. Cerbero no soportaba ser el único de su especie. Empezó a padecer una fuerte depresión. Por eso mi padre decidió crear a otro Cerbero que le hiciese compañía a la hora de cuidar el Inframundo. El primer guardián mejoró y volvió a ser el mismo, y desde ese entonces, son dos los Cerberos que cuidan el Inframundo.
Paramos nuestros pasos en seco y decidimos avanzar con más cautela y sigilo, ya que no estábamos convencidas de que los guardianes estuviesen dormidos. Cuando nos asomamos a la esquina para ver cual era la situación pudimos observar que uno de ellos, efectivamente, estaba dormido, pero el otro mantenía la guarda firme.
Ambas intercambiamos miradas, sin saber muy bien lo que hacer para despistar al Cerbero. A lo lejos observé un leve destello dorado que se abría paso de entre las rocas. Me quedé asombrada, pero de inmediato volví a centrarme en lo que estaba sucediendo.
—Parece que está saliendo el sol—. Susurró Penumbra, fijándose también en el brillo que provenía de las paredes.
—¿Qué significa eso? —Cuestioné sin verle el sentido a lo que había dicho.
—Pues que para las personas del Inframundo es medianoche. El otro Cerbero no debería tardar en dormirse—. Explicó con calma Penumbra, volviéndose un poco menos visible.
—No puede ser tan tarde—. Dije nerviosa. Mi padre a estas horas iniciaba sus expediciones en el Inframundo. Empecé a tener un mal presentimiento de que no lograría escapar a tiempo de él. Penumbra lo notó de forma inmediata en mi y sin pensarlo puso su mano en mi hombro para calmarme.
—Te basta con llegar a la brecha que se halla entre las rocas y convertirte en humo para poder salir y recomponerte estando al otro lado—. Me dio ánimos, con un tono de voz cada vez más bajo.
—¿Crees qué funcionará?— Cada vez tenía más dudas de que pudiese conseguirlo. Sentí como una enorme preocupación se extendía por mi interior. Tenía miedo de que mi padre castigase a Penumbra por ayudarme con está misión.
—Saldrá bien, no te preocupes—. Me dedicó una sonrisa.
—Creo que deberías irte. No quiero que te metas en problemas con mi padre—. Cambié radicalmente de tema.
—Para ser sincera, ya estáis ambas en un problema—. Una voz masculina nos sacó de nuestro plan. Las dos nos giramos en la dirección de la que provenía y nos encontramos con mi padre. Estaba cruzado de brazos. Llevaba puesta una túnica negra con pequeños hilos azules que brillaban en la oscuridad del Inframundo. Sus cabellos negros como el carbón estaban despeinados y alborotados, parecía como si hubiese venido corriendo hacia aquí. Sus ojos se tornaron de un color rojo, ese es el color que tenían cuando algo le enfurecía o le sacaba de quicio, su color natural era el plateado. Me di cuenta de que se había afeitado parte de la barba que tenía, bueno, más bien se la había cortado para que no fuese tan inmensa como de costumbre.
Las dos intercambiamos miradas y luego clavamos nuestra vista en el suelo. Habíamos sido demasiado lentas y por desgracia, nuestro plan fallo antes de siquiera empezar. Sentí como una ola de desilusión se apoderó de mi interior. Lo que más quería se estaba esfumando delante de mi. Sin decir nada le dediqué otra mirada a las rocas, cada vez el color dorado era más claro y fuerte, estaba tan cerca de la salida, que empecé a sentir rabia conmigo misma.
—¿Se puede saber que estáis haciendo aquí? —Creo que nos estaba dando la oportunidad de darle una buena excusa, pero antes de que Penumbra pensase algo, yo me le adelante con la verdad.
—Quería ir a ver el exterior—. Confesé, sorprendiéndole con mi sinceridad.
—Ya hemos hablado muchas veces de ello. No puedes salir al exterior—. Dijo con un tono de voz suave, manteniendo de momento la calma. Lo cual me había traído por sorpresa, ya que normalmente le enfurecían cosas más simples. Volví a mirarle a los ojos y seguían teniendo un color rojo, lo que significaba que se estaba conteniendo para no explotar como de costumbre.
—¿Pero por qué? Si te puedo prometer que volveré. No me iré para siempre. Solo quiero ver como el mar, el cielo, que se siente cuando llueve, como es oír a los pájaros cantar—. Empecé con toda la ilusión del mundo y di unos pasos hacía él, con la esperanza de que compartiese conmigo esas ganas de ver como era todo allí afuera.
—Basta—. Continuó manteniendo su tono calmado.
—¿Por qué soy la única que no puede salir? ¿Por qué me castigas tanto? —Le reproché, notando como en mis ojos empezaron a aparecer lágrimas.
—Soy tu padre. No tengo porque darte explicaciones. Simplemente, te digo lo que no puedes hacer y ya está. Y tú como una niña buena, me harás caso—. Se encogió de hombros mi padre. Para él era todo así de sencillo, ya que nadie se atrevía a llevarle la contra, porque le temían.
—Pero eso no es justo. ¿Por qué no puedes pensar un poco en mí? ¿En lo qué quiero? —Aparté mi vista de él, sintiendo un montón de rabia.
—Porque no. Si no fuera por mi, ya estarías en el otro lado, pero por tu desgracia, me di cuenta de que tu hermana se comportaba de forma muy extraña, así que deduje que había hablado contigo antes que conmigo, y que posiblemente os traíais algo entre manos—. Observó con atención mi reacción, pero no hice nada, sus palabras únicamente resonaron en mi cabeza. Me di otra vez la vuelta hacía las rocas que seguían iluminadas por el sol y nuevamente volví a mirar enfrente, pero está vez a Penumbra. Ella me dedicó una sonrisa y asintió con la cabeza. Le sonreí de vuelta y sin pensar en nada más le di la espalda a mi padre y corriendo me dirigí hacia esas rocas que se hallaban a bastante distancia de mi.
—Vuelve aquí! —El grito de mi padre se escuchó por todo el Inframundo e incluso despertó a los hermanos Cerbero. No tardó en seguirme, pero alguien le impidió el paso. Era Penumbra, la que había desaparecido y sin pensarlo dos veces, creó una capa de humo que se extendió por todas partes, formando una especie de escudo que le impedía a mi padre verme y alcanzarme. Cerbero se apresuró también para cogerme e impedirme la huida, pero gracias a todos los dioses, logré convertirme en humo antes de que me atrapase.
Lo último que vi, fue a mi padre con una expresión de rabia en todo el rostro. Penumbra al convencerse a sí misma de que lo había logrado había decidido desaparecer sin dejar rastro para complicarle un poco más a mi padre el encontrarla para castigarla. También vi como todo el Inframundo se iluminó de un color dorado, que luego desapareció conmigo, sin dejar rastro.
Por último todo se tornó oscuro, como un agujero sin luz, como ese momento en el que cierras los ojos al dormir y no ves nada más.
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No tenía muy claro cuanto tiempo había pasado. Sentí como el viento empezaba a levantarse y como mi piel se erizaba ante ese contacto. Por unos instantes temía que al abrir los ojos me encontrase de nuevo en el Inframundo y que todo lo que había sucedido, solamente fuera un sueño. Poco a poco, abrí los ojos y vi como me hallaba en un bosque. Grandes árboles movían sus hojas de un lado a otro. Oí unos pitidos, suaves, agradables y dulces, supuse que eran los pájaros de los que tanto me había hablado Merin. Con la vista los busqué, pero no halle a ninguno de estos seres. Seguí observando mi alrededor y a lo lejos vi algo azul, era como el lago que teníamos en el Inframundo, pero más claro y brillante. Tenía un color puro y varias hojas flotaban en la superficie de este lago. Los rayos de sol eran mejor que los que me había imaginado, eran de un color amarillo dorado, pero de vez en cuando se metía un color anaranjado. Penumbra tenía razón, acababa de amanecer.
Estaba asombrada con todo lo que veía. Era todo tan nuevo, fresco e inmenso. No me podía creer que lo había logrado, pero después de unos instantes empecé a sentir cierto temor, ya que no sabía muy bien a donde dirigirme, aunque si de mi dependiese, me quedaría allí para siempre.
A lo lejos oí unas voces, más tarde estás se combinaron con risas. Decidí dirigirme al lugar del que provenían, pero me era bastante difícil reconoce el camino. Antes de ponerme en marcha, comprobé el si seguía teniendo la estrella de mar con la perla, más que nada por seguridad, ya que no estaba segura del comportamiento de los humanos. Y sí deciden atacarme? No podría defenderme de ellos, y quizás hasta deba usar la perla. Por último me acerqué a la orilla del lago, para poder ver al menos mi reflejo y comprobar el aspecto que tenía. Tampoco era mi intención asustar a los humanos. Vi como mis cabellos plateados caían por mis hombros, disimulando estar arreglados. Mis ojos de color azul con pequeños tonos de gris brillaban de emoción y mi tez pálida me hacía parecer un fantasma. La verdad es que parecía un espíritu maligno.
Me puse un rato a meditar y recordé algo que me dijo mi madre. Se supone que los seres humanos no pueden ver a los dioses, si no son invitados a verlos. Así que de momento estaba fuera de peligro y podía dedicarme primero que todo a observar como son y como se comportan los seres humanos entre sí.
Antes de recoger los ánimos suficientes para comenzar mi aventura, una voz masculina me interrumpió.
—¿Te has perdido? —La voz no logró contener su sorpresa y yo la verdad es que me sobresalté del susto.
¿Cómo era posible?
Me puse de pie y dirigí mi vista hacía él, ya que de momento le estaba dando la espalda. Vi que se trataba de un chico joven. Era un poco más alto que yo. Sus cabellos eran cortos y de color marrón fuerte, casi n***o, era algo entre esos colores. El color de sus ojos era como la miel, con pequeños tonos verdosos. Estaba a varios metros de distancia, pero yo lograba ver cada detalle de él, como si lo tuviese a solo unos centímetros de mi. Una sonrisa se formó en su rostro. Supuse que quería tranquilizarme, pero la verdad es que sentí como un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—¿Quién eres?— Exigí saber, sorprendiéndole con la pregunta.
—Me llamo Athan. ¿Y tú? —Quiso saber. La verdad es que el tono de su voz era bastante agradable y tranquilo. Terminé por deducir que tenía pinta de ser un buen chico, aunque era demasiado pronto para hacer esa clase de conclusiones. Permanecí en silencio, dudando un poco en si decirle mi nombre real, ya que igual podría reconocerme por él... Pero al mismo tiempo, pensé en que más personas podían llamarse igual que yo. El silencio que se creó entre nosotros empezó a incomodar a Athan, así que decidió dar unos cuantos pasos hacía mi, supongo que logró observar que estaba confundida.
—Soy Damaris—. Decidí al final presentarme, deteniendo sus pasos en seco.
—Oh, es un nombre muy bonito. Y ahora me puedes responder a la primera pregunta, si eres tan amable—. Me invitó con amabilidad. Noté que elegía de forma cuidadosa sus palabras, como si temiese que me ofendiera.
—¿De qué hablas?
—¿Te has perdido? —Repitió de nuevo, recordándome la primera pregunta que me hizo, hace unos instantes. Negué con la cabeza como respuesta, pero no parecí convencerle, puesto a que su rostro fue invadido por más dudas. —No pareces ser de aquí.
Mis ojos se abrieron como platos. Los latidos de mi corazón se aceleraron y sentí como unas gotas de sudor se empezaron a formar en mi frente.
¿Me habi