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Libérame

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Blurb

Rocío lo tiene todo bajo control. Trabaja desde su casa, recibe sus pedidos desde la puerta y se limita a ver a su madre una vez por semana. Una vida predecible, apacible y controlable. Una vida como única alternativa a esa inestabilidad que se lo ha quitado todo.

Sin embargo, una tarde de verano, un desconocido irrumpe en su solitario refugio suplicando su ayuda y todo lo que creía saber acerca de la vida pierde el sentido.

Con poco tiempo para decidir y demasiado por perder acepta ayudarlo, sin saber que aquella pequeña decisión va cambiar la vida de los dos, redefiniendo sus prioridades, sus necesidades y el significado de la palabra libertad.

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1
Yo no te quiero para mi Te quiero para los dos. 1 La música de los vecinos sonaba otra vez demasiado fuerte. Había esperado pacientemente por horas para que terminara la fiesta, pero el volumen, incluso, se había acrecentado. Rocío movía sus dedos con exasperación, mientras esa canción irritante continuaba narrando lo mucho que le gustaba aquella parte de su cuerpo. Respiraba hondo y volvía a intentarlo y sin embargo no lograba concentrarse. Debía entregar aquel informe esa misma noche o no lograría cobrarlo, pero los números se mezclaban en la pantalla, había comenzado con la liquidación ocho veces y no lograba completarla. Cansada de aquel círculo sin salida, empujó su silla hacia atrás y las ruedas la llevaron hasta el borde de su ventana. Observó sin disimulo aquel jardín y ninguno parecía percatarse de su rostro enfadado. Eran jóvenes, posiblemente de su edad, pero absolutamente diferentes. Se miró a sí misma y un suspiro abandonó sus labios obligándola a separarlos. Las chicas que veía desde su ventana llevaban bikinis llamativos y peinados desprolijos, mientras movían sus siluetas con el ritmo de aquella música que lastimaba sus oídos, los jóvenes alzaban sus brazos al compás de sus torsos desnudos mientras alzaban vasos de bebidas de los más diversos colores. Sus ojos recorrían aquellos cuerpos con especial detenimiento, los músculos marcados la provocaban con lascivo desdén mientras las manos buscaban hacerse de las cinturas de aquellas bailarinas que decían una cosa pero claramente deseaban otra. Una vez había sido así, o al menos lo había intentado. Una vez había mostrado su cuerpo sin vergüenza, había buscado miradas de aprobación, caricias robadas, sonrisas insinuantes... Pero aquello había sido tan intenso como breve. Rápidamente el frío de la decepción había provocado su huida, se había metido en su mente como una lombriz solitaria para anidar en cada rincón y cuando la pandemia le había ofrecido el refugio perfecto, nunca más había deseado volver. Cerró la cortina con fuerza mientras caminaba hacia la puerta y el reflejo del espejo a su paso robó su atención. Su buzo ancho, sus pantalones de pijama descoloridos, su cabello largo y grueso de ese castaño que no terminaba de definirse si era claro o oscuro. Su cuerpo altísimo, sus manos temblorosas, sus ojos inquisidores delatando que debajo de esa ropa no quedaba nada agradable por ver. Todo completaba una imagen que evitaba mostrar, una que no merecía la pena ser apreciada, una que odiaba tanto como a su cobardía. La misma decepción la llevó a avanzar más deprisa, no tuvo que dar más de tres pasos para alcanzar la puerta, sus piernas largas al menos tenían esa ventaja, aunque aquel atributo perdía valor frente a la sensación de gigante que siempre le había dado. Colocó su mano sobre el picaporte con determinación y sin embargo, ni bien el metal lustrado y frío alcanzó la yema de sus dedos, supo que era inútil. La taquicardia llegó de la nada, el temblor acrecentó su torpeza, mientras el sudor comenzaba a inundar su frente. Su pecho subía y bajaba marcando un ritmo difícil de seguir mientras sus enormes ojos verdes agrandaban sus pupilas para terminar de agudizar su visión en ese picaporte, en esa amenaza. Sin poder evitarlo lo soltó como si quemara y se echó hacia atrás. Sus manos presionaron su pecho, como si de esa manera pudiera evitar que su corazón saliera disparado y entonces se dejó caer contra la pared, abrazando sus rodillas con fuerza. Su mente se volvió un torbellino, un laberinto del cual no podía escapar. Buscaba la salida y solo encontraba más razones para no avanzar. El miedo tiene la capacidad de inmovilizar, de ocultar todo lo que vale la pena, de apagar los sentidos y cuando ese miedo se transforma en pánico termina cubriéndolo todo como si fuera brea caliente sobre el asfalto, borrandolo todo a su paso y entonces sólo queda una salida: esperar que llegue el irremediable final. Sólo que la muerte es una sensación y como tal nunca se digna a llegar. No supo cuánto tiempo estuvo así, tampoco le importaba. Al volver a levantar la vista la penumbra se había convertido en oscuridad y la música en silencio. Se levantó despacio y buscó la llave de luz. Acomodó su cabello fuera de su rostro y esta vez evitó al espejo. Regresó con pasos firmes hasta su habitación y volvió a encender el monitor. ¿A quién quería engañar? Eso era todo lo que podía hacer, pensó sin darle más vueltas al asunto. Al menos aquella silla, aquella habitación, aquella casa, era algo que sí podía controlar.

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