Perla de Poseidón
Mi hermana era unos años menor que yo. Nació en primavera, pero paradojamente es la diosa del sufrimiento y las pesadillas. Gracias a ella en el Inframundo hay una parte que se alimenta del dolor, los miedos y angustias de las personas. Pero a pesar de sus obligaciones con el Inframundo, era muy sensible y empática con todos. Le costó muchísimo aprender a silenciar las voces que sufrían y deseaban morir, los llantos, gritos, el dolor, pero gracias a mi padre, consiguió no volverse loca.
De pequeña traté de ser el máximo apoyo, ya que entendía lo difícil que era silenciar esas voces. Supongo que, gracias a esos momentos, es con quien mejor relación tengo.
—¿Qué tal has estado? —Alcé la ceja y le dediqué una mirada irónica. No podía creer que me preguntase tal cosa.
—Bien, aquí no se puede estar de otra forma—. Murmuré y le dediqué toda mi atención al lago.
—¿Sigue atormentándote papa con sus clases? — Cuestionó con cuidado mi hermana.
—Sabes como es. Es difícil seguir encerrada aquí, cuando sabes que todos tus hermanos están por fuera disfrutando de un poco de aire fresco—. Me sinceré con ella.
—Tengo una sorpresa para ti—. Repitió, cambiando radicalmente de tema.
—Eso ya lo dijiste, pero aún no he visto nada—. Dije de forma pícara, para ver si por fin se atrevía a mostrarme lo que me había traído de su viaje.
Empezó a rebuscar en un pequeño bolso que traía encima, hasta que sacó un recipiente con forma de estrella. Me quedé asombrada, nunca había visto algo así, por lo cual mi atención se multiplicó por cien al ver lo que tenía entre sus manos. Poco a poco la abrió y me mostró una enorme perla negra, que se hallaba en el centro de la estrella.
De vez en cuando vi un leve destello de brillo en la perla. Merin, me entregó la estrella y yo poco a poco la tomé, y seguí observándola con atención. Cuanto más miraba, más hipnotizante era la perla. Mi hermana se dio cuenta de forma inmediata que me había encantado el regalo que me había hecho. Y eso que aún no sabía lo que podía hacer. Al principio creí que era un colgante, pero al analizarlo con la vista, no encontré ninguna cadena para poder ponérmelo.
—No es un colgante—. Fue como si me hubiese leído la mente. Cuando dirigí la mirada hacia mi hermana, no pude evitar sonreír, ya que ella estaba radiante y encantada de haber dado en el clavo con el regalo.
—Es una perla que cumple deseos. Cualquier cosa que le pidas, se hará realidad—. No pude evitar soltar una carcajada. Por unos instantes pensé en que estaba bromeando, pero al ver lo seria que se había quedado se me borró la sonrisa del rostro.
—¿Es en serio? —Pregunté con incredulidad.
—Si, en serio. Me la ha dado el tío Poseidón. Es una de las perlas más especiales y únicas del mundo. Lo malo es que solamente cumple un d***o y luego pierde el color, y pasa a ser blanca como las demás perlas—. Me contó la historia completa. —Por desgracia hay un pequeño detalle que tengo que contarte.
—Dime—. La invité, ansiosa porque me contase más.
—El Inframundo bloquea el efecto de los deseos, así que si la quieres usar para salir de aquí, tienes que llegar donde no llega el efecto de nuestro padre—. Me dijo, dándome consejo.
—Espera un momento. ¿Es una perla que cumple deseos, pero no los cumple aquí? —Repetí con otras palabras lo que me había contado. En otras palabras, esa perla no servía para nada, ya que se suponía que para que me cumpliese el d***o tenía que salir del Inframundo.
—Tienes que llegar a la entrada del Inframundo, allí se reactiva el efecto de la perla, ya que esa es la frontera entre el mundo de los vivos y la muerte—. Explicó mi hermana Merin, mientras que de forma nerviosa empezó a observa el al rededor, al parecer temía que nos pudiese oír mi padre.
—¿Cómo estás tan segura de que funcione en la entrada? ¿Acaso lo has probado alguna vez? —No tenía mucha fe en que el d***o se cumpliese, ya que la entrada seguía formando parte del Inframundo. Y en el caso de que fallase, seria una pena desaprovechar los poderes mágicos de la perla.
—Nuestro tío me dio las instrucciones, no creo que me mintiese—. Confesó con una tímida sonrisa.
—Nunca me contaste que te veías tanto con nuestro tío—. Empecé a tener mis sospechas, ya que no estaba segura de que nuestro tío le diese la perla, ya que yo era muy consciente del odio que se tenía con nuestro padre.
—De vez en cuando si. Me atrae mucho el mar y el océano, así que voy visitarle y de vez en cuando me pregunta mucho por ti, ya que eres la única a la que aún no ha visto—. Explicó con un tono tranquilo.
—Tengo que pensar un plan—. Terminé por romper el silencio que reinó entre nosotras durante varios minutos.
—Siento no poder ayudarte más, pero temo que se un estorbo, aparte de que si se entera papa, creo que me enviará a un lugar peor que el Inframundo—. Se disculpó triste.
—Ya has hecho mucho con este regalo, muchas gracias. Eres la única hermana que se preocupa por mi—. Sonreí con lágrimas en los ojos. Toda la situación me había emocionado demasiado. La idea de que existía la posibilidad de salir de aquí, despertó en mi una pizca de sensibilidad. Mi hermana Merin sonrió, y no dudó en darme un fuerte y reconfortante abrazo.
—Voy a saludar a mama y papa, antes de que les parezca sospechoso que he venido y no les he dicho nada—. Se apartó de mi y sin más se encamino hacia el centro del Inframundo donde se hallaban el trono de Hades.
Yo permanecí junto al lago, observando la perla que me había dado mi hermana. Mientras que esperaba a que volviese a aparecer Penumbra, quien no tardó mucho y volvió a estar a mi lado.
—¿Qué te ha traído esta vez? —Cuestionó con curiosidad, al darse cuenta de que estaba jugueteando con la perla.
—Una perla que cumple deseos—. Confesé y vi como la mirada de Penumbra se llenó de asombro.
—Es la perla de Poseidón—. Soltó sin más. —Nuestra madre adoptiva, nos contó la historia, sobre que existían trece perlas de Poseidón, que podían cumplir cualquier d***o que pidieses. Pero esa historia está llena de peligro—. Continuó.
La verdad es que me sorprendió bastante que conocía esa perla.
—¿Puedes contarme la historia? —Le pedí con amabilidad.
—Claro. Como dije, al principio existieron trece perlas. Poseidón las escondió por el océano, ya que cuando estaban escondidas en la tierra, muchos querían usarlas para que triunfara el mal. Poseidón se dio cuenta de ello y por eso decidió esconderlas en los océanos. Muchos las dieron por perdidas y decidieron dejar de buscarlas. Hasta que uno de los humanos encontró una de ellas y deseó poder ser inmortal. Vio a todos sus seres queridos morir, y el seguía estando en vida. Empezó a sentir un enorme vacío y tristeza, ya que siempre que algo lo hacía feliz, terminaba dejándolo, ya que la muerte los separaba. Optó por buscar otra de las perlas, ya que se dio cuenta de que su d***o fue estúpido, y él perdió las ganas de vivir para sufrir. Logró encontrarla y pidió que pudiese morir en paz para reencontrarse con su familia. Pero al no pedir cuando, siguió siendo inmortal. Cada día quería morirse más y más, pero el d***o de la perla seguía sin hacer efecto, hasta que un día decidió saltar desde un acantilado y por fin murió, ya que Poseidón puso de su parte y se apiadó de él, dejándole morir en paz—. No me podía creer lo que me estaba contando Penumbra. Nunca había oído hablar de esa historia y me dejó bastante sorprendida. —La moraleja de todo, es que el hombre fue tan egoísta que pensó en ser inmortal, para poder vivir y disfrutar al máximo, pero no pensó en que su familia no sería inmortal y lo abandonaría y terminaría siendo solo. No pensó en que ellos seguirían envejeciendo como humanos normales. Por eso debes de tener cuidado con el d***o que pidas y ser lo más concreta posible, ya que la perla tiene en cierta parte, sentido propio y puede tardar en cumplir tu d***o—. Prosiguió Penumbra sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Noté como en su tono de voz empezó a predominar cierta preocupación, por que mi d***o terminase mal.
—¿Crees que es mejor no usarla? —Pregunté, esperando una respuesta sincera por su parte.
—Creo que deberías usarla, pero para algo más importante—. Su respuesta me causa bastante confusión. —Quiero decir, mira, podemos crear nosotras dos un plan y te puedo ayudar a escapar de aquí si quieres... Pero ahorraría la perla para problemas que te pueden surgir en el mundo humano. Uno nunca sabe cuando va a necesitar ayuda—. Debo admitir que tenía sentido lo que estaba diciendo. Nunca había salido al mundo humano y es cierto que podrían aparecer complicaciones en el mundo humano.
—¿Y tú me ayudarías?— Le pedí. Una sonrisa apareció en su rostro.
—Claro que sí. Hasta me gustaría ir contigo, pero me siento mal por no poder acompañarte para apoyarte y ayudarte—. Comentó con una pizca de tristeza.
—No te preocupes, si todo sale bien, estaré bien—. Le dediqué una sonrisa para tranquilizarla, pero tengo que admitir que sentí cierta pena por tener que dejarla aquí. Es verdad que podía usar la perla para que pudiese venir conmigo, pero seguía sin estar convencida de que me sirviese llegar a la entrada del Inframundo, al igual, que me daba mala espina usarla estando Penumbra en cualquier parte del Inframundo, porque desconocía los efectos que podría tener la perla sobre ella. Temía que pudiese hacerle daño. —Prometo que volveré para que puedas ser libre antes de que pasen esos siete años—. Le prometí, y dándome cuenta de forma inmediata que no se esperaba que le dijese eso.
—Sé muy bien que no serías capaz de dejarme aquí tirada, aparte de que te aburrirías sin mis comentarios—. Sonrió con timidez. —Pensemos el plan entonces—. Agregó con emoción.
—Creo que mi hermana sabía que nada más darme la perla intentaría usarla... Así que supongo, que ha ido a entretener a mis padres, debemos aprovechar este momento—. Pensé en voz alta, dándome cuenta de que tenía sentido. La mayoría de las veces siempre iba a saludar a mis padres primero, y después se entretenía conmigo contándome sus aventuras y pasando conmigo el rato.
—Pues no podemos perder más tiempo. Vamos, tenemos que pasar por el río y aprovechar que Cerbero está durmiendo a estás horas—. Me motivó Penumbra poniéndose en pie, animándome a que hiciese lo mismo. De un salto me puse en pie y dirigí mi mirada hacia ella.
—¿Cómo sabes que hora es?
—No sé describirlo, pero es como si tuviese un reloj en mi cabeza que me dice la hora cuando la necesito saber—. Explicó con una sonrisa.
—Vamos por ese camino, con suerte no estará el guardia, ni el vigilante—. Penumbra asintió con la cabeza y decidió seguirme.
El adrenalina comenzó a abrirse paso en mi interior. Debíamos actuar con cautela y rapidez, ya que como mi padre se enterase de esto ahora, habrían horribles consecuencias para ambas y eso no podía permitirlo. No por mí, sino por Penumbra. No podía permitir que ella sufriese más de lo que ya estaba sufriendo ahora.