En mi vida había recibido golpes realmente duros. La traición de alguna amiga, ese tatuaje en mis espalda para complacer a un imbécil sin cerebro, pero jamás sentí tanto dolor físico como cuando la recepcionista de mi propia empresa decidió darme una cachetada con todas sus fuerzas volteando mi rostro con un impulso tan fuerte que incluso puedo jurar que mi cuello se alargó unos cuantos centímetros de su posición natural. También estoy segura que algunas palomas volaron desde lo más alto de la catedral al escuchar semejante estruendo que nos tomó a todas por desapercibidas. Ninguna de las que estabamos allí presentes esa noche, esperábamos que una trabajadora se atreviera a golpear tan salvajemente a la dueña de la empresa dónde laboraba. Las mujeres que me acompañaban, se quedaron atónita
