Capítulo 6

1554 Words
El living del edificio era elegante y refinado; Alexa ni siquiera quería imaginar cuánto costaba vivir en un lugar como ese. Mucho dinero que sale del bolsillo del señor Larsson, pensó. Porque Alexa estaba segura de que Marcus era el típico niño rico mantenido que solo vivía para malgastar el dinero de su familia. Larsson la estaba esperando de pie frente al ascensor, y los miedos de Alexa se dispararon de golpe, haciendo que sus piernas temblaran. —¿Por qué tienes esa cara? ¿Viste un fantasma, enana? —preguntó, mirándola de pies a cabeza. Alexa quería contestarle, por Dios que así lo deseaba, quería mandarlo a freír espárragos por llamarla enana, pero estaba demasiado nerviosa por el ascensor. Tragó grueso. —No puedo subir en eso —murmuró entre dientes. —¿Qué? —Marcus frunció el ceño. Alexa apretó la mandíbula y sostuvo su maleta con más fuerza. Sus manos estaban resbaladizas por el sudor. —No puedo subir al ascensor. Sufro de claustrofobia —respondió. Y el muy maldito tuvo el descaro de sonreírle de forma burlona. Alexa sintió un impulso feroz de golpearlo. —¿En serio? —preguntó con tono divertido. —Claro que es en serio. ¿Crees que bromearía con algo así? —bufó ella. —Ya veo —contestó Marcus con una sonrisa maliciosa—. Pues tienes las escaleras. Vivo en el piso 30, no te canses mucho. Se rió y, para sorpresa de Alexa, le quitó la maleta de las manos. Después abrió el ascensor, entró y las puertas se cerraron. Alexa se quedó allí unos segundos, enviándole insultos mentales a Marcus. Pero si ese estúpido creía que ella no iba a subir, estaba muy equivocado. Así tardara una vida, lo lograría. Comenzó a subir las escaleras poco a poco, y cuando llevaba más de la mitad, el sudor corría por su frente y el oxígeno le faltaba. ¡Demonios, esto era jodidamente difícil! Definitivamente, por muchos perros que hubiera paseado, necesitaba más cardio. Pero no se daría por vencida. Ya estaba cerca del piso que le había dicho el imbécil. Al menos agradecía que se hubiera llevado su maleta; no esperaba ese gesto de alguien como Marcus. Alexa no supo cuánto tiempo le tomó llegar, pero lo hizo. Cuando por fin llegó al piso 30, tuvo que doblarse, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento. ¿Ahora cómo diablos sabría cuál era el departamento? Por supuesto, el idiota de su jefe no le había dicho el número. —¿Pero qué te ha pasado, jovencita? Parece que hubieras corrido un maratón —escuchó una voz femenina. Enderezándose, Alexa se encontró con una mujer mayor, vestida de una forma peculiar. Alexa respiró hondo para llenar los pulmones. —Subí por las escaleras —consiguió decir. —¡Oh, pero qué intrépida! El ascensor está justo allí. —Lo sé, pero tengo ciertos problemas con ellos —respondió Alexa. La anciana la observó de pies a cabeza. —Nunca te he visto aquí. —Me acabo de mudar —explicó Alexa. —Una decisión algo inusual, mudarse a un lugar tan alto teniendo problemas con los ascensores —comentó ella. Alexa sonrió. —No fue mi decisión —suspiró. —Yo tampoco quiero vivir aquí, pero mi hijo insiste —confesó la señora—. Soy la señora Smith. Vivo en el departamento 201. Cuando quieras tomar un poco de té, puedes visitarme. Alexa le devolvió la sonrisa; parecía una mujer agradable. —Gracias por la invitación. ¿Sabe usted cuál es el departamento de Marcus Larsson? —Claro. Es el joven guapo pero algo idiota que nunca contesta los buenos días. Vive frente al mío, en el 202 —respondió—. Eres una chica adorable, ¿eres amiga de ese presumido? Sí. Definitivamente, la señora ya le caía bien. —No soy su amiga, pero muchas gracias —dijo Alexa, despidiéndose de ella. Empezó a caminar hacia la puerta. Afortunadamente, estaba sin seguro. Y entonces Alexa descubrió por qué Marcus había querido llevarse su maleta. —¿¡Qué diablos haces, maldito imbécil!? —gritó al ver cómo Marcus tenía toda su ropa esparcida por el lugar. —Tardaste menos de lo que esperaba —fue lo único que dijo Marcus, ignorando por completo la pregunta de Alexa. —¡Quita tus sucias manos de mi ropa! ¿Qué diablos te pasa? ¿Eres un enfermo o qué? —lo increpó, recogiendo su ropa como podía. —Solo vi tu ridícula camiseta de gatos y quise saber si tenías más. Y estaba en lo correcto —dijo Marcus con desdén—. ¿Qué persona en sus cinco sentidos colecciona camisetas de gatos? Además de aquellas bragas rosas, ¿en serio usas eso? Alexa se sonrojó, pero no de pena, si no de furia. ¡Había visto su ropa interior! Eso si era pasarse de la raya. —¡Lo que yo use no te afecta en nada, y más te vale que no vuelvas a tocar mis cosas! —le ordenó Alexa, señalándolo con su dedito índice. —¡Claro que me afecta! Vas a vivir conmigo. ¿Qué dirán mis vecinos cuando vean que vivo con una enana loca por los gatos? —Que soy adorable y tú un maldito idiota y presumido —le refutó Alexa sin dudar. —¿Tú? ¿Adorable? No me hagas reír —Marcus rodó los ojos—. Solo déjame aclararte algo: mientras vivas conmigo no vas a usar esas ridículas camisetas de gatos —afirmó, volviendo a tomar las camisas de Alexa y caminando por el pasillo rumbo al balcón. —¡¿Qué diablos crees que haces?! —preguntó Alexa con un grito lleno de indignación. —Lo único útil que puede hacerse con esto —se burló Marcus, lanzando una camiseta al viento. Alexa se quedó atónita. ¿Cómo diablos ese imbécil era capaz de hacerle eso? —Deja de ser tan idiota. ¡Entrégame eso! —ordenó Alexa avanzando hacia él. —No lo haré —replicó Marcus, lanzando casi todas las camisetas por el balcón sin remordimiento alguno. Alexa observó horrorizada cómo desaparecían. La única que quedaba en sus manos era su camiseta favorita con la cara de Piki. Sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡Si tiras esa camiseta, te juro que te lanzo de cabeza a ti también! —lo amenazó, pero su voz salió demasiado temblorosa. —¿Me estás amenazando? Es solo una vieja camiseta. Mi vida vale mucho más que esto —contestó él con arrogancia. —Para mí esa “vieja camiseta” vale muchísimo más que tú. Y quiero que me la entregues ahora —exigió Alexa, justo cuando una traicionera lágrima se deslizó por su mejilla. Para ella, esa prenda era sagrada. Había pertenecido a su padre; Piki había sido su mascota, y por eso Alexa decidió quedarse con él y con la camiseta que su padre mandó hacer con su cara. Ambos eran recuerdos profundamente valiosos para ella. Marcus abrió los ojos sorprendido. ¿La enana estaba llorando de verdad? Eso le provocó incomodidad… tanta que terminó lanzándole la camiseta hacia los brazos. —Te conseguiré unas mejores. Pero si quieres las otras, puedes ir a buscarlas abajo —dijo, encogiéndose de hombros—. Tu habitación está por el pasillo, la puerta de la izquierda. Alexa nunca había odiado tanto a alguien en su vida como odiaba a Marcus Larsson en ese instante. Y apenas llevaban menos de media hora bajo el mismo techo. Apretó la camiseta contra su pecho, respiró hondo y se dio vuelta para recoger sus cosas. Si Marcus creía que esto se iba a quedar así, estaba muy equivocado. Ese maldito idiota no tenía idea de lo que le esperaba. … Alexa despertó y, con pereza, se estiró sobre el suave y cómodo colchón. ¡Dios, esto se sentía demasiado bien! Era como dormir en una nube de algodón suave y deliciosa, y las delicadas sábanas de seda acariciaban su piel haciéndola sentir en el paraíso. ¡Hacía años que no dormía tan malditamente bien! Se dio el lujo de soltar un bostezo lleno de flojera antes de abrir lentamente los ojos… hasta que notó algo que le heló la sangre: sus pósters de las Huntrix no estaban. Su dulce despertar se volvió amargo de inmediato. Lo que pasó ayer no había sido una pesadilla. Realmente estaba viviendo con Marcus Larsson, y ese malnacido le debía una que pagaría muy, pero muy caro. Salió de la cama con rapidez, fue al baño a lavarse los dientes y luego caminó directo a la cocina. La reencarnación de lucifer no estaba por ninguna parte. Alexa puso pan a tostar mientras preparaba café. ¡Necesitaba una enorme dosis de café para soportar el día que le esperaba! Y estaba segura de que, al final de los seis meses, sería completamente adicta a la cafeína. Cuando todo estuvo listo, empezó a comer. Y si a Marcus le molestaba que usara la cocina, era muy bienvenido a irse al infierno. Alexa se dio cuenta de que pensar en él le traía mala suerte, porque justo en ese momento apareció frente a ella, con su eterna cara de pocos amigos.
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