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Tal Como La Imaginé

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Blurb

Luego de un largo noviazgo fallido, Alejandro un hombre de 27 años de edad, preso de su horario y trabajo de oficina, querrá experimentar el mundo de manera mas arriesgada, conociendo a su paso múltiples mujeres que serán su principal debilidad, pero siempre se hallara en problemas pues el amor no es lo que el cree que esta buscando, en un momento de crisis, una bella mujer quedara grabada en su mente por casualidad, volviéndose de forma extraña su amiga y cómplice de aventuras.

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Una Mañana Tranquila
Capítulo 1 Una mañana tranquila Sentí un caminar en mi espalda, cuatro patas se movían de aquí para allá como si nada les importara, luego sentí calor y sus patas dejaron de presionar mi espalda, moví mi brazo con la esperanza de espantarlo, pero fue inútil intentar mover ese gordo gato, flojo y consentido que se adueñó de mi espalda y que, por su peso, y mi falta de fuerza, no pude levantarme tan rápido como me hubiera gustado. Había dejado la cortina mal cerrada y por el Ángulo de la ventana un inescrupuloso rayo de sol llegaba directo a la mesa de vidrio y reflejaba su brillo en mi rostro. Pude pensar que por un momento sentí los rayos del sol sin siquiera despertar, lujo que solo se daban aquellos que en el parque de enfrente dormían entre cartones, “a ningún niño rico entra el sol hasta su cama para despertarlo…” pensé de momento cuando sentí que estaba despertando, aun con los ojos cerrados y tomando fuerza prestada al día, me gire de repente escapando al brillo del sol, el pobre gato quedo enredado entre las cobijas, pero salió rápidamente, al tiempo que me pisaba la cabeza y me la presionase contra la almohada. —Mugre gato…—reclame disgustado. Abrí lentamente uno de mis ojos e inspeccione sutilmente la intensidad de la luz, no abrí en par mis ojos hasta notar que era seguro despertar, enderece mi cuerpo sobre la cama y note de primera mano el techo blanco de mi habitación, las manchas que habían sido mi culpa, y esa esquina no tan blanca que había quedado más oscura desde que mis dotes de albañil habían fallado intentando pintar de manera perfecta el techo de blanco, corrección, de gris claro. Quede viendo el techo un par de segundos, hasta que sentí que mi gato de nuevo buscaba acomodarse sobre mi abdomen, lo voltee a ver y note de inmediato que la tenía más sueño que yo, lucia más cansado, aunque en definitiva dormía 18 horas al día y tomaba el sol el resto del tiempo en que no estuviera comiendo o yendo a la arenera, sin embargo, jure al ver sus ojos que lucía igual o peor de cansado que yo. Saque mis brazos del cobertor y con cariño lo acaricie en el cuello, de inmediato sentir su ronroneo, y como acercaba más su cabeza para sentir con más intensidad mis caricias. —Bueno… vamos luffy… —le dije al pobre felino. Para mí era imposible explicar como el gato lograba activar todo su cuerpo cuando escuchaba de mí la palabra “Vamos”, pero lo que si podía explicar es que de inmediato él se dirigía al lado de su plato, al tiempo que yo reunía las fuerzas necesarias para levantar la cabeza, me senté al borde de la cama, deje el cobertor a un lado, toque con mis manos mi rostro y tras un gigante bostezo, reuní el aliento necesario para ponerme de pie y dar unos cuantos pasos que me acercaran al baño, tarde un par de minutos en cepillar mis dientes y hacer lo que debía, lave mis manos y salí del baño con la energía ya recargada, pues ya a mis escasos 27 años necesitaba ese tipo de rituales para estar de humor y ánimo durante el día. El gato mi miraba sentado al lado de su plato vacío, confundido por el motivo de mi demora. Serví su concentrado y él comenzó a comer, llene de agua fresca su bebedero y se lo deje a un lado, quise comenzar mi día, pero la curiosidad llevo mi cuerpo de nuevo a la cama, me acosté y tome mi teléfono celular para revisar mis mensajes, mi decepción fue inexpresable al ver que su chat seguía sin ser abierto, pues un punto gris al lado de su nombre no daba esperanza alguna, presione su nombre y en las opciones oculte su chat, al menos así no vería su nombre, no llegaría a mi mente su recuerdo tan fácilmente, podría así ocultar el hecho que su partida era definitiva… o quizás no, eso quería creer. Revise mis otros mensajes, el grupo familiar estaba a reventar de mensajes, pero siquiera los abrí, lo deje así, con el morbo de saber hasta cuantos mensajes podían llegar, mire el chat de la oficina y como todo un buen compañero, leí uno por uno los mensajes, pues buscaba en qué momento algún inescrupuloso me delataría o reclamaría algo bajo la cobardía de un mensaje, pero mi búsqueda fue en vano, al fin y al cabo tengo buenos compañeros de oficina, de ellos no me puedo quejar, aunque viva a la defensiva de los rumores. Sentí que la cama reclamaba mi energía de nuevo, así que decidí levantarme, tome un profundo respiro y estirando mis brazos inaugure oficialmente mi día. Tome un baño de agua fría como solía gustarme, aunque para ser honesto era más por forzarme a despertar, prepare mi ropa de siempre, un estilo elegante y casual, que resaltaría en la oficina, pero no en la calle, ese era mi secreto, camine hasta la cocina del apartamento y note con cariño que aún tenía pan del que mi madre había dejado los días que estuvo de visita, prepare chocolate y comí un par de esos panes con mucho agrado, pues me recordaban mis días en el barrio. Tome mi tiempo para terminar de arreglarme, mientras mi gato daba vueltas por ahí para finalmente acostarse en el sofá de la sala, lo observe ir de un lado para otro, solo para terminar en el mismo lugar donde cada mañana se quedaba durmiendo cuando yo salía a trabajar, pero era un inocente gato, ¿Qué podría esperar? En el tocador del baño, solía guardar algunas joyas, una pequeña caja guardaba celosamente 3 anillos, pero solo me gustaba usar el del color plateado; en una caja más grande guardaba un par de esclavas de acero, una era un recuerdo de un amor del pasado, de mis días de universidad y la otra que ella me había regalado al poco tiempo de conocernos, no tenía en ella ningún nombre grabado, ninguna inicial o mensaje que solo ella y yo pudiéramos descifrar, hacía más fácil que pudiera usarla sin sentir culpa de lo que habíamos pasado, mejor aún sin que a nadie le diera curiosidad y me preguntara, además porque me lucía muy bien. Arregle mi cabello por último y di una última inspección a mi apariencia, note decepcionado que debajo de esa chaqueta parka tan costosa, igual se notaba mi panza, pero no había nada que hacer, tome mis llaves, mi maleta, mi celular y Salí del apartamento luego de despedirme en voz alta del gato, que dormido juro que ni siquiera noto el sonido de la puerta. Mire la hora en mi reloj y note que aún tenía tiempo, llegue al elevador y presione el botón para bajar, cuando una voz femenina me llamó del final del pasillo. —Detenlo un momento…—reclamo ella. Aun ni llegaba el ascensor al piso donde estábamos y Claudia desde su puerta ya gritaba que la esperara. Me parecía mucha casualidad que con tan solo asomarme a la puerta ella saliera al mismo tiempo de su apartamento en las mañanas. —Buenos días, vecino… Alejandro ¿Sí? —saludo ella al acercarse a mí. —Hola, Claudia, ¿Cómo estás hoy? —le respondí con atención. —Con una pereza… no te imaginas… pero que más se le hace ¿no? — Sonreí, pero me limite solo a eso, no quise contestar, ni seguir la conversación, ya muchos problemas ella me había provocado como para que ahora fuera mi amiga. Llego el ascensor y se abrió la puerta, deje que ella pasara primero, con curiosidad note que ese día se veía más linda que antes, quizá era ese uniforme gris de su oficina que resaltaba su figura, no podía negar que era bonita; entre al elevador junto con ella y tome la iniciativa de presionar el botón del sótano, ella presionó el del vestíbulo y note de reojo que me miro de arriba abajo, “Ojalá confirme que me veo bien…” pensé pícaramente, pero ella luego de mirarme quedo en silencio, me acomode a un rincón del elevador y ella al otro costado. —Se te ve bien esa chaqueta… me gusta…— —Muchas gracias, y a ti te luce bien tu uniforme…— Ella parecido se sonrojó y miro con nerviosismo hacia el suelo, mientras yo celebraba en silencio que mi apariencia al menos ya había llegado a un alago, ya había sido todo un éxito para mí. Un par de segundos después el elevador se detuvo en el vestíbulo y ella salió, se despidió con una sutil sonrisa y yo me quede en silencio, fue inevitable darle de nuevo una pequeña mirada a vestimenta a la distancia, con sonrisa confiada y asintiendo con mi cabeza, confirme lo que había pensado minutos antes… ese uniforme le hacía ver más linda que siempre. La puerta del elevador sé cerro de nuevo y se abrió casi al instante en el sótano del edificio, Salí de él y camine hasta mi motocicleta, una moto de color rojo y porte deportivo, me monte en ella no sin antes sacar del casillero mi casco, encendió en un solo segundo como acostumbraba y a bordo de ella Salí del parqueadero del edificio, tome la avenida de inmediato y me dirigí a la oficina con un poco deprisa, pese a que sabía que tenía tiempo de sobra. Manejar me ayudaba a despejar la mente, era algo que ya hacía de manera automática, me daba el tiempo de pensar claramente aunque sonara extraño, y ese día no era la excepción, imagine por un momento que sus brazos aún me rodeaban, como cuando se sujetaba de mí en la moto, como si fuera un abrazo más que necesario, para literalmente seguir juntos, recuerdos sus reclamos si manejaba más rápido de lo normal o si no dejaba que me dieran indicaciones y nos perdíamos por mi terquedad, en fin… la recordaba a ella tal cual era. Había pasado un mes desde que Jessica se había marchado, un noviazgo de poco más de un año, había llegado a su fin, con ceremonia de clausura y lágrimas en el aeropuerto, con el anuncio y la advertencia de que los pasajeros del vuelo 367 con destino a Londres, debían estar ya en la sala de espera para abordar, tan solo un beso en la mejilla y un frío abrazo, fueron su despedida. Durante este mes pensé de manera fiel que ella había quizá ha sido más fuerte que yo, incluso que en realidad su madurez y su forma de ser responsable opacaron por completos sus sentimientos, pero luego de verla llorar a las 3 de la mañana en hora de Londres, supe que, tanto para ella como para mí, era duro cargar el peso de la ausencia de a quien has llegado a amar, pero la vida continua, su ausencia o bien su silencio no había impedido que el tiempo corriera ni que el sol saliera cada mañana… “La vida sigue cambiando… y me arrastra de un pie…” solía decir en la universidad cuando algo andaba mal y había que mirar a un costado. Recordar el tiempo juntos no era parte de mi terapia de superación, eran los pasos atrás que daba cuando quedaba en peligro, solo con mis pensamientos, pero es que solo había pasado un mes, era tiempo necesario para pensar y comenzar a recobrar la vida que la rutina se llevaba cada día en sus bolsillos. Me detuve un instante en el semáforo, esperaba la indicación del giro, cuando mi teléfono celular comenzó a timbrar, orille mi motocicleta y di paso a los otros autos, saque el teléfono celular de mi bolsillo y conteste sin revisar la pantalla, retirando por un momento mi casco. —¿Sí?… hola…—conteste. —Alejandro… ¿Qué ha pasado contigo…? —reclamo de inmediato mi madre, —desde ayer he estado llamando…—dijo enojada. —Madre, creo que has timbrado al número de la oficina… y ese celular lo dejo en la oficina para que no me molesten los clientes…—le explique con paciencia. —Ah… con razón… tu padre también ha llamado…— —No te preocupes madre, estoy bien, voy manejando y ya casi llego a la oficina…— —Bueno hijo… llámame cuando puedas…—dijo con cariño. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, escuchar a mi madre siempre venía bien en las mañanas, aunque un regaño sin previo aviso, luego una despedida con cariño, ese era el libreto de mi madre al llamarme. Hacía pocos días que no la veía, vino de visita a la ciudad y se quedó unos días en el apartamento, pero mi padre no la acompaño en esta ocasión, se quedó en su finca, al pendiente de sus animales y sus trabajadores, pero mi madre Blanca había insistido en venir a ciudad, quería pensar que deseaba de manera apresurada ver a su hijo consentido, pero en realidad venía por negocios. Llevaban mucho tiempo viviendo en el llano colombiano, y yo me había quedado en la ciudad de Bogotá, con la promesa de tener un buen empleo y en cuanto fuera oportuno mudarme junto con ellos, sin embargo, todos mis planes se habían congelado en el tiempo, lo único que podía decir era que tenía al menos un empleo, y que, gracias a él, pagaba mi propio apartamento, que, aunque fuera pequeño, era todo lo que necesitaba para vivir más que cómodo, “como un rey pobre” decía Jessica para burlarse. Me tome mi tiempo detenido en el semáforo, guarde mi celular de nuevo en mi bolsillo y me di un segundo para mirar a mi alrededor, las personas caminaban de un lado a otro, como si todos tuviesen un destino fijo al cual dirigirse, y puede que, si lo tuvieran, o por lo menos el mío estaba a dos calles, recordé que la rutina me respiraba en la nuca, que las deudas no se pagarían solas, así que me incorpore en la motocicleta y seguí mi camino hacia la oficina. Solo un minuto más tarde en llegar, el celador abrió la puerta del estacionamiento, y por un lado entre la moto hasta el rincón donde siempre la estacionaba, todo como era costumbre, deje el casco con el vigilante y subí al tercer piso donde me esperaba tan expectante e impaciente mi escritorio y mi computador. Subí por las escaleras para lograr darle un detalle de dificultad a mi mañana, subí casi agotado gasta el tercer piso, tome un poco de aire y luego camine hasta las oficinas de la empresa de publicidad, esa empresa que, aunque sonara divertido trabajar en ella, la verdad es que solía chuparnos el alma cada vez que un cliente pedía algo nuevo y fresco a sus diseñadores, ósea… a mí. Pero así había sido el trabajo desde que por casualidad, un amigo de la universidad pidió que aceptara esta pasantía en su lugar, tiempo después trabaje medio tiempo, y finalmente fui aceptado por los jefes luego de graduarme de la universidad, como un renombrado diseñador gráfico… especializado en comunicación audiovisual, en otras palabras, hago los dibujos que hacen que tu banco se vea más amigable para que no te des cuenta de que tu interés creció un 2% cada mes, o así lo veía yo, sin embargo era algo que desde pequeño me había fascinado hacer y ahora que era adulto me daba de comer. Eran esos los giros en la trama que daba la vida a nuestro favor y aunque no todo saliera como esperábamos, siempre quedaba la opción casi por obligación de que se debía seguir avanzando en el camino, pues la vida misma era un constante cambio. Me senté en mi lugar, organice un poco mi escritorio pues el día anterior había dejado todo fuera de su lugar y había salido deprisa de la oficina; tome algunos bocetos y los organice en las carpetas que correspondía, en ese mismo momento en que me agache para organizar el cajón del archivo, una mano curiosa, casi traicionera me ataco por la espalda y dio sutil pellizco en mis costillas, tal brinco peque en mi lugar que golpee mi cabeza con el escritorio al tratar de incorporarme en mi silla. El dolor hizo que cerrara mis ojos, rápidamente puse mis manos en mi cabeza y como era normal, mire que no estuviera sangrando, un pensamiento exagerado para solo un golpe en la cabeza; sentía el dolor agudo detrás de mi cabeza, pero sabía de antemano que no podía siquiera expresar mi inconformismo sobre haber deformado mi cráneo con el escritorio, pues esa mano traicionera y tan inoportuna pertenecía a Sara, una mujer divina, compañera de oficina encargada del área del personal, una psicóloga que en mi opinión podría decir que necesitaba de la ayuda de un colega. Levante mi mirada con cuidado, no podía más que mantener mi expresión de dolor, pero una sutil risa, una sonrisa tan agradable como el dulce de leche, hizo que olvidara que en mi cabeza crecía un enorme hematoma, pero su sonrisa era un precio justo a pagar. —No me hizo ni cinco de gracia…—le reclamé a quien fuese el responsable. —Vieras lo mucho que me has hecho reír…—dijo ella riendo. —Ahora los diseños tardarán más… pobre pela ‘o quedo de una sola pieza…—dijo Camilo mi compañero diseñador. —Qué bueno, que les hice reír tan temprano… Señorita… señores, gracias por su atención—dije en voz alta haciendo una venía. —No te enojes, quería saludarte Alejandro…—respondió Sara con inocencia en su rostro. —Dime Alejo, no somos desconocidos— le reclamé. —Está bien Alejandro…—sonrió Sara, —Que te rinda hoy… no acabes con los muebles de la oficina de nuevo…—dijo con sarcasmo mientras se iba. Sentí el calor en la parte de atrás de mi cabeza, sabía que me había lastimado, pero la sonrisa de esa mujer era un premio, su risa una lotería ganada, pues de toda la oficina ella era la única que podría decir “hacemos bonita pareja…”, o por lo menos eso imaginaba en mi coqueto pensamiento; hacía días que ella se acercaba más y más, parecía que buscaba la escusa necesaria y más oportuna para tener que hablar conmigo, lo cual era difícil de lograr pues en la mente creativa de un diseñador presionado por su trabajo, amante de las motos, despechado y en su tiempo libre cocinero en formación, no había lugar para pensar en salir con alguien, menos si en mi corazón aún se trabajaba arduamente para borrar el nombre de alguien que sin más estaba al otro lado del mundo.

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