Capitulo 11

1699 Words
La imagen que no se borra Luciano Lennox-Spencer Nunca fui de los que se distraen con los accesorios o ese tipo de cosas. En un mundo donde todo grita por atención —ropa, gestos, poses, voces— aprendí a mirar a través del ruido. A observar con precisión quirúrgica lo que realmente importa. Datos, resultados, estructuras. Y sin embargo… desde que la vi la noche anterior, lo que aparece en mi mente con una claridad absurda no es el discurso quien ni siquiera recuerdo quien fue, ni los números del balance del último trimestre. Si no que Es de Isabella Taylor. Con esa vestimenta verde oliva. Que despertó cosas en mi interior. No es un recuerdo voluntario, ni mucho menos deseado. Es… Como una intrusión. Una imagen que regresa sin permiso, como una canción que alguien más puso a todo volumen y no puedo apagar en mi mente. No era un traje escandaloso ni caro, a simple vista. Pero el contraste con su piel pálida, casi de porcelana, y el brillo tenue en sus mejillas que alguien hábil supo lograr con un maquillaje natural, la hacían ver… Tan distinta. Con algo que no supe identificar, pero de que si me di cuenta fue en que me encontré buscándola por todo el salón, cada cinco minutos. No como una de las secretarias del piso ejecutivo. No como una más del personal. No como la “chica invisible” que pasa hojas y documentos por mi escritorio sin levantar la mirada. La Isabella de esa noche tenía algo que no sé cómo nombrar. Pero también porque muchos hombres pusieron sus asquerosos ojos en ella. Quizás por eso lo recuerdo. Por el impacto, eso debe ser. No porque se haya visto malditamente hermosa. Quizás por eso no dejo de verla. Por el impacto. Si eso debe ser…. Al día siguiente ya en la empresa me encuentro nuevamente pensando en esta chica. —¿En qué estás pensando? —Renata irrumpe en mi oficina sin golpear, como de costumbre. Tiene una manía exasperante por jugar con la poca paciencia que poseo. —En trabajo que más —respondo mintiendo descaradamente, sin levantar la cabeza de los papeles. —mmmm será ¿Trabajo con lentes, mejillas suaves y vestido verde? mmm. —querrás decir hermanito mío. — dice la muy loca hermana que tengo. Levanto mi mirada de los papeles y La miro Fijamente, tratando de que no note que le atino a su respuesta. —¿Perdón? — Respondo volviendo mi mirada a los papeles, de los cuales no se ni que tratan. —Vamos Luciano te vi. La miraste y no solo eso, sino que la buscaste por todo el salón, y me fije que la miraste más que de lo que has mirado a Viviane, desde que han estado juntos y eso, créeme que ya es decir mucho —se cruza de brazos y se apoya en el respaldo de la silla frente a mi escritorio, dándome esa mirada de que tiene la razón. —Estás viendo fantasmas, donde no los hay, Renata. —Ah, ¿sí? ¿Y también me imaginé que pasaste diez minutos en silencio después de que se fue al balcón? No respondo. Porque no tengo una respuesta convincente ante ese reclamo. Ella suspira de manera dramática. Poniéndose de pie, acercándose a mi sin quitarme la vista de encima. —¿Te has preguntado por si acaso…? si estás… no sé… interesado? Frunzo el ceño. —¿Interesado? Yo No. Renata, es una simple asistente. Y, además, por lo que tú me dijiste, ha sido víctima de unas secretarias con complejo de instituto secundario. Supongo que eso me hizo verla con otros ojos. Nada más. Pena, eso debe ser o por que una mujer no sepa defenderse. —No, hermano. No son “otros ojos”. Son tus ojos. Y lo que vi en ellos no fue compasión. Fue algo. Mmmm más complicado —se levanta, sin darme tiempo a discutir—. Por cierto, ella no ha dicho nada, ella ni enterada esta de todo lo que hemos conversado, Yo solita lo descubrí. Pero antes de irse le digo fuerte y claro. — sabes que jamás podría fijarme en una mujer así. Desde esa conversación maldita, no dejo de recordar cosas que no deberían estar ahí. Los lentes Viejos, con la patilla izquierda floja. Pero en su rostro no se veían fuera de lugar. Le daban una expresión entre perdida y serena. Como si ocultara todo un mundo detrás de ellos y no quisiera que nadie lo descubriera. La forma en que apretaba los labios cuando alguien se reía cerca de ella. Las mangas del vestido cubriéndole apenas los brazos. Su espalda derecha, rígida, como si estuviera en una cuerda floja. Y sus ojos. Increíblemente grandes. demasiado sinceros para este maldito mundo. No entiendo por qué se me quedo grabado cada detalle. No tiene lógica. Y yo, si algo odio más que los problemas, es lo ilógico. La que se ha pegado nuevamente a mi lado como una garrapata el viviane, ya me ha escribió dos veces esta mañana después de la gala. Si bien soy consciente de que no debí pasar la noche con ella, porque ella ya saca su vestido de novia, para poder atarme. Pero ella más que nadie sabe que jamás, de los jamases me casare. Así que opte por No responder, no tengo ganas de que este cerca de mí. Ni siquiera leí el segundo mensaje. Y no es por arrogancia. Sino porque me pareció demasiado forzado. Como si todo lo vivido esa noche hubiese sido una escenografía cuidadosamente montada. Ella allí, sonriendo para las cámaras, fingiendo interés en temas que le aburrían, haciendo gala de una cercanía conmigo que hace años dejó de ser real. —cree que por pasar nuevamente la noche en mi cama tiene un chance. Pero ella, Isabella, en cambio, no finge nada, el rubor en sus mejillas cuando me acerco. Se nota la incomodidad, demasiado diría yo, si no fuera así de tímida juraría que le gusto. Pero no, ella sabe mantener su distancia, sabe mantenerse en su lugar. Y tal vez ahí está el problema. Estoy pensando cosas que ni al caso. Yo… no soporto las mentiras. Ni las máscaras. Y ella, por desentonar tanto, se volvió extrañamente nítida en un mar de impostores. —ya Luciano deja de pensar tonterías. Pero se me ha hecho tan recurrente ir a mirar donde esta, de forma disimulada ir al piso del archivo en donde ella estuvo trabajando. Hasta que su hermana nuevamente solicito a su nueva amiga y protegida isa como su asistente, algo que molesto inmensamente. No porque no quisiera verla casi a diario, o que creciera en mi empresa, si no que, pero no sé qué mierdas siento con esa noticia. Mientras caminaba sin rumbo por los pasillos, me detuve y la vi en el pasillo del ala este. Iba con su carpeta contra el pecho, la mirada clavada en el suelo. Su cabello rojo sujeto con un broche, pero unos mechones rebeldes le caían sobre el rostro. Mis manos por un momento quisieron tomar vida propia y quisieron ir a acomodarlo detrás de su oreja. Pero me contuve, pensé en sacar mi celular de mi bolsillo para contestar una llamada imaginaria. Pero por primera vez desde que ella llego la contemple sin reservas, ni miedos. Decir que se Veía hermosa es quedarse corto. - mierda que dije, no eso no puede ser cierto, no puede gustarme, digo en un pánico interno. Pasé junto a ella sin decir nada, No podía dejar que me viera tan confundido. Pero cuando giré al final del pasillo…me detuve y la vi detenerse, Respirar hondo. Como si cada día aquí fuera una batalla de la que apenas salía ilesa. Y me pregunté —aunque no debería— por qué nadie se ha molestado en protegerla antes. ¿O por qué yo no lo hice? Y por primera vez en mi vida, me encontré cuestionándome, dichos, palabras y gestos despectivos que usé, hacia ella. Pero dejé de pensar y me dirigí a mi oficina, no podía estar en este lugar necesitaba salir tomar un poco de aire. Así que tomé mis cosas y hui de mi empresa. Pero cuando le voy a informar a mi asistente personal, me doy cuenta de que no se encuentra, nuevamente olvide que esta con licencia, así que le informo a recursos humanos para que lo solucionen. me monto en mi carro y nuevamente me descubro pensando en ella. “No es tu problema”, me dije al salir del estacionamiento de la empresa y nuevamente al llegar a mi departamento. Me serví un whisky, con manos temblorosas, ya que mi mente me gritaba que me gustaba, así que, sin más, camine hacía en el balcón, apoye mis manos en la baranda mirando todo desde las alturas soltando un suspiro cansado. Pero allí estaba otra vez. Esa maldita chica en mi cabeza. El color verde oliva, en cómo su piel clara resaltaba en ese atuendo, en esos lentes que esconden un gris azulado, los más bellos que mis ojos han visto. Y en el leve temblor casi imperceptible de sus pequeñas manos, las cuales han hecho saltar a mi querido amigo, al imaginarme todas las cosas que ella podría hacerme sentir. “Tal vez te está empezando a gustar”, las palabras de Renata hacen eco en mi mente como grito. No. No puede ser eso. No es… lógico. No es profesional, Para nada. No es yo. Pero entonces me acuerdo de cómo apretó los labios y escondió los ojos detrás de los cristales cuando alguien —una de las secretarias— soltó una risa burlona, y algo se quebro en mi pecho. No deseo que me guste, no lo quiero. Pero me duele que ella piense que no merece gustarle a nadie, pero no sabe y no se ha dado cuenta que yo he suspirado en silencio por ella. Y esa, maldita sea, es una línea que no debería cruzarse en mi mundo. Y sin embargo…yo ya estoy del otro lado y ni cuenta me di cuando lo crucé.
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