El viaje de regreso a Madrid se sintió más corto de lo que esperaba. Mientras conducía por las autopistas que conectaban el campo con la gran ciudad, mi mente vagaba entre los recuerdos de los últimos días y las incógnitas que me esperaban en casa. Llegué a la ciudad justo cuando el teléfono sonó, el número del banco parpadeando en la pantalla. —Señorita Maroto, lamento informarle que debe abandonar su casa en las próximas 48 horas —dijo una voz fría y profesional al otro lado de la línea. —Espera, —exclamé con evidente susto—. Mi padrino dijo que tendría al menos una semana para dejar la casa. —La orden de desahucio debería haberse ejecutado hace una semana —replicó el empleado del banco con un tono que no permitía discusión—. Entendiendo su situación, le dimos una extensión, pero el p

