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El Rey Oscuro de la Bratva: Bebé Secreto

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Blurb

Él la secuestró para casarse con ella.

Ella se convirtió en la madre de su heredero.

Vasili Romanov es un hombre de hielo, un líder despiadado dentro de la Bratva. Su misión es clara: secuestrar a Elena, casarse con ella, reclamar su herencia y luego deshacerse de ella. Un plan perfecto… hasta que ella desafía cada una de sus reglas.

Elena Smith ha vivido en las sombras toda su vida, invisible para el mundo. Pero cuando el hombre más peligroso que ha conocido la toma como suya, descubre que su libertad no es lo único en juego… sino también su corazón. Entre amenazas, castigos y un deseo prohibido, Elena se enfrenta a una verdad aterradora: lleva en su vientre el hijo de un hombre que planeaba destruirla.

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Capítulo 1
Vasili El banco de hierro forjado en el que estoy sentado está helado, pero apenas lo siento. Estoy demasiado concentrado en esperar a que la chica llegue. Los estadounidenses creen que este clima es gélido, pero yo crecí en el frío implacable del norte de Rusia. El frío no me afecta. Las personas mal preparadas a mi alrededor se ajustan más los abrigos y aprietan sus bufandas alrededor del cuello. Por un momento, me pregunto si se protegen del viento helado… o de mí. Si supieran lo que he hecho… de lo que soy capaz… lo que estoy planeando hacer… harían más que cubrirse el cuello con bufandas. Frunzo el ceño contra el viento. Odio la cobardía. Pero esta chica… esta chica que me han encargado tomar como mía. A pesar de las apariencias, no es una cobarde. Y eso me intriga. Elena Smith. Veintiún años. Cabello castaño fino, simple y discreto, pero atractivo en la forma en que cae en ondas desordenadas alrededor de su rostro redondo. Ojos marrón claro, mejillas sonrosadas y labios carnosos. Me pregunto cómo se verá cuando llore. Cuando sonría. Nunca la he visto sonreír. Mide un metro cincuenta y cinco, con curvas que su ropa gruesa, holgada y en tonos apagados de n***o y gris oculta bien. Sé su talla de ropa, su número de zapatos, su talla de sostén, y ya he encargado el tipo de vestimenta que usará para mí. Sonrío para mí mismo, y una mujer que pasa se encuentra con mi sonrisa. Debe parecer depredadora, porque su paso se apresura. La apariencia anodina de Elena la hace fundirse fácilmente con la multitud, como si no quisiera ser notada. No tiene amigos. No tiene familia. Y no tiene idea de que vale millones. Su jefe, el anciano y algo senil director de la pequeña biblioteca donde trabaja, ni siquiera notará que no se presenta a trabajar durante varios días. Mis hombres se asegurarán de que su jefe esté bien distraído, aunque ileso. El secuestro de Elena, a diferencia de otros que he orquestado en el pasado, será sencillo. Si surge algún problema, fingiremos su muerte. Es casi como si el destino lo hubiera dispuesto así. Nadie sabrá que se ha ido. Nadie la extrañará. Es el objetivo perfecto. Bebo un sorbo de mi café n***o, amargo y humeante, mientras la observo dirigirse a la entrada de la biblioteca. Son exactamente las ocho y media de la mañana, como todos los días que trabaja. Llega media hora antes, se prepara para la jornada y abre las puertas a las nueve. Elena es predecible y metódica, y eso me gusta. Es la marca de una mujer que responde bien a la estructura y las expectativas. Se adaptará fácilmente a mis estándares… con el tiempo. A mi izquierda, un pequeño grupo de chicas ríe, pero se callan cuando se acercan a mí. Son estudiantes universitarias, o algo así. Normalmente, me gustan las mujeres mucho más jóvenes que yo. Son más fáciles de influenciar, menos cínicas con respecto a los hombres. Pero estas chicas apenas pueden llamarse mujeres. Comparadas con la madurez de Elena, son poco más que niñas. Desvío la mirada, pero puedo sentir sus ojos recorriéndome, como si creyeran que soy lo bastante estúpido para no darme cuenta de que me observan. Llevo una chaqueta de trabajo color beige, jeans desgastados y botas, las mismas que dejo deliberadamente marcadas y rayadas, como si fuera un obrero en su descanso. Con mi estatura imponente, atraigo la atención femenina donde sea que vaya. Mejor que me vean como un simple trabajador. Nadie sospecharía en qué consiste mi verdadero trabajo. Las chicas pasan de largo y me irrita cómo reanudan sus risitas. Mocosas. Sus padres no deberían permitirles salir vestidas así, especialmente con tipos como yo y mis hermanos merodeando por las calles. Hace un frío glacial y, aun así, llevan faldas diminutas, piernas desnudas, chaquetas abiertas que revelan escotes y pezones marcados bajo la tela fina de sus blusas de rameras. Me pican las palmas por darles una lección con una buena nalgada. Flexiono la mano. Ha pasado demasiado, demasiado tiempo desde que he tenido a una mujer a quien castigar. Controlar. Dominar. Estas chicas son demasiado jóvenes y tontas para un hombre como yo. Elena es perfecta. Mi erección crece con la anticipación y me acomodo en el asiento. Lo sé todo sobre ella. Paga sus escasas cuentas a tiempo y, a pesar de su sueldo miserable, dona alimentos al banco de comida local con productos que compra con cupones. El dinero nunca volverá a ser un problema para ella, pero me agrada que sea meticulosa. Lee libros en cada momento libre que tiene, algunos de no ficción, pero en su mayoría novelas románticas históricas. Eso me divierte. Se viste como una monja aficionada, pero sus heroínas se envuelven en sedas y joyas. Siempre lleva un libro de tapa dura en su bolso, protegiéndolo con su vida. En sus descansos, antes de dormir y al despertar, escribe en él. Aún no sé qué escribe, pero lo descubriré. También hace algo con agujas e hilo, ¿teje? Me gusta verla entrelazar las hebras vibrantes en la tela. Se inquieta cuando está cerca de un hombre, especialmente si es atractivo y poderoso. Hombres como yo. Nunca la he visto usar un celular o hablar con un amigo. Es una solitaria en el más puro sentido de la palabra. Esta mañana repasé el plan con Dimitri. Capturar a la chica. Casarme con ella. Tomar su herencia. Deshacerme de ella. Tomo otro sorbo de café y observo a Elena a través de las puertas corredizas de la biblioteca. Hoy lleva una falda azul marino hasta los tobillos que apenas deja ver sus zapatos, y un grueso cárdigan gris con el color del agua sucia. Me imagino despojándola de esa ropa y revelando su piel cremosa, desnuda, inmaculada. Mi erección late cuando imagino marcando su piel pálida y bonita. Marcas de dientes. Marcas de soga. Piel enrojecida y carne tensa, bautizada con cera caliente y mi palma. La castigaré por el pecado de esconder un cuerpo como el suyo. Conmigo, no tendrá permitido hacerlo. Es tan pequeña. Tan virginal. Un lienzo inmaculado. —Disfruta tu último momento de libertad, pequeña —susurro para mí antes de acabar mi café. Me pongo de pie y cruzo la calle. Es hora de que conozca a su futuro amo.

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