CAPITULO 10

1023 Words
Una sombra. Isabella Taylor Me odio un poco cada vez que lo miro. No porque él haga algo malo o me diga algo ofensivo. Menos porque me haya dado razones para odiarlo. Me odio porque sigo cayendo en la trampa que mi mente fabrica: imaginarlo como algo más que mi jefe, como algo más que una figura lejana e inalcanzable. Sé que no tiene sentido, Sé que es hasta ridículo. Pero eso no detiene a mi corazón. Menos mal, no todos los días, al menos deja de fantasear con él cuando debo concentrarme. Intento mantenerme firme, lo más cortes sin derretirme por él. Trato de ser lo más eficiente de lo que ya soy. Y neutral para no ser notada. Me repito una y otra vez que soy solamente una asistente más. Que mi lugar está en los márgenes. En las sombras. Y hasta ahora, había funcionado. Pero no sé por qué cada cierto tiempo el me pide llevarle algún archivo. Y contra todo pronóstico, ella decide que quiere que yo sea su asistente personal y hace todo para. Pero entonces Renata me arrastra a su mundo, y todo lo que con tanto cuidado traté de mantener bajo control empieza a desmoronarse. —No puedo ir, Renata. No tengo ropa para una gala, y tampoco tengo el tipo de presencia que se espera en esos lugares —le dije sin mirarla directamente. Estábamos en su oficina, yo ordenando unos papeles, y ella sentada en el borde del escritorio con esa energía radiante que siempre lleva consigo. —¿Desde cuándo se necesita “tipo de presencia” para ayudar a una causa benéfica? —Desde siempre —respondí sin pensar. Ella frunció el ceño. Ese gesto mezcla de ternura y obstinación. —Estás dejando que la voz de esas víboras te defina —susurró—. Pero yo te veo, Isabella. Y sé que hay un hombre al que no le resultas invisible y también empieza a verte. Me reí. Fue una risa hueca, más bien un escape. —Él no me ve. Ninguno me verá, si apenas me registra cuando le paso un informe. —Eso crees tú —dijo. Y no agregó más. Fui, al final me convenció o me dejé convencer, aunque no por mí. Sino por ella. Porque me había insistido tanto, que al igual que yo, ella vive con lujos, pero sola, así que me vi aceptando y ella me prestó un enterito verde oliva — de una tela suave que caía como agua sobre mi cuerpo— y porque eso me juró que nadie me juzgaría. La verdad es que sí lo hacían. Podía sentirlo desde ya. Las miradas inquisitivas. Los ojos entrecerrados de las secretarias que también estaban en el lugar con sus jefes. Las risitas a media voz. “¿Qué hace ella aquí?” “¿Vino como parte del servicio?” “Parece una versión barata de Cenicienta.” Respiré hondo y traté de sostenerme. Hasta que lo vi. Luciano Lennox-Spencer, con su traje perfectamente entallado, su expresión imperturbable, y su porte natural como de un emperador moderno… y con el brazo enredado con el de Viviane Ford. La modelo. La mujer que cada revista adora, cada lente que persigue, cada hombre desea. Alta. Impecable, sin duda perfecta. Ella lo miraba como si lo conociera de memoria. Él le sonreía de forma elegante, medida, pero exacta, como si no necesitaran palabras entre ellos. Y ahí, en medio de la música suave y las copas de champán, me di cuenta de lo absurda que había sido. Yo no era nadie. Ni siquiera un punto en su radar. jajajajaj reí con amargura. Por lo que decidí, escabullirme hacia uno de los balcones. La brisa era fría, pero preferible al ahogo en mi pecho. Apoyé mis manos sobre la barandilla, apretando los nudillos para contener la humillación. —Idiota —me dije en voz baja—. Te hiciste toda una historia con un hombre que ni siquiera sabe cómo te llamas. Tragué saliva con dificultad. Pero me di las fuerzas que siempre aparecen en mí cuando pasa algo y luego. Recordé cómo mi madre me abrazaba de niña cuando volvía llorando por los comentarios crueles en la escuela. “No todos nacemos para ser vistos, Isa.” Algunos nacemos para mirar el mundo desde otra perspectiva.” A veces creo que me resigné demasiado pronto a esto. Voy a ser invisible al mundo. Viviane pasó cerca de mí una hora más tarde. No me miró, claro, por qué lo haría y No tenía por qué hacerlo tampoco. Luciano lo hice detrás de ella y tampoco lo hizo, y con eso quedé más qué convencida de que para él solo soy la nerd de su empresa. Y eso, dolió más de lo que debería haberlo hecho. La noche por fin termino para nosotras y Renata se despidió de su hermano que ni un adiós me dio. Volvimos tarde y Renata me vio salir del baño de invitados en su departamento —me había ofrecido dormir allí porque ya no había ningún tipo de transporte de vuelta a casa— y me encontró con los ojos rojos. —¿Te pasa algo? Negué con la cabeza. Pero respondí con una mentira. Solo el maquillaje, jamás he usado. - dije mirando al piso, ya que no quería hablar. Pero ella insistió. Como siempre. No me engañas, sé que algo te pasó y no quieres hablar. —Nunca se fijarán en mí, Renata —confesé al fin, con la voz rota—. Y eso está bien. Lo sé. Pero, ¿por qué me duele tanto? Ella me abrazó, de la misma manera, de forma maternal, como lo hace mamá, o Ana. Y no dijo: «te equivocas». No me mintió. No podía hacerlo. Solamente me sostuvo, como si supiera, que a veces lo que más necesita una mujer invisible no es que la vean… sino que alguien se quede con ella en la oscuridad, aunque sea por un momento. Esa noche, soñé que él me miraba. Y al despertar, odié ese sueño más que a ninguna de mis cicatrices.
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