Capítulo 2

3064 Words
Elena Respiro el reconfortante y familiar aroma de los libros usados y la tinta de periódico, y suspiro. La ansiedad con la que lucho me ataca y comienza su insidioso asedio cada vez que salgo de la biblioteca. Pero cuando regreso, los olores y las imágenes me calman. Mis nervios destrozados encuentran alivio. Desde muy joven supe que algún día querría trabajar en una biblioteca. Descubrí los libros como un medio de escape cuando tenía seis años, viviendo en un hogar de acogida abusivo que mancha mi memoria como una mancha de tinta. La familia con la que me quedé apenas podía permitirse vestir a sus propios hijos, mucho menos a mí, y me trataban como poco más que a una sirvienta. Un día, cuando no logré servir el desayuno a tiempo para su bebé que lloraba, la señora Enry me encerró en el armario del segundo piso. Allí encontré una pila de libros, probablemente olvidados por los dueños anteriores, ya que sabía que el señor y la señora Enry nunca se molestaban en leer. Algunas palabras eran demasiado grandes para mí, y todavía deslizaba mi dedo índice a lo largo de las líneas como si estuviera leyendo libros para principiantes, pero con el tiempo aprendí a escapar dentro de mis libros. Aprendí a leer en la escuela, pero los libros que teníamos allí eran simples y aburridos, probablemente elegidos para lectores principiantes y no para alguien como yo. Cogí un ejemplar de Mujercitas, lo leí en un día y nunca miré atrás. Mis libros son mis amigos. Me llevan a viajes a lugares a los que nunca podré ir. Mis amigos saben lo que pienso, lo que siento, lo que anhelo. Cuando estaba en octavo grado, descubrí las novelas románticas, y en la secundaria, mis fantasías tomaron una dirección completamente diferente. Guerreros escoceses. Piratas intrépidos. Condes, lairds y sinvergüenzas. Me hacen soñar y me llevan en sus brazos, y me imagino el tipo de romance que encuentro en sus páginas. Es más fácil sabiendo que estas historias no ocurren en el mundo moderno. Puedo fantasear con estar vestida con los vestidos de la época. Usando los delicados zapatos. Siendo cortejada por un pícaro. Cuando tenemos ventas de libros en la biblioteca, me cuelo temprano y compro todos los que puedo por solo veinticinco centavos. Cuando me dan un presupuesto para pedir libros para la biblioteca, ordeno todos los nuevos del catálogo. Cuando llegan, los ingreso en nuestro sistema y soy la primera en tomarlos prestados. Hoy ha llegado un nuevo envío. Deslizo un dedo a lo largo del borde dorado del título. Abro las páginas y respiro el aroma de la tinta fresca. Suspiro con satisfacción al pensar en lo maravilloso que será perderme en estas páginas. Estoy tan absorta en mis pensamientos que no noto que alguien ha llegado hasta que su profunda voz masculina me sobresalta. —Disculpa. Me reprimo para no soltar un gritito de sorpresa al escuchar su voz y alzo la mirada hacia los ojos marrones más hipnotizantes que he visto en mi vida. Parpadeo. Es tan atractivo que resulta intimidante. Aunque lleva una chaqueta, puedo notar que es musculoso y fuerte. Su cabello es rebeldemente largo y tan castaño oscuro que casi parece n***o, un poco desordenado, y lleva una barba espesa del mismo tono. Sus pómulos altos acentúan la profundidad de sus ojos. Tiene la sangre de reyes en sus venas, y casi espero que hable un idioma extranjero. Parpadeo aturdida por un momento antes de encontrar mi voz. —Sí, señor. Mis mejillas arden. No es costumbre llamar "señor" o "señora" a nuestros visitantes, pero hay algo en la forma en que me mira que me hace respetarlo al instante. Cuando sonríe, mostrando unos dientes blancos y unos labios llenos, mi vientre da un pequeño vuelco. Sus ojos marrones brillan hacia mí. Habla con un acento que no logro identificar. ¿Algo europeo? —¿Podrías ayudarme a encontrar la sección de biografías? Hay varias que estoy buscando. Su acento le da un aire de poder que me toma por sorpresa. Es un hombre hecho para liderar ejércitos. Para pelear batallas. Se vería completamente en casa vestido con un uniforme de soldado, blandiendo una espada y comandando a sus hombres hacia la victoria, tanto como aquí. Quizás más. —Oh, sí —le digo—. Por supuesto. ¿Cuáles buscas? Permíteme ver qué tenemos. Ignoro el temblor de mis manos mientras escribo los nombres que me da en nuestra base de datos. Debería ser capaz de manejar que un hombre me mire. No debería dejar que me descontrole y me altere la cabeza. Realmente debería leer menos novelas románticas. Cuando localizo los libros, mi estómago se hunde. Olvidé que nuestro sistema de catálogo coloca las biografías en la parte trasera. Aunque pocas personas vienen a esta hora, esa sección de la biblioteca está completamente aislada. Suelo acompañar a los visitantes a encontrar los libros que buscan, pero no quiero estar a solas con él. —Están en la sección 900, es fácil de encontrar —le digo, sintiendo el calor en mis mejillas extenderse hasta mi cuello. No puedo estar sola. No con él. No confío en mí misma para no hacer el ridículo. —Ah —dice—. Ya veo. Gracias. Pero no se mueve. Trago saliva. De verdad necesito controlar mi imaginación. Mi mano viaja hasta mi garganta y mis dedos rozan la piel sensible. —Sí, señor. Demonios. Otra vez "señor". Él sonríe, haciendo que mi vientre se caliente y mis pechos hormigueen. Dios, qué desastre soy. Me regaño internamente por ser tan tonta. —¿Tu nombre? —pregunta. —Elena —susurro. —Elena —repite. Oh, me encanta cómo dice mi nombre—. Muéstrame, por favor. Aunque lo pide, suena más como una orden. No. Quiere que camine con él. Gimo internamente. —Es muy fácil de encontrar —balbuceo, lo cual no es del todo cierto. Estoy tratando de deshacerme de él, y temo sonar grosera. Las biografías están bastante escondidas. Hago un gesto con la mano hacia el fondo de la biblioteca—. Solo ve hasta el final, gira a la izquierda en el ascensor, luego a la derecha en la sección de publicaciones periódicas. Es la cuarta sección a la derecha, detrás de los mapas locales. Él alza una ceja y, no sé si es mi imaginación, pero su expresión se vuelve un poco severa, y cuando habla, hay un matiz de autoridad que hace que mi corazón se acelere. Mis mejillas arden. —¿Estás demasiado ocupada para llevarme? Sus labios se tensan y cruza los brazos sobre su pecho, arqueando una ceja con expectación. La simple pregunta se siente como un regaño, pero nunca antes una corrección había hecho latir mi pulso de esta manera. —Por supuesto que no, señor —digo con voz ronca, apenas un susurro—. Y-yo te llevaré. ¿Tengo otra opción? Me regala una sonrisa que me calienta por dentro. —Muy bien —dice, con un tono de voz un poco más bajo—. Eres una niña muy buena. Me gusta cómo me hace sentir eso, y sonrío suavemente para mí misma. Agarro una pila de libros que necesito colocar en su sitio para tener algo que hacer con mis brazos, pero cuando me giro hacia él, pierdo el agarre. Los libros resbalan y caen a su alrededor, sobre sus pies y los míos, esparciéndose en un desastre irremediable. —Oh, lo siento —gimo, sintiendo lágrimas arder en mis ojos. Soy una idiota. ¿Quién llora por algo tan estúpido? Trago con fuerza y me inclino para recoger los libros. Él se arrodilla y recoge los que están más cerca de él. —No hay necesidad de disculparse —dice—. Permíteme. No puedo quedarme aquí mirando cómo recoge los libros solo. —Puedo ayudarte— —empiezo a decir, pero él toma suavemente mi muñeca, con solo la presión de su pulgar e índice. —He dicho que me permitas hacerlo —dice con voz grave. Mi boca se siente llena de algodón, mi cabeza da vueltas en una confusión vertiginosa entre emoción y miedo. Este hombre está acostumbrado a ser obedecido. Quiero obedecerle. ¿Me ha hipnotizado? Su mirada severa se suaviza con una media sonrisa, y con un leve movimiento de cabeza, me quita el libro de la mano y lo apila con el resto en su mano izquierda. Mi mente da vueltas. He conocido a un hombre salido de mis libros. Su postura imponente. Su poderosa presencia. Una voz que podría derretir el hielo. Estoy embelesada y aterrada al mismo tiempo. Lo observo en silencio, mis brazos colgando torpemente mientras me agacho junto a él, viéndolo recoger los libros caídos. No sé cómo manejar estar en su presencia así. Después de apilar los libros, extiende su mano y me ayuda a levantarme. Una corriente de conciencia recorre mi cuerpo al sentir la calidez de su tacto. —Me estabas mostrando el camino —dice en voz baja, aparentemente indiferente al contacto. Señala hacia el fondo de la biblioteca. Parpadeo. —Sí —murmuro. ¿Dónde está la heroína elegante e inteligente de mis novelas? ¿No he leído lo suficiente como para asumir su gracia y dignidad? Claramente, no. Camino en silencio a su lado, y él tiene que aminorar el paso para no avanzar demasiado rápido. Mi mente da vueltas. Es solo una tarea sencilla. No debería sentir miedo, pero cuanto más nos alejamos de la entrada de la biblioteca y más aislados estamos, más nerviosa me siento. Los pelitos de mi nuca se erizan y mi piel se estremece con una extraña sensación de alerta. No sé por qué. No ha hecho nada para ganarse mi desconfianza, y aun así, mis instintos chocan con mi necesidad de estar cerca de él. Algo dentro de mí dice que corra. Por un lado, me gusta estar cerca de él. Es magnífico. Hermoso. Y me gusta la atención de este hombre peligroso y apuesto. Por otro, no puedo evitar el deseo instintivo de alejarme. Mi cuerpo vibra con necesidad y placer mientras mi cerebro me grita una advertencia. —¿Estamos cerca? —pregunta, acercándose un poco más. Inhalo su aroma masculino, una colonia cara que me toma por sorpresa. Está vestido como un trabajador, pero huele como si hubiera salido de Wall Street. Es incongruente. Desconcertante. —Sí —susurro—. Solo faltan unas tres filas más. —Estamos muy lejos de todos los demás —dice, su voz bajando a un murmullo ronco. Se ríe—. De verdad esconden estos libros. Mi pulso se acelera, pero cuando lo miro, él está mirando hacia otro lado, sin interés en mí en absoluto. Mi imaginación es una locura. Acelero el paso. Él me dedica una sonrisa tensa. —Sí, aquí estamos —balbuceo—. Biografías. —Casi me atraganto con la palabra—. Por favor, tómese su tiempo. Sonríe y asiente en agradecimiento. —Conseguiré lo que vine a buscar —dice, dándome una mirada curiosa— y luego te ayudaré a colocar esa pila de libros. —Deja el montón a su lado y asiente hacia ellos—. Déjalos hasta que termine aquí. No. Necesito alejarme de él. No puedo manejar esta pérdida de control en su presencia. Voy a protestar, pero la mirada que me lanza congela las palabras en mis labios. Como si estuviera hechizada por su poder, tengo que obedecerle. Miro los libros, tratando de recomponerme, pero mi mirada se desliza hacia él. Lo observo mientras revisa los títulos y elige cuidadosamente algunos. Stalin. Lenin. Robespierre. —Una lectura ligera antes de dormir —murmuro antes de darme cuenta de que lo he dicho en voz alta. Sus cejas se arquean y sus labios se curvan, pero la sonrisa no le llega a los ojos. Está sorprendido. Curioso. —Revolucionarios —murmura con respeto—. Fueron los grandes. —Algunos fueron terribles —digo, intrigada por quién es y por qué admira a los tiranos. Mira los libros en su mano con interés. —Algunos de los líderes más poderosos que hemos conocido han sido terribles —responde, antes de colocar los libros bajo su brazo y agacharse para tomar mi pila también. Esta vez no ofrezco ayuda, aunque quiero hacerlo. —Muéstrame dónde van —ordena. Le indico el lugar, y me permite colocar algunos. Si nota el temblor en mis manos, no lo deja ver. Cuando terminamos, me sigue hasta la recepción y registra sus libros. Echo un vistazo al nombre en su tarjeta de la biblioteca, pero está borroso e ilegible. —Vasili —dice, al notar que miro su tarjeta. Levanto la vista, curiosa. —¿Perdón? —Mi nombre —dice, con esos ojos sonriéndome—. Un placer conocerte, Elena. Gracias por tu ayuda. Hasta mañana. —Toma mi mano y me da un apretón breve antes de marcharse. Observo su figura alejándose y me pregunto qué diablos acaba de pasar. Tal vez mañana me enferme. Pienso en él mientras realizo mis tareas. Cuando empiezo mi última novela romántica de Highlanders, leo con atención absorta, porque este héroe se parece mucho a Vasili, con su barba espesa y su presencia imponente. De alguna manera, me siento a la vez intrigada y asustada por este hombre alto y severo que parece haber descendido de los líderes de antaño. A veces dejo que mi imaginación me juegue malas pasadas, y cuando me quedo dormida, me pregunto cuándo volveré a verlo. Considero no ir a trabajar al día siguiente, pero cuando amanece, a la luz del día, me doy cuenta de lo tonto que sería. Tengo muy pocos días de vacaciones y no puedo faltar solo por la posible visita de un usuario. Cuando abro la biblioteca al día siguiente, él no está ahí. Me siento a la vez decepcionada y aliviada. Solo era un usuario más, me digo. No muy distinto de las docenas y docenas de personas que cruzan las puertas de este lugar cada hora. Excepto… él no es como ninguno de ellos. Sé que hay algo diferente en él. Algo peligroso. Poderoso. Hipnotizante. Reabastezco los estantes como siempre. Registro libros y hablo con mi jefe. Contesto llamadas telefónicas e investigo los últimos bestsellers que necesitamos pedir para nuestra biblioteca. Pero cometo errores. Pierdo el hilo de mis pensamientos. Accidentalmente ordeno diez copias de un libro cuando solo quería pedir una. Sacudo la cabeza y me pongo de pie. Casi es la hora del almuerzo y necesito un poco de aire fresco. Cuando salgo de la biblioteca, inhalo profundamente, necesitando despejar mi mente. No puedo permitirme perder el control así. Ni siquiera estoy segura de adónde voy, pero cuando me encuentro fuera de la cafetería más cercana, doy un paso vacilante hacia adentro. Nunca vengo aquí. Hay café y té gratis en la sala de descanso de la biblioteca, así que comprarme una taza me parece un lujo innecesario. Ni siquiera puedo permitirme derrochar en un café de cuatro dólares con las cuentas que tengo que pagar este mes, pero cuando la mujer detrás del mostrador me ve, sonríe, y doy un paso hacia ella. —¿Qué te puedo ofrecer?— pregunta. Murmuro algo del menú, sin darme cuenta de que estoy ordenando una bebida especial. Cuesta más de lo que esperaba, así que hurgo en mi bolso en busca de monedas sueltas, con las manos temblorosas por la vergüenza. No encajo en un lugar como este. Trato de vestirme de manera que no llame la atención, pero aquí, con mi falda larga y mi grueso suéter, resalto entre los bien vestidos empresarios. Finalmente, mis dedos encuentran la última moneda que necesito, pero una voz profunda detrás de mí capta mi atención. —Yo pagaré su café. Sé que es él antes de girarme para mirar. En el momento en que lo escucho, mi cuerpo reacciona. Mi respiración se entrecorta y mi pulso se acelera. Mis mejillas se calientan y siento un extraño cosquilleo en la nuca. Me giro para enfrentarlo y sonrío, tratando de parecer casual. —Buenos días,— digo. —Gracias. Hoy viste la misma ropa de trabajo que llevaba el día anterior. Su cabello aún está húmedo por la ducha, y pasa los dedos rápidamente por él antes de devolverme la sonrisa. —Buenos días, Elena. Disfruta tu café.— Toma la taza de café de la chica detrás del mostrador, me la entrega y, para mi decepción, se marcha. Tomo el café y lo observo alejarse. —Es hermoso, ¿verdad?— dice una voz a mi derecha. Me giro, sorprendida, y veo a una joven vestida impecablemente con un traje azul marino y tacones, observándolo. —Sí,— respondo, sorprendida. Ella sonríe con tristeza. —Hermoso y peligroso, como un león al acecho.— Luego me mira. —Debes ser una chica especial,— dice. —Él nunca habla con nadie. Y, sin embargo, contigo, te llamó por tu nombre y te compró un café.— Da un sorbo de su taza mientras recorre con la mirada mi ropa gastada y apagada, mi cabello recogido en un moño en la nuca, mi rostro pálido y sin maquillaje. —Ha venido aquí todos los días durante una semana,— dice. —Es curioso. No hay ninguna obra en construcción cerca.— Da otro sorbo de café y luego fija la vista en la puerta. —Me pregunto por qué.— Entonces, su mirada vuelve a la mía y se vuelve seria. —¿Son parientes? Niego con la cabeza, incapaz de articular palabra. Sé por qué lo pregunta. Seguramente un hombre que parece un dios no podría estar interesado románticamente en una chica como yo. —Bueno, termina tu bebida,— dice. —No todos los días un hombre como él te compra un café.— Me guiña un ojo y se va. Tomo un sorbo de mi taza y miro hacia la puerta. Me pregunto si volverá. Pero no lo hace. Decido regresar a la biblioteca, sintiéndome extrañamente decepcionada, pero intrigada. ¿Por qué viene aquí? ¿De dónde ha salido? De camino a la biblioteca, disfruto de mi café, pero la curiosidad me atormenta. ¿Quién es este misterioso desconocido?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD