Capítulo 2

1216 Words
Semanas después  El rostro de Amaia se ve demacrado, su piel pálida, sus ojos hinchados y sus grandes ojeras demuestran cuán afectada se encuentra por la situación que vive día a día. Su delgadez cada vez es más notable la cual intenta ocultar con ropa holgada, lo que tiempo atrás fue una hermosa, lacia y brillante cabellera se convirtió en una maraña sin forma enredada y quebradiza. Son las diez de la mañana y su marido todavía duerme, sus fines de semanas son aún más miserables, Francisco se pavonea por toda la casa si ayudar ni a mover un plato, desde que se levanta va directo a sofá sube los pies a la mesa y enciende el televisor donde pasa gran parte del día. —Amaia tráeme una cerveza.  —Francisco eleva la voz tirado en el sofá con los pies encima de la mesa. Salgo callada en busca de la bebida. —¡Muévete! —Grita por segunda vez tan fuerte que mis oídos retumban. —¡No grites! Joshua duerme. —¡Qué me importa! —Le entregó la cerveza y camino a la habitación de mi pequeño que aún duerme, verificó que esté bien y salgo. —¡Amaia! —Me vuelve a llamar. —Ruedo mis ojos ¡Ahora que! Cada vez lo soporto menos. —¿Qué quieres Francisco? —Respondí seca y cortante. —¡A ti! Ven para acá. —Siento un jalón en mi brazo, no reacciono estoy desconcertada, con habilidad me sube a su regazo, sin poder evitarlo sus manos viajan por mi cuerpo, besa mis labios, mi cuello, sube un poco mi vestido amasa mi trasero. Retira mis bragas obligándome a sentarme en su erección, intenté mover mis caderas, mis pliegues están cerrados y nada humedecidos. Siempre he creído que estoy enferma, me cuesta concentrarme y sentir placer, casi nunca me humedezco. Francisco es tosco, sus manos halan mis cabellos, finjo como en la mayoría de las veces, muevo mis caderas buscando placer o lo intento, en pocos segundos se derrama en mí ¿Ya? —Pregunte. —Tres semanas sin estar juntos y solo dura un minuto cuando mucho. ¡Qué mierda! –Espete con molestia. Ni me estimulo, es horrible hacerlo sin querer, sin sentirse excitada, solo por obligación, me levanté enojada en dirección al baño, me ducharé para matar lo poco que se había encendido en mí. —No te molestes mi amor, la culpa es tuya por moverte como lo haces. —¡Ahora yo soy la culpable! —Lanzó la puerta de la recámara enojada, después de un largo baño decido salir. —¡Ah me asustaste! —Grite al ver a Francisco en la cama. —Lo siento, mi amor perdóname tenemos tiempo sin hacerlo y me vine rápido. —Tranquilo no pasa nada. —¡Siempre es lo mismo! Sus disculpas innecesarias, falsas y sin sentido. ¡Solo si cumpliera! —¡Dame un beso! —Pidió y extiende la mano para que me acerque a él. Me acerco y me fundo en sus labios con cariño, a pesar de todo lo malo aún siento ese sustito en la boca del estómago al besar sus labios, sus caricias aunque son pocas me llenan y a pesar de que cuando hacemos el amor no es igual que antes lo sigo amando. La tristeza que me da, es que todo sucede si él lo busca o lo pide, si por alguna razón deseo estar con él simplemente me rechaza con excusas baratas, el trabajo, está cansado, le duele la cabeza, se siente enfermo en fin aprendí a esperar. Joshua empieza a llorar —¡Calla a ese mocoso!  —¿Por qué eres así? Siempre dañas el momento con tus comentarios. —El momento lo daña tu hijo con su estúpido llanto. Me indigna que se exprese de esa manera, salgo dejándolo en la habitación —¡Mi niño! ¿Quién es el consentido de la mamá? —Mi bebe alza su pequeña manito. —¡Eso mi príncipe! ¡Vamos a darte de comer! —Lo abrazo fuerte y le brindo todo mi amor, aunque su papá no le presté atención tiene una mamá que lo ama con locura. Timbra mi teléfono —Hermana de mi vida. —¿Cómo estás, preciosa? —Bien Amaia ¿Y el consentido de la tía? Deseo verlos a los dos, ¿Podemos ir al parque cercano de tu casa? —Tu sobrino grande y hermoso, me encantaría verte mi Dán .¿A las cuatro de la tarde te parece? —Si perfecto, nos vemos más tarde.                                                                                              *** —Francisco saldré al parqué por unas horas, cuando vuelva término la comida. —No mi amor, tranquila... Ten dinero para que le compres algo al niño y para ti, yo hago mi cena, ¡Disfruta! Desde que nació nuestro hijo no te diviertes. ¿Qué mosquito le pincho a este? Me quedé confundida, mejor no hago ningún comentario. —Gracias Fran. —Besa mis labios y acaricia el cabello de Joshua, mi bebé se ríe con su padre que escena tan bonita, la culpabilidad me embarga a veces siento que lo presionó tanto y por eso actúa de esa manera con nosotros. Salgo de casa en dirección al parqué, cantó una nana a Joshua mientras nos desplazamos por las calles, son tres cuadras que tengo que caminar, saludo a algunos vecinos que se me quedan mirando extrañados, desde que salí embarazada y perdí mi trabajo no salgo mucho. —¡Dan! Por aquí –Le hago señas a mi hermana. —Nos acercamos y de inmediato me abraza con efusividad.   —¡Estás diferente! —Sonrió tímida. —Tú luces hermosa Dán. —Gracias Amaia. Sobrino consentido de la tía, lo toma en sus brazos. —¿Quién es el niño que más ama la tía Dán? —Automáticamente sube la mano.— ¡Mi! –Dice y Dánae se derritió de amor Joshua es muy inteligente. Lo abraza, lo llena de besos, acaricia su cabello y él solo se ríe. —¿Cómo vas hermana te veo triste? —Estoy bien hermanita, nada que preocuparte.   Timbra el teléfono de Dán Ve el número y frunce el entrecejo —¿Qué ocurre? No piensas contestar. —¡No! Tengo que irme lo siento, te prometo venir otro día y así le traigo a mi sobrino un par de regalos que le compre. Solo que con tantas cosas en mi mente lo olvide. Hago un puchero —¡Será! Cuídate mi niña, beso su frente. —¡Espero verte pronto! —Dalo por hecho Amaia los amos. —Se despide de ambos La veo perderse en el cruce peatonal, sin ningún remedio decido regresar a casa más pronto de lo que esperaba, no sé por qué, pero siento el pecho apretado y una ansiedad terrible es como un mal presentimiento abro la puerta y escucho un ruido en la habitación caminó despacio. ¿Son gemidos? Esa voz me es familiar. Decido dejar a Joshua en el porta-bebés mientras continúo caminando a la habitación. —¡Amaia jamás te complacerá como lo hago yo! ¡Déjala de una vez! —Esa voz y ese comentario me dejó helada y anclada al piso. ¡No puede ser!
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