Nuestro beso se intensificó al punto de sentir que la ropa estorba. Sin embargo me detengo abruptamente ¿Qué hice? —Lo siento, señor Uriel. —Digo nerviosa, con el pecho apretado producto de tantas emociones... —Amaia no te obligaré a nada. Solo no me digas señor ahora en adelante soy Uriel —Exclama con voz ronca. ¿Qué hago? Es lo primero que pienso, aún sigo casada y aunque ya no amo a Francisco eso atormenta. —¿Aún lo amas? —Pregunta pasándose la mano por un mechón rebelde de cabello con ese acto lo arregla. Se le nota algo preocupado por mi respuesta. —No lo amo, no podría después de lo que me hizo, pero me siento como una inmoral. —Lo nuestro es distinto… No lo estás engañando porque técnicamente ustedes no son nada. —Con eso me hala de la cintura atrayéndome a él. —Quiero que sea

