Prólogo.
Abro mis ojos, sintiéndome libre de ese oscuro pozo sin fondo. Soy consciente de que sólo puedo mover mis ojos y que estoy en un lugar que no conozco. Estoy muy confundida y tengo miedo, no sé dónde estoy, pero no he visto una luz más hermosa como la que acabé de ver. La luz que me demuestra que al fin salí de allí, que estoy viva. Una luz que, así como me confunde, me alegra.
Observo mi alrededor y veo un techo blanco y también paredes blancas. Un ligero pitido se escucha a mi lado y el lugar huele a algo ligeramente podrido. Mi subconsciente me pide a gritos que me levante, que me mueva, que haga algo, pero mi cuerpo no responde. Es tan frustrante. Estoy cansada, ya no quiero estar aquí. Sigo tratando de moverme, de decir algo, de hacer algo, pero es imposible. No entiendo qué está sucediendo y por más que intento tratar de reconocer el lugar dónde estoy, no puedo. No siento mi cuerpo y el sonido a mi lado me está deshabilitando. Estoy entrando en pánico.
No sé cuánto tiempo ha pasado y no ha llegado nadie, nada ha pasado y sigo estando pasmada. Todo este tiempo he tratado de moverme, pero no lo consigo. Es como si muchos bloques estuvieran sobre mi cuerpo y su peso me haya adormecido el mismo, aun así, sigo en mi tarea. Empiezo por lo básico, tratar de mover mi cabeza. Pongo toda mi atención y esfuerzo en lograrlo, pero en vez de eso, siento mis dedos moverse. Me quedo paralizada cuando siento que se mueven, en el fondo me alegra, sin embargo, no es normal que el cerebro se equivoque, debido a que le mandé la orden de mover mi cabeza, no mis dedos. ¡¿Qué está pasando?!
Sigo mi tarea e inexplicablemente, mis otros dedos también se mueven. Esto me está asustando, ahora puedo mover mis dedos, sin embargo, sigo sin sentir mis extremidades. Sigo moviendo mis dedos, tratando de encontrar algo que me facilite levantarme. Lo único que deseo es poner un pie fuera de esta cama para poder saber dónde estoy. Pero debo ser paciente, todo a su tiempo. No puedo levantarme de la nada sin sentir mi cuerpo. Eso es lo que más me preocupa.
Escucho un lejano sonido, no logro descifrar qué es, pero me hago a la idea de que el sonido proviene de afuera. La incertidumbre me recorre el cuerpo haciendo que sude. Siento el líquido correr mi cara. Veo que la puerta se abre y una chica entra con una bandeja en sus manos con algunas cosas. Nos miramos mutuamente sin saber qué hacer, ninguna de las dos dice nada, yo simplemente porque no puedo, ella, no lo sé. Abre ligeramente su boca y deja caer dramáticamente las cosas al suelo.
Rápidamente corre fuera, perdiéndose de mi escaso campo de visión. ¡No! No quiero que se vaya. Quiero que me ayude a moverme y a salir de aquí. ¡Quiero que vuelva! La frustración me está matando y el no saber nada, ni siquiera dónde estoy, no ayuda mucho.
Veo de nuevo dos siluetas acercándose hasta el punto de llegar hasta mí. Es la misma chica y un señor de edad con bata blanca.
—¿Faith? ¡Dios! ¡Abrió sus ojos! —exclama asombrado.
Intento responderle que no sé quién es Faith, que no me llamo Faith, de hecho, no sé cómo me llamo, pero no puedo. No puedo hablar, mi cerebro no responde, mi lengua está enredada y no obedece a mi petición.
Trato de demostrarle con mis ojos lo confundida que estoy y que necesito respuestas.
—Llama a su madre. No las llevaremos para hacerle unos análisis —esta vez el hombre se dirige a la chica.
¿Análisis? Tiene que ser un doctor. Creo que estoy en una clínica.
—Enseguida —contesta la chica.
Ella sale de la habitación dejándome sola con el hombre.
—¿Qué más puedes hacer, Faith? Esto es impresionante —dice mirándome intensamente, muy intensamente.
Me debato entre mostrarle que puedo mover mis dedos o no, sin embargo, una parte de mí pide a gritos que lo haga. No conozco a este hombre, pero tal vez pueda ayudarme.
—¡Por Dios! —exclama y se rasca la cabeza como si estuviera preocupado. Se mueve de aquí para allá por todo el lugar. No estoy entendiendo nada.
Unos minutos después llega otro hombre muy rápidamente, como si estuviera exaltado.
—Vine en cuanto me enteré —anuncia—. ¿Qué no quedamos en algo? —lo último lo dice mirándome.
—Lo sé, pero no puedo retrasar ciertos avances. No puedo retrasar algo natural —le contesta el Doctor.
─ ¡Es tu deber! ¡Era tu trabajo! ¿Qué se supone que le vamos a decir? ¡Esto no es un juego de ajedrez! ¡Nuestra vida está en riesgo!
No estoy entendiendo nada, estoy confundida. Me siento como si estuviera en un laberinto, uno muy oscuro, uno donde no encuentro salida y le temo hasta a mi sombra. No sé quién soy e insisten en que me llamo Faith. ¿Quién es Faith? ¿Quién soy yo? ¿Quiénes son estos hombres y dónde estoy?
—Ni siquiera yo sé qué vamos a hacer, sólo esperemos. Al fin y al cabo, mírala, es inofensiva.
El hombre se acerca al doctor, éste último, retrocede por inercia. Está bastante asustado ¿A qué le teme?
—¿Esperar? —exclama entre dientes—, yo no puedo esperar. Tarde o temprano lo sabrán y estaremos acabados —sentencia.
¿Quiénes lo sabrán? Están hablando de cosas sin sentido, cosas que no entiendo.
—Yo...
—Tú nada. Haz lo que tengas que hacer, pero ella no puede estar despierta. Haz lo que sea, pero no la mates. Sabes a quién le corresponde hacerlo.
Al escuchar eso intento con todas mis fuerzas levantarme o gritar. Quiero irme de aquí, me quieren hacer daño, me quieren matar. Siento que el pecho me duele y el sonido a mi lado se intensifica, se vuelve más fastidioso y con un ritmo mucho más rápido.
La vista se me nubla y los rostros se dispersan. Una punzada de dolor vibra en mi cabeza. No puedo contenerme más...
Es de noche. La luz está apagada. Lo puedo alcanzar a visualizar a través de mi vista borrosa.
Abro y cierro los ojos para poder ver mejor y parece funcionar. Estoy en la misma habitación. Lo puedo ver y sentir, pero hay algo diferente, siento otra presencia. Por el rabillo del ojo veo hacia mi derecha. Hay alguien aquí. Puedo detectar una sombra.
Ésta se levanta y camina hasta posarse frente a mi cama. La habitación está a oscuras, impidiéndome ver su rostro. Está quieta, no dice, ni hace nada. Al parecer lleva una capucha y es hombre. Lo sé por su contextura. Levanta su mano y me saluda con ésta. Hay algo macabro en él. Tengo miedo. Estoy indefensa y sola. No puedo hacer nada, además de mover mis ojos y es más que obvio que este hombre no debería estar aquí.
Aún tiene la mano levantada y no dice nada. Quiero que alguien llegue y me ayude, pero ¿quién? Estoy sola y asustada, aún recuerdo la conversación que escuché. No debo confiar en nadie.
El hombre mete su otra mano en su bolsillo y el inquietante brillo de un reloj me nubla por completo la vista de nuevo y saca de él algo. Lo levanta, dejándome ver lo que sacó y es cuando pongo todo mi empeño en gritar, pero no lo consigo, no puedo. ¡Es un cuchillo! ¡El hombre sacó un cuchillo!
Mi pecho sube y baja y dos lágrimas me humedecen las mejillas. El hombre ríe. Hasta su risa es siniestra y malévola. Juega con la punta del cuchillo y se acerca. Toca mis pies con su mano, pero no siento nada. Ni siquiera el tacto. Siento la necesidad de dar un pequeño brinco, pero no me sale.
Ahora el cuchillo remplaza su mano. ¡Dios! ¡Que alguien me ayude!
De repente, se aleja de mí, pero eso no impide que más lágrimas salgan. Se acerca, muy cerca, pero es tanta la oscuridad que ni así, logro ver quién es, aunque no serviría de nada, no puedo hablar ni mucho menos recordar.
Pone su fría mano en mi mejilla.
¡Haz algo! ¡Grita! ¡Pide ayuda! ¡Corre!
Esa voz grita en mi interior. La misma voz grita en mi interior, pero no puedo. Nunca he podido hacerle caso a lo que me pide; jamás. Se aleja riendo. Me da una última mirada y sale de la habitación.
Ya es de mañana. Siento las ganas inmensas de levantarme, pero no puedo. Algo me impide hacerlo.
Tocan la puerta y entra la misma enfermera sólo que acompañada de otra persona que no es mi doctor. No es el hombre que quiere matarme, no es el mismo.
—Buenos días, Faith, soy Jason. Lamento no haber podido venir a verte ayer, pero soy el encargado de tu caso. Me alegra enormemente que hayas despertado.
¿De qué está hablando? Él no es mi doctor, él no es quién vino ayer y discutió con otro hombre por mí. No es él. ¿Quiénes son los otros dos?
—Sé que no puedes hablar aún, pero espero que tú también estés contenta, además tu madre ya viene en camino.
¿Mi madre?
Lo miro mostrando mi mejor cara de confusión. Quiero gritarle no sólo a él, sino al mundo que estoy extremadamente pérdida. Estoy asustada y por alguna razón, me siento en dos lados; entre la vida y la muerte.