"No, cariño, yo..." empezó a mentir, pero miró mi sostén rosa, que seguía colgado en la silla del ordenador. Suspiró y bajó la cabeza. Hubo una larga pausa que me resultó incómoda y me mató, pero luché por callarme. "Sí, cariño, me gustó", admitió papá.
Hubo otro instante de silencio antes de que hiciera algo valiente, algo que nunca hago. Extendí la mano, tomé la de mi papá y la puse sobre mi muslo desnudo, cerca de él.
Su mano permaneció inmóvil sobre mi muslo desnudo un rato, mucho rato. Demasiado. Tanto que mi ansiedad me imploraba que corriera a mi habitación y cerrara la puerta con llave hasta el día de mi muerte. Pero entonces sucedió. Al principio, fue un suave apretón. Sus dedos de papá se deslizaron por la cara interna de mi muslo y tuve que abrir la boca para jadear. Sus cálid
