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De Amores dulces y otras subidas de azúcar

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Pinzas, alicates, sondas e hilo dental para Marcos.

Cámaras, vestidos, bisturí y ketamina para Bianca.

Tablero, hojas, lápices y colores para Roxana.

Caramelos, postres, giros inesperados, aventuras, amores imposibles, dulces y... subidas de azúcar para todos.

¿Qué puede matar más rápido: el exceso de azúcar o el amor?

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Prólogo.
Un jueves al medio día el sonido de las campanas de la iglesia Nuestra Señora del Pilar La Enseñanza ubicada en la Ciudad de México, llegaron a los oídos de los cuerpos cansados y agitados de nuestros protagonistas: Marcos, Bianca y Roxana. Habían corrido al menos unas cuatro cuadras, con  los corazones en sus gargantas, para descubrir si lo que había salido en aquél anuncio era cierto. Carros, limusinas, periodistas, flashes y caras desconocidas se encontraban entre la avenida Justo Cierra y Donceles, observando lo que sería una de las bodas más sorpresivas y ostentosas del año; sin saber nada sobre los corazones latiendo llenos de miedo, lágrimas a punto de salir, dudas y gritos en algún lugar incansable a los oídos de todos los que se encontraban tanto fuera como dentro de la iglesia. Las personas chismeando a los alrededores del lugar rumoraban que algo había pasado con la hermana de uno de los novios, por lo que, cansados y confundidos por lo escuchado, los tres chicos se detuvieron frente a la iglesia. Como si lo hubiesen planeado llevaron sus manos derechas de la frente al pecho, luego tanto al hombro izquierdo como al derecho para finalizar hincándose rápidamente y entrar, en busca de la verdad. Marcos nunca pensó que el amor podía ser tan doloroso hasta ese día; perdería a la mujer de sus sueños, perdería a la persona que más había amado en toda su vida, claro, aparte de su madre, reflexionó. Su corazón latía desenfrenado cuando logró sentarse junto a sus amigas en las largas butacas del lugar; podía ver cerca del cura a Sandro, y al pequeño Max en brazos de un sujeto extraño. Roxana le reprochaba a sus amigos entre susurros, que guardaran la calma, que nadie podía impedir esa boda, que se sacaran la idea de la cabeza, que no sabía qué hacía allí buscando qué, pero quizás con la esperanza de que sus amigos reflexionaran y se fueran de allí lo antes posible. Sin embargo, cuando una melena rizada pasó por su lado caminando directo hasta un grupo de personas, miles de preguntas comenzaron a pasar por su cabeza ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué tenía traje y se la llevaba tan bien con esas personas que sabía muy bien no eran sus padres? El suspenso fue tal que causó en ella una ráfaga de nervios. Por otro lado, con los ojos como si hubiese visto un zombi andar por aquél lugar, Bianca sentía su corazón romperse; su sueño, su corazón, el amor que había depositado en un solo ser estaba siendo arrebatado sin piedad. Ella había sacrificado muchas cosas por ese amor y él le estaba pagando con la otra cara de la moneda. Quería decirles a sus amigos lo que estaba pasando frente a sus ojos, pero el amor le dolía tanto que sentía su ser desmayar lentamente. Los tres querían pensar que tal vez todo era una pésima broma, es decir, no era la primera vez que les hacían creer algo que al final terminaba por ser falso, pero si era la primera vez que parecía ser muy real. No eran cobardes, no le tenían miedo a la verdad, pero si les dolía tanto que prefirieron irse en silencio antes de que todo culminara. Ellos no podían impedir nada, ellos eran los perdedores que, por cuenta propia, buscaron amar tanto que se perdieron en esa búsqueda. Marcos lloraba como un niño pequeño al cual su mamá regañaba por haber mentido, Bianca aún estaba pasmada sin creer lo que había visto, y mientras que Roxana no paraba de gritar a los cuatro vientos su pesadilla, una mujer gritaba a las afueras de la iglesia la venta de sus caramelos y postres, llamando la atención de sus almas en pena. No era un secreto para ninguno, comprarían la mayoría de la mercancía de aquella mujer y comerían azúcar hasta sentir que estaban flotando rumbo a la muerte, reirían por su mala suerte en el amor y terminarían en un hospital debido a una subida de azúcar. Pero mientras todo eso ocurría, esas tres cabecitas comenzarían a recordar cómo habían conocido a las personas causantes de su desdicha, y por supuesto, el cómo habían parado en aquella iglesia, y posteriormente en el hospital.

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