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ATRAPADA EN LA OSCURIDAD

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Blurb

Un matrimonio arreglado por la mafia oscura.

Estábamos destinados al desastre desde el momento en que nos conocimos...

Ivanov D'Agostino es el heredero del imperio de su padre. No te dejes engañar por su hermoso rostro o esa penetrante mirada azul. No es un príncipe azul. Es peligroso, temido, posesivo y feroz.

Nuestro primer encuentro comenzó con un contrato que me obligó a casarme con él y renunciar por escrito a mi vida. Yo soy el pago de una deuda y un peón en su juego para vengarse de mi padre. La única salida es la muerte.

Ahora le pertenezco. Yo, la princesa de la mafia de la familia Balesteri. Pura e intacta... Propiedad del diablo que me puso en una jaula dorada.

Pero algo inesperado sucedió en el momento en que nuestros caminos chocaron. Me hizo desear más de lo que tenía para ofrecer cada vez que me acostaba debajo de él.

Entonces el pasado llamó a la puerta y oscuros secretos se esparcieron a mis pies. De repente, no sé que es verdad y que es mentira. O quién es el monstruo de esta historia. Pensé que era mi marido. Ahora no estoy tan segura...

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Prologo
Ivanov  17 años antes   —Tierra a la tierra, cenizas a las cenizas, polvo al polvo...— murmura el padre De Lucca antes de detenerse por un momento. Lo miro de pie en la cabecera de la tumba de mi madre. La expresión solemne de su rostro se profundiza, y el frunce entre sus cejas me dice que él también lamenta nuestra pérdida. Recuerdo que me contaba historias sobre mi madre cuando ella era pequeña. Él fue el sacerdote que casó a mis padres. Dudo que pensara que este día llegaría. Nadie lo pensó. No tan pronto, ni tan repentino. El padre De Lucca toma aire, mira alrededor de la reunión de dolientes y continúa. —Con la esperanza segura y cierta de la resurrección a la vida eterna por medio de nuestro Señor Jesucristo, que es poderoso para vencer todas las cosas. Dios ha recibido a uno de sus ángeles hoy... entrego el cuerpo de Yulia Svetlana D'Agostino a la tierra de donde vino, y deseo una bendición para su hermosa y amable alma. Me quedo mirando y noto cómo lo mira mi padre ante esas últimas palabras. Me pregunto si al padre De Lucca también le pareció extraño. Que mi madre se matara. Pa está parado a unos pasos de él. Una lágrima le corre por la mejilla mientras una luz brilla en sus ojos, probablemente por lo amable de la bendición. La luz se desvanece un momento después y vuelve a ser el hombre destrozado. Tengo doce años, pero sé cómo se ve cuando alguien está roto. Así es como me siento. Hasta ahora, nunca había visto llorar a mi padre. Nunca. Ni siquiera hace años cuando lo perdimos todo y nos arrojaron a la calle sin nada más que la ropa que llevábamos puesta. Mi abuelo me da un suave apretón en el hombro. Cuando lo miro, me da una mirada reconfortante. Del tipo que todos los demás nos han dado desde que sucedió todo esto. El abuelo tiene una mano sobre mí y la otra sobre Dominic, mi hermano menor. Mis otros dos hermanos, Andreas y Tristan, están al otro lado. Dominic no ha dejado de llorar, ni una vez desde que le dijimos que mamá no volvería a casa. Él solo tiene ocho años. Odio que tenga que pasar por esto. Todos nos burlamos de él por ser el bebé y aferrarse a mamá. Pero todos nos aferrábamos a ella de alguna manera. El único otro funeral al que asistí fue el de mi abuelita. Pero a los seis años, era demasiado joven para entender la muerte. En ese entonces, no me sentía como me siento ahora. Como si la colisión del entumecimiento y la ira dentro de mí me destrozara. Tal vez me siento así porque fui yo quien encontró a mamá en el río. Fui la primera persona en verla muerta. Fui la primera persona en confirmar nuestros peores temores después de que ella desapareció. Fui la primera persona en saber que la última vez que nos vimos fue un adiós para siempre. Todos la buscamos durante tres días. Fue mientras caminaba por la orilla del río en Stormy Creek que la vi, simplemente flotando en el agua entre las totoras. Sus ojos todavía estaban abiertos, vidriosos. Su piel pálida. Los labios... azules. Su cuerpo se balanceaba suavemente de un lado a otro en el agua. Nunca olvidaré la forma en que se veía. Como una muñeca sin vida con su cabello rubio platinado flotando a su alrededor, sus delicados rasgos aún luciendo tan perfectos. Pero sin vida. Nunca más. Por dentro sigo gritando. Dijeron que debía haber saltado del acantilado. Eso es lo que oí decir a los adultos. Suicidio… Ma se suicidó. No se siente real. No se siente bien. Me sacan de mis pensamientos cuando el padre De Lucca asiente con la cabeza y papá toma un puñado de tierra para arrojarla a la tumba. Cuando termina de esparcir el tierra, se arrodilla y sostiene la única rosa roja que lleva desde que llegamos. Todos tenemos una. —Ti amo, amore mio. Te amaré por siempre y para siempre—dice él. Mis padres siempre se declararon su amor el uno por el otro. Siempre. Sé que él siente la misma culpa que nos rodea. Todos nos culpamos por no haber podido salvarla. Mientras papá arroja la flor a la tumba, el padre De Lucca reza una oración y el abuelo lleva a mis hermanos a darle a mamá sus flores. Me quedo donde estoy. No puedo obligarme a moverme. Todavía no puedo despedirme. No quiero despedirme en absoluto. Ya sé lo que pasará a continuación. Nos iremos y llenarán la tumba con el resto de la tierra. Cubriendo a Ma para siempre. Me tiemblan las piernas al pensarlo y esa debilidad regresa a mi cuerpo. Las personas también empiezan a tirar sus flores, una por una. Algunos me miran, otros simplemente dejan caer sus rosas, lirios, dalias. Las flores favoritas de mamá. He estado agarrando la rosa en mi mano con tanta fuerza que las espinas me han cortado las palmas. Casi olvido que la tenía. Miro las manchas de sangre en el tallo y las hojas. El intenso color carmesí contrasta con el verde oscuro. Una mano pesada se posa sobre mi hombro, sobresaltándome. Cuando levanto la mirada, me encuentro mirando directamente a los ojos azul pálido del diablo. El hombre que nos quitó todo. Riccardo Balesteri. Un hombre al que papá solía llamar su mejor amigo. Eso es lo que creíamos que era, antes de que las cosas cambiaran y se convirtiera en un monstruo. Pa no nos involucra en los negocios, pero no hubo nadie que nos protegiera de nada aquel día, hace dos años, cuando Riccardo llegó a nuestra casa con unos hombres y nos echó. No supe lo que pasó, pero recuerdo la discusión. Recuerdo a papá suplicándole que fuera razonable y a mamá llorando mientras intentaba sacar a Dominic y Tristan de la cama. Fue Andreas quien me llevó y me calmó cuando intenté ayudar. Los hombres simplemente se rieron de mí. Ahora, este hombre está aquí en el funeral de mi madre. Con una sonrisa en el rostro. —Querido muchacho, realmente lamento mucho tu pérdida— dice él. Sus palabras son similares a las que me han dicho todo el día, desde cuando entramos a la iglesia esta mañana y cuando llegamos al cementerio. Sin embargo, todos los que las dijeron lo decían en serio. Eran sinceros. Este hombre no lo es. El clic-clac de lo que sé que es un arma me roba la respuesta. No es que yo supiera qué responder. No he hablado mucho desde que encontré a mamá en el río. Miro y veo a papá sosteniendo dos pistolas, apuntando a Riccardo. El abuelo coloca un brazo protector alrededor de mis hermanos mientras los invitados restantes observan aterrorizados. La única persona que no parece asustada es el padre De Lucca. Su rostro es severo y se vuelve más duro cuando Riccardo aprieta su agarre en mi hombro. —Quita tu mano del hombro de mi hijo—exige mi padre, inclinando la cabeza hacia un lado. Riccardo se ríe. El sonido me atraviesa. Aprieta mi hombro con tanta fuerza que me estremezco y mis rodillas se doblan. —Giacomo,  confía  en  ti  para  hacer  una  escena—responde Riccardo con voz cantarina. —Dije que quites la mano del hombro de mi hijo. ¡Ahora!—grita Pa. En respuesta a su demanda, Riccardo aplica más presión a mi hombro. Sus dedos se hunden más allá de la tela de mi traje y se clavan en mi piel. —Suéltame—le gruño, golpeando contra su agarre. Sin embargo, él es demasiado fuerte. Estoy indefenso. No puedo hacer nada. —Tan irrespetuoso en el funeral de tu esposa—se burla Riccardo —. Me pregunto qué pensaría Yulia si no estuviera dos metros bajo tierra. Quizás la decepción de lo que eres como esposo la hizo saltar hacia la muerte. Sí, sí. Debió ser eso. Quizás ella prefirió la muerte a estar contigo. Enfurecido, Pa da un paso hacia adelante con sus armas, pero Riccardo toma represalias tirando de las suyas, acercándome más y colocando el cañón de acero en mi sien. Grito, dejando caer mi rosa y aprieto los dientes. Eso hace que papá se detenga en seco. Sus ojos se abren asustado y mi alma tiembla de miedo. Este hombre es el diablo. Pa siempre me dijo que nunca lo subestimara. Eso hará que te mate. Entonces, no lo haré. No lo subestimaré, ni asumiré que Riccardo no me matará. Las lágrimas corren por mis mejillas cuando desliza su mano hasta mi cuello y me sujeta con más fuerza. —Maldito perro—grita mi padre. Sin embargo, todavía tiene sus armas en alto—. ¿Cómo te atreves a presentarte aquí hoy para regodearte? Quita tus putas manos de mi hijo. Riccardo sonríe y se inclina más cerca de las armas apuntando a mi padre, desafiándolo, como si supiera que él no lo matará —Mírate, pensando que eres una gran cosa. Tú no puedes matarme. Lo sabes. —¿Quieres ponerme a prueba?—gruñe Pa. —Imbécil, si pudieras, ya lo habrías hecho. Pero... sabes que no puedes. Sabes que en el momento en que lo hagas, estás muerto. Tus hijos estarán muertos. Tu padre estará muerto. Tu familia en Italia estará muerta. Todos los que conoces estarán muertos. El credo de la Hermandad nos protege a mí y a los míos. Pa hierve de rabia. La derrota entra en sus ojos. La misma mirada derrotada que ha tenido durante los últimos años cuando sucedía una cosa mala tras otra. —Déjanos—responde papá. —Sí. Ya me lo imaginaba. Sabes que no puedes hacerme una mierda. Eres impotente e inútil, y estás indefenso como una mierda —continúa burlándose Riccardo—. Lo perdiste todo. Ella era la última cosa buena que te quedaba. Él mira la tumba. A través de mis lágrimas capto el primer atisbo de tristeza en sus ojos. Me suelta y da un paso atrás, bajando el arma. —Déjanos, Riccardo. Vete de aquí. Vete a la mierda—dice Pa. —Vine a presentar mis respetos al ángel que nunca debiste haber tenido. Eso es todo—responde Riccardo—. Y tal vez para verte la cara. Esa mirada en tu rostro aceptando que realmente lo has perdido todo. Con una risa burda y sardónica, Riccardo se vuelve y se aleja. Pa baja sus pistolas, las vuelve a guardar en sus pistoleras, me agarra y me tira hacia él para abrazarme. —Ivanov —suspira contra mi oído—. ¿Estás herido? Trago saliva. —No—respondo. Se echa hacia atrás para mirarme. Ve la rosa en el suelo y la recoge. Nos miramos el uno al otro. La tristeza en sus ojos me atrapa tanto que duele. —Lo siento, hijo mío… lo siento por todo—dice él. —¿Por qué nos odia tanto?—pregunto, mis labios temblando. Pa niega con la cabeza. —No te preocupes por él. No lo hagas, hijo mío. Hoy no se trata de él. —Se endereza y me tiende la rosa—. Ivanov … dale a tu madre la rosa. Es la hora. Hora de decir adiós. Vamos a salir de esto. Lo haremos. Por favor... nunca pienses que tu madre no te amaba. Lo hacía con todo su corazón. Sé que es verdad, pero una parte de mí quiere preguntarle por qué me dejó sin despedirse. Excepto que conozco la respuesta. La vida se volvió demasiado dura después de que Riccardo nos quitó todo. Es por eso. —Dale a tu madre tu rosa, amore mio—repite papá, empujando la rosa más cerca de mí. La tomo y doy esos pasos que temía. Mis piernas se vuelven más pesadas con cada paso que doy. Me detengo junto a la tumba abierta y suelto la flor. Mientras cae, mi corazón se rompe de nuevo. Riccardo tenía razón. Mamá era la última cosa buena que nos quedaba. Ella era verdaderamente un ángel. Miro a lo lejos y veo la vaga silueta de él caminando por el sendero que conduce de regreso al estacionamiento. Llamó a mi padre impotente, inútil, indefenso. Culpó a Pa de que Ma quisiera la muerte, pero no es culpa suya. Todo lo que nos ha pasado es culpa de Riccardo. Todo. En el momento en que este pensamiento me golpea, juro vengarme. Mientras miro su espalda, me prometo que solucionaré esto. No importa cuánto tiempo me lleve, pasaré el resto de mi vida si es necesario, ayudando a mi padre a reconstruirse. Y haré que Riccardo Balesteri pague por todo. En  este  momento,  podríamos  ser  impotentes,  inútiles             y       estar indefensos, pero no lo haremos para siempre. No importa cuánto tiempo tarde. Él también lo perderá todo.

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