—¿Qué haces en mi cocina? —preguntó con voz rasposa.
—Tomo clases de natación —respondió Alexa encogiéndose de hombros.
—Ja, ja, ja… ¿te crees muy graciosa? —preguntó rodando los ojos.
—Solo respondo a tu tonta pregunta.
Marcus entrecerró los ojos. Esa chica era una respondona e irrespetuosa, así que decidió dejar la conversación hasta allí.
—Dame café —ordenó.
Alexa levantó una ceja, incrédula por su forma de pedir.
—¿Acaso me crees tu elfo doméstico?
—¿Mi qué?
—Nada. Allí está la cafetera, ¿acaso no tienes manos para servirte tú mismo? —refutó Alexa.
—Está justo a tu lado, nada te cuesta servirme un poco —bufó Marcus.
—Existen un par de palabras mágicas que usa la gente civilizada para pedir las cosas, ¿sabías? —preguntó Alexa, cruzándose de brazos.
Hubo un duelo de miradas que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.
—Mira, Stone, estás en mi casa…
—Esta puede ser tu casa y la mierda que quieras, pero yo no soy tu jodida sirvienta. ¿Quieres café? Sírvetelo —Alexa señaló de nuevo la cafetera.
Marcus tensó la mandíbula y apretó las manos en puños.
—Regálame un poco del café que preparaste… por favor.
La cara de sorpresa de Alexa fue casi cómica.
—Así que sí puedes usar tus modales —murmuró.
—Lo que sea, muévete —ordenó Marcus, y se fue a sentar al sofá.
Era demasiado bueno para ser real, pensó Alexa, entrecerrando los ojos mientras sus pensamientos maliciosos jugaban en su mente.
Alexa tomó la sal y le puso tres cucharadas al café antes de llevarlo a Marcus.
—Ten —dijo entre dientes.
—Esto está demasiado caliente. A mí me gusta tomar el café tibio —hizo saber su molestia de inmediato.
—Échale aire, para eso tienes boca, ¿no? —gruñó Alexa, y se dirigió a su habitación para tomar una ducha.
Le hubiera gustado quedarse para ver la cara de Marcus al probar el café salado, pero ella era de las que disfrutaban hacer arder el mundo… no arder en él.
Una vez en su habitación, buscó uno de los trajes que el señor Larsson le había obsequiado. Camisa de vestir y falda en tuvo. Era azul, ajustado y favorecía su hermosa y esbelta silueta. Tomó una toalla y se dirigió al baño, y justo cuando estaba desnuda bajo la ducha, escuchó el grito desde afuera.
—¡Maldita seas, Stone! —bramó Marcus.
Alexa no pudo evitar reír.
—Te lo mereces, jodido imbécil —dijo entre risas.
—Stone, sal de ahí en este instante —lo escuchó gritar mientras golpeaba la puerta.
Alexa se dio el lujo de ignorarlo por completo mientras se enjabonaba el cuerpo.
—¿Crees que estoy jugando? —escuchó que refunfuñaba… y luego silencio.
Entonces oyó pasos dentro de la habitación, y el pomo de la puerta del baño comenzó a moverse. Solo alcanzó a tomar la toalla para cubrirse antes de que la puerta se abriera.
—¿Qué diablos te pasa, imbécil? —gritó Alexa, sosteniendo la toalla contra su cuerpo.
—Tú… —La voz de Marcus se apagó cuando sus ojos se posaron en ella. El agua seguía cayendo por su espalda, resbalando por su pecho.
¡Por el diablo y todos sus jodidos demonios!, ¿por qué esa enana tenía que verse tan sexy? Alexa tenía una figura esbelta, un abdomen notablemente bien formado y malditamente sensual. Y esos…
—¡Sal de aquí! ¡Me estoy bañando, maldito estúpido! —exigió Alexa, sacándolo de su ensoñamiento.
—¿Crees que fue muy divertido ponerle sal a mi café? —preguntó entonces, queriendo no verse tan aturdido como se sentía.
—¿Le puse sal? —Alexa fingió inocencia.
—¿Ahora vas a decir que no fue intencional?
—Solo confundí los frascos —se encogió de hombros Alexa.
—¿Crees que soy estúpido?
—Sí. Realmente pienso que lo eres —contestó Alexa con sinceridad.
—Esto no es divertido, Stone —refutó Marcus.
—Tampoco fue divertido que lanzaras mi ropa por el balcón, pero lo hiciste. Y quiero que algo te quede claro, Marcus Larsson: no me importa quién seas ni la familia a la que pertenezcas. Ni tú ni nadie va a humillarme. Si me haces algo, ten por seguro que te voy a pasar la factura… y te resultará muy caro —le advirtió, antes de empujarlo fuera del baño y poner seguro a la puerta.
Marcus se quedó parado frente a la puerta cerrada, tragando grueso, tratando de entender lo que acababa de pasar. ¿De verdad había pensado en esa pelirroja como alguien sexy?
¡Estaba jodidamente loco!
Salió de la habitación de Alexa directo a la suya. ¡Necesitaba un baño para despejar la mente!
Después de un largo baño, Marcus estuvo listo. Caminó fuera de su habitación y se encontró con Alexa, bien vestida, enfundada en una falda de tubo azul ajustada que moldeaba su hermosa figura. Y diablos… después de ver lo que había debajo de ese traje, Marcus no podía concentrarse en nada más.
—¿Soy o me parezco? —preguntó Alexa, acomodándose los lentes.
Marcus la ignoró.
—Es hora de irnos —gruñó entre dientes antes de dirigirse a la puerta.
Alexa gimió internamente. ¡Dios! Había olvidado que el imbécil vivía en el trigésimo piso. ¿Bajar treinta pisos por las escaleras? Sería una maldita tortura.
Cuando llegaron al pasillo, Marcus fue directo al ascensor y le lanzó una mirada idiota.
—Nos vemos abajo —dijo antes de entrar al aparato y dejar que las puertas se cerraran.
Alexa rodó los ojos y se dirigió a las escaleras.
El Idiota la había mirado de forma diferente hace un rato; Alexa no logró descifrar qué había sido esa mirada.
Negó con la cabeza. Bajar era menos cansado que subir, pero aun así se tomó su tiempo. Cuando por fin logró salir, Marcus la esperaba recostado en su Mercedes.
—Súbete, vamos a llegar tarde por tu culpa —se quejó Marcus.
—No, gracias. Quiero vivir —contestó Alexa.
Marcus rodó los ojos.
—Bien, ve a la estación a esperar un autobús —se mofó.
Alexa no se consideraba una mujer violenta, pero de verdad había perdido la cuenta de las veces que quería golpear a Marcus en menos de veinticuatro horas.
A regañadientes, subió al auto y se puso el cinturón de seguridad. No confiaba en ese idiota al volante.
El viaje fue largo y tortuoso. La tensión se cortaba en el aire, así que fue un alivio cuando finalmente llegaron a Golden Group Company. Fueron recibidos por la recepcionista, quien saludó con respeto a Marcus.
—Joven Larsson, su padre lo espera en su oficina —dijo la mujer mayor de anteojos, a quien Alexa ya había visto antes.
—Voy enseguida, Sunny —respondió Marcus, caminando hacia el ascensor.
—Tú ven conmigo, joven Stone —indicó la mujer señalando un pasillo.
Alexa la miró confundida, pero la siguió.
Marcus fue directo a la oficina de su padre. Necesitaba poner distancia entre él y Alexa.
—Buenos días, padre —saludó tan amable como pudo.
—Buen día, Marcus —respondió su padre—. Toma asiento.
Marcus obedeció.
—¿Para qué me mandaste llamar? —preguntó.
El señor Larsson le tendió unas llaves. Marcus las miró confundido, pero las tomó.
—¿De qué son?
—De tu nueva casa —respondió el señor simplemente.
—¿Qué?
—Lo que escuchaste. Tu oficina también fue movida al segundo piso del edificio —informó.
—¿Pero qué diablos, papá? ¿Te has vuelto loco? ¿Para qué querría yo una nueva casa? Y este es el piso de los ejecutivos, ¿por qué mi oficina estará en el segundo?
—Alexa es claustrofóbica. ¿Pretendes que esté subiendo y bajando escaleras todo el tiempo aquí? Y para colmo, subir y bajar treinta pisos más en tu edificio.
—¿Esto es por ella? ¡Es una maldita locura! Yo no pienso mudarme, papá. ¿Por qué tantas molestias por una simple asistente? ¿Te gusta? —preguntó entre dientes.
—No me faltes al respeto, Marcus. Alexa Stone puede ser como una hija para mí.
—¡Pero no lo es! ¡Tu jodido hijo aquí soy yo! —gruñó Marcus—. No sé qué diablos te pasa por la cabeza. Después de mantenerme alejado todo el maldito tiempo, ahora sales con que debo estar preparado para manejar la empresa en menos de un año… ¡y ahora quieres que soporte a esa mujer todo el tiempo y que sacrifique mi comodidad porque ella está traumada con el encierro!
En ese punto, Marcus se sentía realmente indignado.
—Marcus, no hay vuelta atrás. Tus cosas están siendo llevadas a la nueva casa en este instante. Es un área residencial muy prestigiosa, y la casa será de tu gusto, créeme.
—¡No me importa la maldita casa, papá! —gruñó Marcus—. Lo que pasa es que todo debe hacerse como a ti te parece.
—Lo que hago es por tu bien, Marcus. Soy tu padre y quiero lo mejor para ti —contestó el señor Larsson, ya un poco exaltado.
—¿Y qué tiene que ver eso con que hayas contratado a esa mujer y ahora yo deba mudarme no solo de casa, sino también de oficina por ella?
—Porque debes aprender no solo a pensar en ti mismo, sino en las personas que te rodean, maldita sea, Marcus. ¿Cómo piensas manejar esta compañía si no estás dispuesto a sacrificar nada?