119. SÉPTIMO CÍRCULO

1949 Words
27 de octubre – 3 a.m. Ragnar Desperté a mi hora habitual sintiendo una enorme calidez en mi cuerpo, los recuerdos vienen al sentir su aroma y una sonrisa se dibuja al verlo junto a mí, pues esta vez no estaba soñando como tantas veces me ocurrió a lo largo de estos meses. Sentí una abrumadora sensación en mi cuerpo cuando su brazo me atrajo más a su pecho y lentamente abrí los botones de su camisa, introduje mi mano repasando su ejercitado tórax, las líneas definidas por el ejercicio y las cicatrices que lo adornaban por mi culpa, entonces acomodé mi rostro en su pecho escuchando sus suaves latidos, era el ritmo perfecto, era él de nuevo conmigo. —¿Late bien? —murmuró a ronca voz generándome un escalofrío fascinante. —Late excelente. Toma mi mentón y levanta mi rostro apreciándonos con la poca luz externa, su roce era gentil, su intensa mirada, como siempre, revolvía mi mundo entero y mi corazón se agitó al emanar su demencial sonrisa. —¿Te ducharías conmigo? —pregunté nerviosa. —Sabes que no estaría bien mi pequeña. —Solo es una ducha Oz y también necesitas una. —¿Insinúas que huelo mal? —pregunta con cierta picardía comenzando el juego igual que antes. —Quizás… —respondí en el mismo tono mordiendo mi labio. Sorpresivamente nos hace girar atacando mi punto débil, aquella costilla que se volvió mi talón de Aquiles cuando él la descubrió hace un año y las risas en ambos fueron inevitables. Me removí entre las sábanas intentando liberarme de su agarre mientras él lo impedía hasta que se detiene un momento dejando un beso en mi mejilla. —Por cierto… hace poco estuve en Birmingham y la encantadora Camille te envió sus saludos —murmuró en mi oído. En menos de un segundo todo pasó de las risas a una profunda ira, la misma que me consumió cuando esa mujer apareció. Moví mi pierna para darle la vuelta, él nota mis intenciones aprisionándome rápidamente y toma mis muñecas dejándolas a lo alto de mi cabeza con sus labios cerca de los míos. —No sé a qué vino eso, pero bien puedes regresar con ella si tanto lo deseas —solté con profunda ira, mas él sonríe cínicamente. —¿Celosa? —canturreó complacido. —Vete a la mierda Oz. Intenta abrirse paso en mi cuello aun cuando hago lo posible por evitarlo sin éxito y deja un provocativo beso en este, por poco suelto un jadeo, pero lo contuve. —Dije que ella te enviaba saludos, no que estuve con ella, así que no seas celosa que yo no tengo mal gusto. Ante la sinceridad de sus palabras mis voces me calmaron automáticamente, ladeé mi rostro hacia él quien repite la acción quedando nuestras comisuras a solo milímetros y sus manos se desplazan hasta las mías donde nos aferramos con todo, levanta su rostro detallando el mío y es cuando logro liberar una de mis piernas atrayéndolo más a mí. Ahora nuestros labios rozan el límite de la perdición. —Pequeña… —Dúchate conmigo Oz… y te perdonaré la provocación que acabaste de hacer con esa mujer. Sabía que no bromeaba, sabía que estaba dispuesta a tomar lo que me correspondía aun cuando no debía, así que se apartó de mí y de un tiro me llevó hasta su pecho. —Vamos pequeña tramposa. Con una enorme sonrisa por parte de ambos me cargó cruzando mis piernas en su cintura, vio la camisa abierta levantando su ceja a lo que yo levanté mi hombro restándole importancia haciéndolo reír. Extrañaba estos momentos con él cuando las palabras desaparecían y solo nuestros cuerpos hablaban, especialmente las miradas de cada uno, en ellos radicaba un lenguaje secreto que solo conocíamos nosotros. Oz Jamás en mi vida me sentí intimidado por una mujer, ninguna me había hecho doblegar al punto que ella lo conseguía y lastimosamente no sabía si era por su presencia o el tema de la edad, pero saber que ahora estaba más desarrollada y tendría la oportunidad de verla era la tortura más exquisita, pero igual seguía siendo una tortura. Quise quedar de espaldas a ella para mantener la cordura conmigo, para controlar mis deseos y más al recordar su figura cubierta por sus prendas. Ella tomó mi mano desde atrás indicándome que estaba lista, pero yo apenas y había podido retirar las medias y el pantalón. Como siempre, mi pequeña traspasaba mis pensamientos y más cuando presioné su mano indicándole mis dudas. Así, ella posa sus manos en mi abdomen recorriéndolo hasta el pecho, cierro mis ojos dejándome llevar por la gelidez de su piel que asciende hasta mis hombros retirando la camisa y un beso reposa en mi espalda despertando la tranquilidad, sus dedos rozan en mi cadera bajando la tela lentamente y al introducir sus manos dejando un suave rasguño desprende una excitante corriente, seguida de otra por el beso que deja a un costado de mi espalda. Retiré la prenda al sentirla en mis pies y ella me hace girar, pero en vez de bajar la vista hasta su cuerpo, quedé prendido de sus luceros que brillaban profundamente corroborando que los agujeros negros sí pueden absorber la luz. Hipnotizado una vez más, me dejé llevar hasta la ducha, escucho el agua correr y ella me atrae más a su cuerpo siendo ahora bañados por la fría lluvia artificial, lo más tentador es que al estar más alta siento que estoy más cerca del cielo, pero es un cielo al cual debo descender pues habita el infierno… su infierno. Todo parecía estar en automático conmigo y al mismo tiempo era consciente de mis acciones. Ella repartió el jabón en mi cuerpo para después dejarlo en mis manos, quería que la siguiera, quería que la tocara y caí. Comencé por su cuello desplazándome después en sus brazos, ella se gira quedando de espaldas y repaso las cicatrices grabando ahora en mis manos el mapa de su nuevo cuerpo. Da un paso atrás pegándonos completamente y levanta su rostro en ferviente deseo. —El trabajo es completo doctor Oz —pronunció tan sensual que por poco mi corazón bombea sangre extra a otra parte. Tomó mis manos envolviendo su cintura, repasándolas en ella con el jabón sin dejar de mirarme y uní mi frente a la suya intentando controlar mis demonios. —No lo hagas —supliqué. —Aquí el pervertido eres tú, yo solo quería una ducha… —la inocencia y la maldad en una sola voz. Mis manos ascendieron por los costados, temeroso, ansioso, deseoso, así recorrí el hermoso valle naciente de su virginal pecho, dos volcanes despertaron entre mis dactilares y el humo fue exhalado en su boca por un jadeo que me atrajo al candente magma. Era erótico, era prohibido, era mujer… ¿pero era mía? No, no todavía. —Arrodíllate —ordenó en un murmuro y yo estúpidamente caí. Me hinqué en una rodilla, ella queda frente a mí y sin posibilidad alguna de evitarlo conocí el cielo desde la tierra, ella separó una de sus piernas para que yo la tomase y esparció el jabón líquido, con una mirada dictaminó su siguiente orden y mis manos obedecieron enjabonando su pierna desde los dedos hasta sus muslos, repetí la acción en la otra y una macabra, pero tenue sonrisa, se dibujó en ella. Mi otra rodilla cayó el suelo cual esclavo y el jabón de sus muslos lo repartí en sus firmes glúteos, mis manos que ya conocían su cuerpo, cada curva, cada cicatriz… y hoy parecía la primera vez. Ragnar, sin mesura alguna, abre la llave dejando que el agua limpie su cuerpo, da una tercera orden con sus luceros y vuelvo a recorrerla para agilizar el trabajo del acuoso ente invasor de sus tierras, mas ella toma la regadera para ser más puntual con las zonas a limpiar y me dejé llevar, pero mis voces y yo sabíamos a dónde quería que fuera… el infierno. La empujé contra los azulejos y besé el límite de su pierna, mi olfato se inundó del virginal perfume que una vez probé y me embriagué, succioné al punto de hacerla estremecer, de obligarla a soltar un gemido en mi nombre y su mano tomó mi cabello con una suplicante fuerza mientras la otra me latigó con la helada lluvia en la espalda. —Oz… Alighieri dice que los últimos círculos están congelados y vaya que tenía razón, pero su fuego no se extinguía en esta zona sino que se tornaba azul. Mi lengua se desplazó horizontal siguiendo el camino de su frontera a la par que mis yemas se apoyaban en las columnas de su templo. Entre húmedos besos me desplacé por su vientre al otro lado para completar la tercera cara del triángulo sensual de su cadera, otro gemido ante mi succión y sus uñas se enterraron en mi espalda. Cerré mis ojos un instante dejándome llevar por todo el deseo y sonreí maquiavélico deteniendo mi accionar, aunque mis dedos subían un poco más y la vi, me vio, notó la maldad en mí arrojando su furia descomunal por mi atrevimiento, pero no al invadir sus tierras, sino por retirar mis tropas. Ella, cual guerrera espartana, arrojó su arma empujándome contra la pared con furia y sin pena ni gloria tomó mi pierna rozando mi hombría con su muñeca. —Nadie me provoca sin pagar las consecuencias —bramó. —Muéstrame lo que sabes hacer. Estuvo a punto de tomar el control de mi cuerpo, pero tomé con mayor rapidez sus muñecas pegándola de frente contra la pared, mi maldito deseo se desplazaba entre la división del purgatorio naciente sobre sus piernas y dejé una mordida en su hombro recordándome con su gemido que no debía hacerlo. —Excelente movimiento, pero te falta mucho por aprender, porque este es mi territorio pequeña y aquí manda este demonio, y mientras Lucifer siga reinando tú no podrás quitarme el trono —susurré gutural en su oído dejando una fuerte mordida. —Ya lo veremos —sonríe perversa mi pequeña luna sucumbiendo toda mi oscuridad. —Estaré esperando ansioso ese día. La liberé de su agarré mirándonos esta vez con cariño, alejando el aura de pasión desencadenada segundos antes y quedamos en un fuerte abrazo calmando todo lo que provocamos en el otro. (…) Ragnar Tras ese momento tan utópicamente perverso, optamos por cambiamos y fuimos a la cocina para comer algo rápidamente pues una idea cruzó por mi mente consiguiendo que Oz la aprobara, aunque sería raro que llegara a negarse. Con todo listo y un par de abrigos encima, fuimos al garaje donde tomamos uno de los autos y salimos rumbo a la desolada carretera oscura, la gente suele volver a estar hora después de la fiesta, pero nosotros apenas saldríamos a disfrutar el mundo, o en este caso, el amanecer, mas quería que lo hiciéramos de una forma muy especial, así que le di unas indicaciones llevándonos a una bodega que tenía cerca del puerto. Al cabo de unos minutos nos encontramos en el lugar correspondiente y abrí la puerta para que él guardase el auto, viene a mi lado una vez baja viendo a su alrededor sin mucho interés y le entrego un casco dándole a entender lo que quería, seguido a esto retiré el protector de una motocicleta entregándole las llaves. —Espero que todavía sepas conducir porque no quisiera dejarte en ridículo —ladeó una sonrisa rodeando mis hombros. —No me subestimes pequeña, así que más te vale agarrarte fuerte de mí —dejó un beso en la comisura de mis labios y subimos rápidamente.
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