Capítulo 9

1008 Words
Grietas invisibles Luciano Lennox-Spencer No suelo detenerme en detalles. En mi mundo, la rapidez y la lógica mandan. No hay espacio para sentimentalismos ni distracciones emocionales. Aprendí que mirar hacia abajo —más allá de las cifras y las ambiciones— ese es un lujo que sólo te debilita. Pero entonces está ella. Isabella Taylor. Una chica más. Un nombre más entre cientos. O al menos, eso me decía hasta hace unos días atrás. Y, sin embargo, desde que mi hermana Renata comenzó a frecuentarla más, hay una frase que me cuesta ignorar: —¿No te das cuenta de cómo la tratan? Al principio pensé que exageraba. Renata siempre ha tenido ese instinto maternal, protector, sobre todo con las personas más silenciosas. Pero luego… empecé a verla, pero a Realmente a verla. No físicamente, no en el sentido superficial. Isabella sigue siendo la misma chica de gafas grandes, pelo rojo desordenado y ropa que parece sacada de otro tiempo. Pero su forma de caminar ha cambiado. No mucho, apenas perceptible. Pero hay una línea diferente en su espalda. Una leve tensión que antes no tenía. Como si por fin se permitiera ocupar algo más de espacio en este lugar. Y lo más desconcertante de todo es que… lo noto. Dios. Yo, Luciano Lennox-Spencer, el CEO que sólo presta atención a contratos, informes y negocios multimillonarios… quien no nota a mujeres a menos que este en su cama solo de paso claro está. pero que noto cómo una joven asistente cambia el ritmo de su respiración cuando se cruza con las otras secretarias. Noto cómo sus dedos se aprietan en el borde del archivador cuando cree que nadie la ve. Y esa maldita punzada en el pecho cada vez que baja la cabeza, como si el mundo entero fuera demasiado pesado para sus hombros. No entiendo qué me pasa. Por eso he dejado todo ese asunto en manos de otros. Pero Hoy la vi sonreír. y no era una sonrisa forzada. No una sonrisa para otros. Fue una de esas sonrisas pequeñas, apenas una curva en sus labios, mientras hablaba con Renata en la cafetería. Ella tenía un cuaderno en la mano, garabateaba algo y le mostraba a mi hermana. Renata le palmeó el brazo y le dijo algo que no escuché. Pero Isabella bajó la vista, y esa sonrisa leve le quedó colgada en el rostro con una delicadeza que no se atrevía a sostener del todo. No era la gran cosa. Pero por alguna razón ese gesto se instaló en mi mente… y no dejé de pensar en eso el resto del día. Maldita sea. Me dirigía a mi despacho cuando escuché voces en la sala de descanso. No suelo ser curioso, pero alguien había dejado la puerta entreabierta y reconocí la voz de Renata y Me acerqué sin hacer ruido. —No entiendo qué viste en mí, Rena —decía Isabella con un suspiro débil—. No soy de esas personas que uno elige como amigas. —Eso no es cierto —respondió mi hermana—. eres más fuerte de lo que crees. Sólo necesitas verte con otros ojos. Isabella río. Pero no fue una risa feliz. Fue amarga. —¿Con qué ojos, Renata? ¿Los de alguien que me ve como “la vieja de los gatos”? ¿La chica que come sola en las escaleras porque tiene miedo de cruzarse con un trío de hienas perfumadas? ¿La que tropieza con sus propios pies y rompe sus lentes como una idiota? —No digas eso… —No me mientas. Mírame. ¿Te parece que alguien como yo podría gustarle alguna vez a un hombre como…? Se detuvo. Hubo un silencio tenso. —¿Como quién? —preguntó mi hermana con cuidado. —Como cualquiera, Renata. Como él, por ejemplo. Un hombre como tú hermano, ni siquiera sabría que existo si no fuera porque le paso papeles, Soy invisible. Y está bien Me acostumbré, siempre he sabido que No nací para llamar la atención de nadie. Quise moverme, hacer ruido, dejar que supieran que estaba ahí. Pero algo me lo impidió. Como si necesitara escuchar eso. Como si algo en su sinceridad me golpeara justo en el pecho. No fue lo que dijo, si no Fue en cómo lo dijo. Esa resignación. Esa certeza rota. Volví a mi oficina como un autómata. Cerré la puerta, Me senté, Me miré en el reflejo del vidrio, y por primera vez en mucho tiempo… no supe quién era el hombre que me devolvía la mirada. ¿Por qué me afectó tanto? Isabella Taylor no es mi tipo. No entra en el perfil de mujer que usualmente me acompaña a la cama. No tiene esa seguridad devoradora ni esa belleza calculada que se ve bien en portadas. No es parte de mi mundo. Ni siquiera habla como alguien que quisiera pertenecer a él. Y, sin embargo, cuando dijo “como él” … Sentí una punzada. Como si de alguna manera su opinión de mí importara. Como si no quisiera que pensara eso de sí misma. Como si la idea de que yo pudiera pasar junto a ella y no verla me convirtiera en uno más de esos tipos que ella teme. ¿Qué me pasa? No lo sé, con seguridad es el estrés de estos días. Pero esta noche, mientras intentaba concentrarme en informes, recordé cómo la vi sentada junto a Renata. Cómo sonrió sin saber que alguien la miraba. Y por un instante fugaz, pensé que esa sonrisa era lo más auténtico que había visto en semanas. Y en toda mi vida, bueno las únicas personas en las que la he visto ha sido en mi familia. No estoy enamorado de ella eso es imposible. - No aún dice mi subconsciente. Pero hay algo. Como un germen de algo que no puedo nombrar. Algo que me hace querer verla de nuevo. No porque deba. Sino porque ya no puedo evitarlo... sabes que ,pero te haces el tontos- dice mi conciencia 💅
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD