Capítulo 13: “Trampas en el Asfalto”

1093 Words
—¿Te sientes bien? —preguntó Lucas, notando la tensión en mis hombros. Tomé una respiración profunda, sintiendo que cada inhalación era un balance entre el miedo y la anticipación. —Sí, estoy bien. Es solo que esto es mucho más intenso de lo que pensé. —Lo sé —dijo, su tono reconfortante—. Pero eres más que capaz. Recuerda que estamos en esto juntos. El ruido del motor del camión se encendió, resonando en el silencio que nos rodeaba como un eco de nuestra inminente aventura. Un grupo de trabajadores se acercó para cargar unas cajas grandes y pesadas, sus rostros ocultos en las sombras. Mientras los miraba, me preguntaba qué contenían esas cajas y qué tipo de entrega estaba por delante. Había una mezcla de adrenalina y ansiedad al anticipar lo que podría venir, una sensación electrizante que se apoderaba de mí. —Toma el volante. Vamos a ver cómo lo haces —dijo Lucas, dándome una pequeña sonrisa que iluminó mi nerviosismo. A pesar de la tensión, había un sentimiento de unidad en su presencia, como si nos bastáramos el uno al otro en este mundo lleno de incertidumbre. Me acerqué al camión, un viejo modelo que había visto días mejores. Abrí la puerta y me senté en el asiento del conductor, sintiendo cómo los frenos y el acelerador casi eran extensiones de mi ser, un eco de los viajes que había hecho antes pero ahora imbuido de un sentido completamente nuevo. Lucas se acomodó junto a mí, apuntando el mapa en su teléfono. —Primero, tenemos que salir de la zona. Una vez que evitemos el tráfico, debemos seguir la ruta de entrega al noreste. Con el corazón latiendo con fuerza, encendí el motor y me preparé para salir. Era un viaje que prometía ser muy diferente a los que realizaba normalmente. A medida que giraba el volante y salía de la zona industrial, el ambiente fuera del camión se transformó rápidamente. Los edificios de ladrillo desgastados y las luces parpadeantes dieron paso a un paisaje más abierto. La brisa nocturna entraba por la ventana, trayendo consigo el olor del asfalto caliente mezclado con el aroma a hierba fresca, un contraste que me extasiaba y me aterraba a la vez. Mientras avanzábamos, mis pensamientos volaban entre la emoción y la incertidumbre. La adrenalina pulsaba en mis venas, el aliento se me aceleraba y sentía la vibración del motor resonar en mi pecho. Cada kilómetro recorrido parecía acumular más peso en mis hombros y, a la vez, liberar una carga que había llevado demasiado tiempo. —Estamos cerca de la salida de la ciudad —indicó Lucas, su voz entrecortada por el rugido del motor—. Prepara el giro a la derecha en la próxima intersección. Mis manos se aferraban al volante con fuerza, sintiendo como la piel se estiraba y los músculos se tensaban. Aumenté la velocidad, y en un giro audaz, el camión respondió al instante, deslizándose con confianza. La ciudad se desvanecía rápidamente, y con cada giro, la sensación de estar a punto de escapar de algo ominoso aumentaba. De repente, un grupo de luces brillantes apareció detrás de nosotros, acercándose rápidamente. Mi corazón se detuvo por un instante, la adrenalina corría como un torrente por mis venas. —¡Lucas! —grité, sintiendo como el pánico se apoderaba de mí. —¡Nos están siguiendo! —Mantén la calma —dijo él, una chispa de determinación en sus ojos—. Conduce con firmeza y no te distraigas. Los destellos de neón provenientes de un auto que se acercaba con rapidez iluminaban el interior del camión, creando una atmósfera frenética y caótica. Podía sentir la presión del acelerador bajo mis pies, empujándome a ir más rápido. ¡Debía mantener la calma y encontrar una salida! —A la derecha, ¡gira a la derecha! —gritó Lucas, mientras el rugido de los motores resonaba cada vez más fuerte en mis oídos. El giro fue abrupto y, gracias a la suerte, logramos deslizarnos en una calle lateral. La sensación de pérdida de control era aterradora, pero al mismo tiempo frenética. Ese momento de incertidumbre fue rápidamente ahogado por el grito sordo de la adrenalina, y el deseo de no rendirse llenó cada fibra de mi ser. El camión zigzagueaba entre los coches en la carretera, empujado por una combinación de ansiedad y enfoque. Los frenos chirriaban en cada giro, y podía sentir cómo el sudor perlaba mi frente mientras trataba de mantener el control. La noche se convirtió en un torbellino de luces, sombras y ruidos, creando un caos que reflejaba mi tumultuosa mente. —Sigue recto, ¡no mires atrás! —ordenó Lucas, y mis sentidos se agudizaron con su comando. Aceleré, la velocidad se sentía liberadora, pero el peligro nunca se alejaba. La adrenalina me ofrecía una claridad momentánea en medio de lo desconocido. Detrás, el sonido de motores rugientes resonaba como un eco de advertencia. Pequeños destellos de luz emergían en el espejo retrovisor, presionándonos, intentando cerrar el cerco. Con cada kilómetro que pasaba, la urgencia de escondernos se intensificaba. Al final de la calle, vibra de la ciudad se convirtió en un eco distante, y el paisaje se abría ante nosotros como un horizonte invitante. Tenía que encontrar una manera de frustrar a quienes nos seguían. Al salir de la ciudad, me dirigí hacia un camino menos transitado rodeado de árboles altos. La oscuridad se cernía sobre nosotros, pero era un manto acogedor en comparación con las luces brillantes de la ciudad que dejábamos atrás. El ambiente se tornó más sereno, pero la adrenalina aún recorría mi cuerpo, manteniéndome alerta. —Estamos perdiéndolos —susurró Lucas, su rostro iluminado por la luz del mapa—. Mantén esta dirección y sigue adelante. La tensión comenzó a disiparse levemente, y por un momento, me permití respirar. El camino serpenteaba ante nosotros, y la adrenalina seguía latiendo en mis venas. Cada bump y giro enviaba ondas de energía a través de mi cuerpo, mientras Lucas seguía guiándome con instrucciones rápidas. —A la izquierda —dijo en un susurro, y respondí automáticamente al volante, sintiendo una conexión profunda con el vehículo. Los faros del auto que nos perseguía ya no se vislumbraban en el espejo retrovisor. Miré a Lucas, su rostro cargado de relieve. —Lo hicimos —dije, una mezcla de alivio y euforia llenando mi pecho. A pesar de la incertidumbre que todavía nos rodeaba, había una chispa de esperanza. Ahora, juntos, enfrentábamos lo desconocido, y nada podría detenernos.
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