El camino se volvía cada vez más estrecho mientras avanzábamos. A ambos lados, los árboles se alzaban como centinelas silenciosos. El aire era fresco y húmedo, impregnado de un aroma terroso que contrastaba con el vaho de adrenalina en mi pecho.
El motor del camión resonaba, un poderoso recordatorio de que todavía estábamos en movimiento, pero el silencio que rodeaba a la carretera era inquietante. Cada crujido de las ramas y el roce del viento contra el metal del camión se sentían amplificados, como si la naturaleza estuviera atenta a nuestro paso. Un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿Y si nos encuentran aquí? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Lucas miró hacia el camino, su semblante grave. —Vamos a seguir conduciendo. No podemos pensar en eso ahora.
Mis manos sudaban sobre el volante, y la tensión se acumulaba en mis hombros. Cada segundo que pasaba en este trayecto oscuro aumentaba mis pensamientos ansiosos. ¿Y si nos estaban siguiendo? Pensé en los hombres que nos habían acechado en la ciudad, en la sombra amenazante que parecía nunca abandonarnos.
De repente, un sonido vino de un lugar desconocido. Fue un retumbar sordo que reverberó a través del aire, como si algo grande se estuviera moviendo en el bosque. Mi corazón se detuvo por un instante, y el instinto de supervivencia se disparó.
—¿Qué fue eso? —pregunté, girando mi cabeza hacia Lucas, quien parecía tan alerta como yo.
—No lo sé —respondió él, frunciendo el ceño—. Puede ser un animal o solo el eco de la carretera. Mantén la calma.
Aceleré un poco más, la adrenalina pulsando en mi cuerpo. Pero a medida que avanzábamos, el sonido se repitió, más fuerte esta vez, el retumbar resonando en el interior del camión. El deseo de mirar hacia atrás se apoderaba de mí, pero el instinto me decía que continuar era lo más sensato.
Y, de repente, lo vi: una sombra se movía rápidamente entre los árboles. El bulto oscuro parecía desplazarse con una agilidad digna de algo que no pertenecía a este mundo. Mi aliento se entrecortó.
—Lucas, ¡mira! —grité, señalando hacia el lado derecho.
Él se inclinó hacia la ventana, y su rostro se tornó pálido. —Acelera. ¡Rápido!
Sin pensarlo, pisé el acelerador. El motor rugió como un león liberado, y el camión brincó hacia adelante. Las hojas crujían bajo nuestras ruedas, pero la sombra continuaba acechándonos, casi como un depredador en la caza. El pánico se apoderó de cada fibra de mi ser.
Cada curva del camino se convirtió en una lucha para mantener el control y no dejar que aquel misterioso ente nos alcanzara. La adrenalina fluía como un torrente, y mis músculos estaban tensos, preparados para cualquier eventualidad. El retumbar aumentaba, resonando cada vez más, como un rugido cada vez más fuerte detrás de nosotros.
En un instante de lucidez, giré el volante con fuerza. El camión derrapó, y el corazón me palpitaba con la irregularidad de una bomba de tiempo. Una nube de polvo se levantó a nuestro alrededor, y los árboles parecían acercarse peligrosamente a la ventana.
A medida que giraba, escuché un chasquido sordo y sentí un golpe. El camión se sacudió, y tiré de las riendas frenéticamente mientras trataba de evitar que la máquina diera un vuelco.
—¿Qué pasó? —pregunté, todavía aferrándome al volante como si mi vida dependiera de ello.
Lucas inspeccionó rápido a su alrededor. —Creo que hemos pinchado una llanta. Mantén la calma.
Al mirar por el retrovisor, vi el movimiento en la penumbra: la sombra se acercaba más rápido, como si se alimentara de nuestra ansiedad. Mi estómago se contrajo mientras trataba de visualizar qué o quién era. Solo sabía que no podía permitir que nos atrapara.
El camión continuaba tambaleándose en el camino. La desesperación se hizo eco de un grito interno que resonaba en mi mente: ¡Debemos escapar!
—Vamos, ¡no podemos quedarnos aquí! —grité mientras bajaba la velocidad, buscando un lugar para orillar el camión.
—No hay tiempo —dijo Lucas, decidido—. Necesitamos hacer algo antes de que nos alcancen.
Mi mente estaba en un estado de caos absoluto. Sabía que no podía perder la calma. Miré a mi alrededor y vislumbré un pequeño sendero a los lados de la carretera, oculto detrás de unas densas ramas. Sin pensarlo dos veces, lo tomé.
El camión se deslizó por el sendero angosto, branches arañando el exterior mientras la sombra nos seguía de cerca. Mi pulso se aceleraba, y mis pensamientos se centraban en salir de este aprieto. Los golpes contra el camión me recordaban que el peligro no era solo de la carretera; también estaba dentro.
Atravesamos el lugar mientras la oscuridad nos envolvía. La falta de luz aumentó la tensión en el ambiente, y el eco del motor añadiendo miedo a lo desconocido. ¿Dónde estábamos realmente? El sendero parecía más profundo y más oscuro a cada momento.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté, el pánico comenzando a filtrarse en mi voz.
Lucas miró a su alrededor, un brillo de determinación en sus ojos. —Debemos bajar y escondernos. Si esto se vuelve peligroso, necesitamos una mejor oportunidad para escapar.
El sonido del rugido sigue resonando en mi mente; el instinto de correr se mezclaba con el deseo de permanecer unidas. Pero esta no era una elección. Sabía que dejarnos llevar por este miedo podría costarnos la vida.
—De acuerdo —respondí, hiperventilando mientras buscaba un lugar donde esconder.
Sin perder tiempo, apagué el motor y salté del camión, Lucas siguiéndome rápidamente. En la penumbra, las sombras parecían bailar alrededor de nosotros. El frío de la noche se apoderaba de mi piel, y el silencio era ensordecedor. Podía escuchar el latido acelerado de mi corazón resonando en mis oídos.
Nos adentramos entre los árboles, todo mientras la sombra seguía acechando, moviéndose entre las ramas. El sonido de pasos se acercaba, mi respiración se aceleraba como un tambor resonante. Tenía que concentrarme en el momento, en permanecer oculta.
—Quieto —susurró Lucas, sus ojos brillantes como faros en la oscuridad.
Ambos nos agachamos detrás de un arbusto espeso, nuestros cuerpos tensos como cuerdas de guitarra. A medida que la figura se acercaba, mi corazón se detenía. El miedo se adueñó de mí; sentía cómo las manos me sudaban al querer apoyarme.
La sombra se hizo más clara, revelando la forma de un hombre. Llanto de alegría se convirtió en terror cuando comprendí que llevaba una linterna. La luz iluminó el área al rededor, tanteando y buscando como si ese mismo brillante destello pudiera descubrirnos.
Un sudor frío bajó por mi frente. Estábamos a merced del desconocido. Volví la mirada a Lucas, quien lentamente me indicó que mantuviera la calma. Lo más difícil era contener mi aliento, que parecía resonar entre los miedos compartidos.
El hombre se acercó. Podía escuchar el murmullo en su voz. Tenía un aire de urgencia, buscando algo que no estaba dispuesto a encontrar.
Mi corazón latía con fuerza, el sonido resonando como un tambor de guerra mientras el hombre se adentraba en la oscuridad. Temía que en cualquier momento se volviera hacia nosotros.
La linterna iluminó mis pies, y mis instintos entraron en acción. No podía quedarme quieta. Lucas apretó mi mano, un gesto de apoyo que me dio un respiro.
En ese instante, decidió que lucharía de todas formas. Sabía que debía enfrentar los desafíos que se avecinaban. Mi vida colgaba de un hilo, y este juego de dados pondría a prueba no solo nuestro coraje, sino también nuestra voluntad de sobrevivir en un mundo impredecible.
—Ahora —susurró Lucas, y con un ligero impulso hacia adelante, corremos en la dirección opuesta.
El hombre no nos había visto, y a medida que nos alejábamos, el eco de la linterna se desvanecía poco a poco, quedando atrás como un mal sueño que finalmente estaba empezando a disiparse.
La adrenalina me empujaba a seguir adelante; no había vuelta atrás.