163. PLENILUNIO RESPLANDECIENTE

1708 Words
Oz —Buenos días Oz. —Buenos días mi pequeña. Eran tantas las sensaciones que se apoderaban de mí al admirarla entre mis brazos que las palabras me eran insuficientes para describirlo, pero en los años que llevo de conocerla, creo que jamás la había visto como lo hago ahora y viceversa, porque, en definitiva, mi pequeña luna tampoco me había regalado tan glorioso mirar. —¿Qué harás hoy? —pregunté acariciando su espalda. —Por ahora disfrutar mi mañana contigo y dependiendo de lo que me digas, veo si cancelo o no el vuelo que programé para hoy. —¿A dónde vas? —Debo ir unos días a Gran Bretaña, necesito solucionar algunas cosas con Nixon y Charles. —¿Finalmente se ganó un puesto como aliado? —Y muy bien ganado, ahora administra tus dominios según lo acordamos teniendo a Nixon como mano derecha. —La traición se paga caro. —Lo sé, pero Nixon sigue siendo mi hombre de confianza, y prefiero que sea la mano derecha de Charles en Gran Bretaña para que me mantenga informada de todo. ¿Y tú? —Bueno, yo igual tenía un vuelo reservado a Inglaterra para la otra semana, quiero visitar a Travis para el control y después me quedaré un tiempo en Suiza. —Si quieres adelanta el viaje y nos vamos hoy —ella, con total picardía, se acomoda quedando a horcajadas sobre mí con sus manos acariciando mi pecho. —¿Qué dices? —Digo que tendré que pagarle un bono extra a mi asistente por el problema que le ocasionaré si hago eso —repasé mis manos a lo largo de su curveado perfil. —Si quieres yo cubro el bono y tú le das una semana de vacaciones pagas —no sé qué tiene, pero jamás me sentí así con nadie, jamás me sentí de esta manera con ella hasta ahora. —De acuerdo, pero antes tomemos una ducha, este calor me está matando. Con un par de fuertes nalgadas la hice salir de la cama a toda velocidad hasta el baño entre risas, me sentía un idiota adolescente enamoradizo, y eso que jamás pasé por algo similar en mi adolescencia, pero todo lo que vi en mis hermanos, mi hijo y sobrinos me basta para hacerme una idea de cómo luzco… Quizás deba revisar el contenido de la absenta para saber qué mierda le puso Ares, al menos me gustaría culpar a algún químico de todo esto antes de soltar cosas que puedan confundirme y termine mortificando más a mis voces, que de por sí, estuvieron muy molestas conmigo desde la última vez que la vi. Al ingresar a la ducha, ella abre la llave dejando salir la helada lluvia artificial que tanto nos encanta y despierta nuestros sentidos, impulsándome a acorralarla contra la pared donde devoro su cuello. Soy consciente que anoche al estar tan absortos en nuestro placer y deseo de consumar el único acto faltante entre nosotros; no debí permitirnos llegar tan lejos, sé que no debía, pero al menos estoy tranquilo al saber que no sobrepasé mi límite, mas ahora, solo por esta mañana, necesitaba fervientemente dejar mi huella en ella una última vez. En lo que Rag lavaba su cabellera, yo esparcía el jabón en cada parte de su cuerpo dejando a un lado mi éxtasis, limpiándola entre silenciosas sonrisas que delatan nuestros pensamientos, mismos que alegran a nuestras voces y aceleran dos corazones como quizás nunca antes lo hicieron. Al ella enjuagarse por completo, tomé la regadera acomodando una de sus piernas sobre mí para abrirme campo hasta la tierra soñada, ella levanta un poco mi brazo para que el agua caiga entre los dos y limpiamos al otro sintiendo el almizcle resultante de nuestro casto acto nocturno, pero al arrebatarme la regadera apuntándola únicamente en mi hombría, desplazó su mano despertando todas mis malditas ganas de poseerla y acomodé mi cabeza en su cuello para evitar sus labios, pero no fue suficiente al ella acelerar el movimiento concentrando toda mi excitación en el punto exacto. —No abuses de tu poder —bramé a ronca voz en su oído. Ágil, alejé su mano, la levanté acomodándola en una saliente tras arrojar los envases al suelo y ella sin piedad arrebató mis labios elevándome igual que una droga que parecía esparcir con su lengua, enrollaba sus piernas y brazos cual boa en mi cuerpo y me devoraba cual mantis religiosa. —Si vuelves a hacerlo tendré que poner el agua caliente —amenacé sobre sus labios, mas su semblante cambió a uno conflictivo e incómodo dejándome inquieto. —¿Qué ocurre? —No lo hagas —con un dejo temeroso, susurró. —¿Qué pasa, mi pequeña? —pregunté con una horrible sensación de vacío al verla tan mal. —No me gusta el agua caliente, en la mazmorra solían castigarnos bañándonos con agua hirviendo aun con las heridas abiertas y… —silenció dejándome conflictuado. —No entiendo, ¿cómo te metiste en los termales conmigo si te sentías así? —Porque tú estabas conmigo, pero no quería hacerlo en público para no meterte en problemas por las cicatrices y también para evitar arruinar el viaje con algún episodio… tú me entiendes —apartó la mirada quedando cabizbaja. —Solo lo hice por ti Oz, porque quería estar contigo. Tú me hiciste sentir a salvo dándome la fortaleza para olvidarme de todo lo malo en el momento —una increíble ola de culpa me ahogó por completo y la atraje refugiándola entre mis brazos. El recuerdo de aquella mansión y todo lo que vi incrementa la horrible sensación en mi pecho, con mis manos le devuelvo la calma al acariciar sus cicatrices, reparto muchos besos entre mi culpa y desesperación por despertarle tan terribles memorias y alejo unos centímetros su rostro acunando mis manos en este viéndola completamente abrumado. —Perdóname mi pequeña —la besé castamente. —perdóname. Me enfoqué solo en su dolor besándola desesperado para apartar tan tóxica nube que recubre su luz nocturna y su cuerpo me hizo saber que iba logrando mi cometido, aunque llegados a un punto, mi pequeña y yo nos dejamos llevar dejando al calor retornar a nuestros cuerpos igual que anoche al acostarnos. Una de mis manos se desplazó tomando nuevamente la regadera y dejé caer la fría lluvia en su espalda logrando que se acercara más a mí, sonreímos entre el candente beso y abrimos los ojos llegando a enamorarme más con el resplandor de ella, mi bello plenilunio. Desplacé el agua en su cuerpo a la vez que mi otra mano marcaba el camino, mis besos iban hasta su cuello e invadí su escote y la clavícula dejando a la lluvia bañar su intimidad. Mis dedos bajaron limpiando entre sus pliegues lenta y provocativamente, y con la misma malicia con la cual ella me masturbaba, ahora lo hacía yo sacándole suaves gemidos que intentaba contener a la vez que incrementaban mi ego. —Esto no puede volver a pasar, mi pequeña —pronuncié extasiado sobre sus labios. —Lo sé, lo dejaste muy claro… así como también comprendí lo que dijiste en diciembre —contestó intentando mantener la cordura en medio de la delirante locura que le provocaba con mis dedos. —Quiero que me prometas que no volverás a hacerlo hasta llegado los veinte, tenía pensado dejarlo a los dieciocho, pero te haré sufrir dos años más. —También será una tortura para ti —pronunció desafiante. —Prométemelo, que a mí no me importará esperar más si en el proceso incremento tu castigo, recuerda que llevo años sin ti y aumentar mi condena no será nada para mí. Introduje tres dedos y con el pulgar masturbé su palpitante placer, ella, enfurecida en su éxtasis, me masturbó con mucha más firmeza que antes, diciendo con esto que si ella sufriría; yo lo haría con ella, pero incrementé mi movimiento logrando encontrar un punto especial que la hizo soltar gemidos más pronunciados y retomé el control sobre ella. —¡Está bien! —contestó en un firme gemido y presionó mi hombro con fuerza. —Prometo que no lo haré otra vez y esperaré hasta los veinte... ¡Maldita sea! Enceguecido por su maldición, incrementé su tortura, ella la mía y unió nuestras frentes al desplazar su mano de mi hombro a la nuca donde dejaba fuertes rasguños que me excitaban más. Arrebatábamos los múltiples jadeos y gemidos que sacábamos al otro y más temprano que tarde, sentí sus paredes contraerse múltiples veces embarrando mis dedos con su orgasmo, provocación suficiente para que yo también me derramase sobre su ser llegando a bañar sus senos al ella apuntarse adrede. Al buscar un poco de calma por tan agitado instante, retiré mi mano de entre su corrugada y cicatrizada carne hirviente trayéndome sus fluidos. Deleité la vista de mi mano bañada por su espesor entrando en una especie de trance, el brillo de la luz que iluminaba su néctar y la sensación en mi piel fueron magníficas, delirantes. Tomé mi fluido yaciente en su tórax y lo mezclé con el suyo entre mis dedos, llevándolos después hasta su boca donde ella los recibió entre succiones y sensuales lamidas dentro de su cavidad. Alejó mi mano una vez limpiados los tres dedos y me besó profundamente dándome a probar de la misma mezcla, aquella que resultó ser incluso mejor y mil veces más adictiva que cualquier droga o licor existente en la historia de la humanidad. —Sé lo que prometí, ¿pero al menos podrías usar tu boca ya que no vas a penetrarme? —maldita súplica provocativa. —No lo haré y no aumentes tu sentencia —impuse con firmeza cortando la distancia. —Entonces quiero que sea mi regalo de dieciocho ya que técnicamente seré adulta, al menos lo merezco si me harás esperar tanto —tan diligente cual diosa infernal, mas es mi silencio lo que la inquieta con el pasar de los segundos. —De acuerdo, pero solo si te portas bien en los siguientes cinco años y mantienes tu promesa. Una cómplice sonrisa fue todo lo que necesitamos y en un último beso sellamos nuestra promesa… una de tantas…
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