No sé cuánto tiempo estuve sentada en el coche, perdida en pensamientos absurdos, pero la llamada de Sofía me devolvió a la realidad. Ella era la única que no me había abandonado. —¡Hola, amiga! ¿Qué tal la vida rural? —preguntó con su alegría contagiosa. —Estoy en Madrid —respondí, con la voz entrecortada. —¿Qué pasó? ¿Hablaste con Toni? —¡No! A ese cabrón no quiero ni verlo —exclamé, llena de rabia—. Me echan de casa en 48 horas, y mi padrino me ha engañado y me robó la empresa de mi padre. —Espera, ¿qué? ¡Qué horror! – exclamó ella. - Esta no es una conversación para tener por teléfono. Estoy cerca de tu casa —dijo Sofía. —Está bien. Estaré allí en media hora. ¿Me esperas? —Por supuesto. Tienes algo para cenar o pido pizzas y, si quieres, me quedo contigo. —Pide, no tengo servic

