Mi pequeña reunión con Rodrigo De Aza, el accionista mayoritario de la empresa, había terminando sin concluir del todo. Él simplemente salió de mi oficina refunfuñando como niño malcriado mientras yo reía regocijándome en la victoria momentánea. En el fondo sabía que mis choques contra ese hombre estaban muy lejos de terminar, y que apenas estaban empezando. Sin embargo tenía que ser fuerte para resistir todo los embates que pudiera enfrentar si quería continuar en ese puesto tan importante siendo mujer en una compañía liderada por tantos hombres machistas. De ninguna manera dejaría que nadie pisoteara mi nombre, ni mucho menos el orgullo de las damas que allí trabajaban. Obviamente aquella acción ocasionaría algunas consecuencias. Me ví obligada a firmar varias amonestaciones escritas, y

