162. DESTINO ENLAZADO

1096 Words
Narrador omnisciente Son muy pocas las veces en que el universo alinea sus galaxias y estas a su vez los planetas, y así como en los mencionados casos, era un momento único donde dos cuerpos se fueron apagando en medio del letargo, eran dos almas ordenando a las mentes desconectarse al punto en que las voces de sus participantes, sin saber qué ocurría, hibernaron, se silenciaron completamente, seguidas de los demonios que atormentaban la vida de sus huéspedes. Cuando las almas se aseguraron que no había testigo alguno en tan perfecto instante, estas tomaron total control de cada recipiente, aquellos cuerpos que habitaban desde hacía varios años y eran su imagen y semejanza. Los párpados nunca se abrieron, jamás se vieron, pero no hacía falta al ser las manos las que hicieron el trabajo del reconocimiento, cada sentido del cuerpo despertó intensificando su labor ante la orden de las ánimas que tenían un deseo guardado. Él, quien seguía aferrado al cuerpo de su amante, deleitaba su olfato en el cuello perfumado con el bálsamo creado horas atrás en tan especial encuentro, pero querían más, anhelaban profundizar el sentimiento que los unía más allá de la carne y la sangre. Ella, quien despertaba entre caricias, reconoció a su vil amante creando pequeñas olas marinas con la piel propia y ajena de sus vientres. No había palabras, no había consciente, ni siquiera un inconsciente activo en cada uno, solo dos almas dominando dos cuerpos para darse el lujurioso abrigo lleno de un sentimiento inefable resguardado con recelo. Sus labios encontraron los de él y en un hambriento tiro, los arrebató enlazando sus lenguas a la vez que se ahogaban profundamente en tan perfecto perfume. Él, cuyo deseo despertaba con el roce de sus besos, su calor, su dermis, sintió cómo la cuna de la vida le abría campo para que se acomodara nuevamente en esta. Ella, a quien el tiempo y los elementales jamás oxidaron su pasión, le recordó a su amado el hipnótico movimiento del humo que alguna vez pidió le reprodujera. Él, quien necesitaba sentirla como hace mucho no lo hacía, como nunca había hecho en esta vida, volvió a bañarse en tan perfecto río espeso que ella desprendía de entre sus hojas, aferrándose a su pierna para que nada la apartara de su lado, saboreando el naciente sexo de su boca provocada por el burbujeante calor de ambos. Ella, cansada de tener que bailar esta pieza a medias, se acomodó como si escalara un peñón más y en una perversa y muy seductora sonrisa dibujada entre el beso, lo acomodó en la entrada de su hogar, de su paraíso. Él, respondiendo con el mismo gesto con sus labios, ascendió su mano por el muslo hasta la cadera, ensanchó maquiavélicamente su sonrisa y le recordó lo que era amarlo en las profundidades de su ser. Un ahogado gemido emergió de ambos al sentir la canónica invasión en, lo que para él era, las virginales tierras de su amante, mismas que ahora conquistaba por los poetas y prisioneros añorantes de libertad. La tensión en su cuerpo, la estrechez de su cavidad, el infernal horno de sus chorreantes paredes de placer y las múltiples corrientes de sus nervios, hicieron que sus caderas se enredaran en tan perfecto vals que muy pocos tenían la fortuna de conocer. Entre dioses se amaron con cada vaivén de su indomable penetración, la hacía suya sin control ni freno, ya que la endemoniada alma de la divinidad tenía nuevamente a su merced a la diosa más perfecta creada, no para él, mas igual marcó como suya al tomarla malherida entre sus manos dándole vida, dándole amor y ahora le recordaba todo lo que ella representaba en su existencia sin importarle nada más que hacerla suya una última vez, una, donde sus corpóreos recipientes no sabrían lo ocurrido, pero el día en que la muerte llegara y se desprendieran de estos, bien recordarían. Ella, acomodándose a horcajadas sobre él, extiende sus piernas a lo largo sintiendo el continuo ingreso de su amante quien la poseía desenfrenadamente con el pasar de los minutos, minutos que restaban tiempo al limitante encuentro celestial donde él repasó sus montes incrementando el lujurioso flujo. Sus poros se perlaban, quería ver los de su amada en la misma forma que vería el cuerpo de una sirena al subir a la superficie y fue hasta ella sosteniéndose de su cintura, levantándose cual pétalo en el viento quedando en tan perfecto loto sin llegar a separarse. Con mayor profundidad llegó al trono de ella, entre los brazos aprisionaban al otro, entre uñas marcaban sus territorios, entre jadeos dictaminaban la orden de la conquista, entre un embravecido océano de éxtasis se entregaron formando una titánica tormenta. En el antepenúltimo minuto, regresaron a su posición inicial en la sábana blanca entre jadeantes besos y profundas embestidas. En el penúltimo minuto, ambos incrementaron la lujuriosa borrasca que los caracterizaban, y en el último minuto, la empírea nota resonó de las ánimas al unir dos deseos provenientes de estas materializadas por los ardientes cuerpos. En agitados vientos desprendidos de sus erráticos pechos buscaban la calma en la carne de su respectivo amante, un último casto beso surgió al unir felices sus frentes y las almas retornaron el control al cuerpo y la razón de los individuos, escondiéndose nuevamente en el calabozo más recóndito de cada uno de sus seres, pero no sin antes dar una despedida que alegró al otro en simples palabras a falta de más segundos para decirse todo y que bien demostraron en tan lacónico acto que jamás habrían de saber a consciencia, aunque después de la muerte repetirían. —Ahora eres completamente mía. —Siempre he sido completamente tuya. Murmuraron ambos en cuerpo, mente y alma con total raciocinio en medio de su letargo, quedando más felices que nunca sin imaginarse que ahora habían consumado su deseo, ella entregándose en carne propia y él tomando su virginidad sin nunca llegar a saberlo, sin sus voces ser testigos del pecaminoso crimen cometido. El astro mayor ascendió en el horizonte anunciando su llegada a los amantes; quienes despiertan viendo al otro con una indescriptible felicidad sin motivo aparente, mas no reniegan, no cuestionan, solo saben dentro de sí que su conexión tan única y demencial es más fuerte que antes haciendo que él la vea diferente, más resplandeciente que la misma luna, y ella, que lo admire como el dios más poderoso de toda religión existente, aquel que la protege, la sana, la ama, aquel que nunca la abandonará sin importar lo que pase.
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