La mañana siguiente había llegado con una suavidad inesperada. El sol brillaba tímidamente a través de las nubes, y el aire fresco traía consigo un ligero aroma a hierba y tierra mojada. Me desperté con una extraña mezcla de alivio y melancolía. Sabía que hoy era el día de las despedidas. Después de vestirme, entré en la cocina, donde encontré un desayuno preparado para mí y una nota de Víctor, diciendo que había ido a por mi coche. Sus palabras me hicieron sonreír, recordando nuestra conversación de la noche anterior, mientras compartíamos una cena sencilla pero deliciosa. —¡Parece que sabes hacer de todo! —le dije entre risas, disfrutando de la magnífica tortilla con ensalada de lechuga y tomates que había preparado. —Todo no, pero hago lo que puedo —respondió con una sonrisa que pare

