CAPÍTULO DIEZ
Ethan Cooper.
No he podido dejar de pensar en la dura situación que ha vivido Avy, en la vida tan difícil después de la muerte de sus padres.
—¿Cómo puedo ayudarla sin que sienta que le tengo lástima? —murmuro, mientras me deslizo los calzoncillos.
«Yo tengo a mis padres y estoy lejos de ellos, y ella no los tiene y los añora. A ella le hace falta dinero, y yo, si lo quiero, solo tengo que pedirlo», pienso con pesar.
—Debo encontrar algo que me permita ayudarla sin ofenderla —digo para mí.
Me envuelvo bajo la sábana, y por un instante me permito pensar en el almuerzo, en lo natural y sencilla que es ella.
Me fascina su timidez, lo nerviosa que se pone, junto a ese sonrojo en su rostro que la hace ver preciosa, encantadora al mismo tiempo. Sonrío de solo pensarla.
—Avy —menciono, y su nombre se siente más dulce de lo que imaginaba. Mi pecho se infla al pronunciarlo.
Apago las luces y dejo mi teléfono a un lado, dispuesto a rendirme ante el sueño.
Afuera, la noche transcurre bajo un silencio que solo la oscuridad entiende, pero en la soledad de mi habitación, me encuentro con una inquietud que no me deja dormir del todo bien. Así transcurre el tiempo hasta que consigo conciliar el sueño, en altas horas de la madrugada.
Rin, rin. El teléfono suena a compás de la vibración. Me despierto exaltado, arrastrando el móvil sobre la dura madera de caoba.
—¿Bueno? —digo con la voz ronca y áspera. Hablo con los ojos aún cerrados, sin querer abrirlos por lo pesados que se sienten.
—¡¿Así es como saludas a tu madre, Ethan?! —protesta.
Suelto un suspiro cansado. ¡Cómo demonios no abrí mis ojos antes para saber que era mi madre y así evitar sus quejas! Me reprendo mentalmente.
—Mamá —menciono—. No puedes pensar que sigo durmiendo y que tomé el teléfono sin abrir mis ojos a estas horas de la mañana —manifiesto con sarcasmo.
—No, Ethan, no pensé que... —la corto de inmediato. Me reincorporo sobre la cama.
—¿Qué quieres, madre? —lanzo la pregunta directamente.
—¿Cómo estás? ¡Un mes sin saber de ti, hijo! —se queja. Tiene toda la razón, pues tengo más de un mes sin cruzar palabras con mi familia.
—Lo siento, mamá —pido disculpas—. Las clases me tienen atrapado. A duras penas me dejan respirar —le hago saber, algo que en parte es cierto. El poco tiempo que me queda es para ir al Coffee Coffee a ver a Avy.
«Eso no se lo diré», pienso.
—Incluso me ha tocado comer en la calle —me excuso.
—Eso no estaría pasando si estuvieras aquí con tu familia —dice. Ruedo los ojos cuando el reproche llega.
—Estoy bien aquí, madre. Aunque no lo creas, estoy bien, solo que la universidad me absorbe, y el tiempo para socializar no me alcanza. Pero te prometo que llamaré regularmente.
—Si necesitas que te ayude, me dices, Ethan —sugiere. ¿Dónde quedó la madre que me despidió hace un mes atrás? Me hago la pregunta y, por supuesto, no buscaré respuestas.
—Ajá. Madre, te tengo que dejar. Hoy es lunes y será un día complicado —manifiesto, ya en modo de despedida.
—En cualquier instante voy a visitarte —dice. Eso sí que no lo quería escuchar.
—Madre, deja a tu hijo respirar, por Dios. Si necesito ayuda, te juro que te la pediré. Te mando muchos besos, muak —corto la llamada.
—Te amo, madre, pero a veces siento que me asfixias —gruño.
—¡Carajo! —digo al ver la hora. Dejo el teléfono sobre la cama y me dispongo a salir de ella. Me enredo con la sábana en mis pies y caigo de boca, metiendo las manos para no golpearme el rostro.
—Mierda.
Me levanto y me voy al baño a ducharme, con una erección que me duele hasta en los testículos. Agradezco que apuntaba hacia arriba y no de frente, sino el dolor me tendría tendido sobre el frío suelo.
—Ey, Ethan —me saluda Chris al verme llegar frente a la puerta de la universidad—. Nunca he comprendido cómo alguien como tú estudia aquí en esta universidad y anda sin un auto —comenta.
—Capricho de mi madre. Ella cree que sin uno voy a regresar a Manchester, pero lo que no sabe es que, como ya ves, hasta me estoy acostumbrando a caminar y a trasladarme en taxi —respondo con una sonrisa.
—Comprendo. Entonces no eres un estudiante con beca —niega.
—¿Habría algún problema si fuera así como lo pensabas? —pregunto, mirándolo a los ojos.
—No, claro que no —niega—. Prueba de ello es que he tenido trato contigo. Además, somos compañeros y para eso estamos, para ayudarnos.
Asiento. Nos adentramos y nos dirigimos a nuestro salón.
—Ethan, ¿podemos salir un fin de semana a divertirnos?
—Sí, claro. Cuando los profesores no nos llenen de trabajos y exámenes —respondo.
Entramos a la primera clase por dos horas. Salimos para entrar a la siguiente por dos horas más. Salimos a la una de la tarde y, con diez minutos de descanso, aprovecho para salir al campus a respirar aire fresco.
—Hola, guapo. ¿Qué haces tan solito por estos lados? ¿Necesitas compañía? Nosotras te la podemos dar —menciona la rubia y se ríe con coquetería. No está nada mal, pero ahora no tengo cabeza para prestarle atención, y tal vez buscan algo más, pero no estoy interesado.
—Lamento decepcionarlas, pero ya voy de vuelta a clase —les digo para que se vayan y me den el espacio que necesito.
—¿Es eso o no te gusta la compañía de mujeres como nosotras? Te hemos visto y solo te la pasas con hombres. ¿Eres gay? ¿Te gustan los hombres?
Suelto una carcajada de solo escuchar la estupidez que acaba de decir. No pienso responder y las dejo con dudas. Si supieran que tengo un pitón enrollado invernando...
Me doy la vuelta y las dejo atrás con la cara desencajada.
Murmuran entre ellas, cosas que no logro escuchar ni tampoco me interesa.
La tarde pasa, sintiéndome cansado y queriendo salir corriendo de aquí para irme directo a ver a mis ojos marrones y, por supuesto, a comer, que muero de hambre. Son dos motivos importantes que me impulsan a no faltar ni un día a la semana.
—Chris —le susurro y toco su hombro. Él ladea la cabeza y mira sobre su hombro—. ¿Puedes darme un aventón?
Asiente.
Salimos a las cinco de la tarde. Chris me deja en el mismo lugar de la vez pasada.
—Te debo una, hermano —comento.
—Tranquilo.
Me alejo del auto y camino en la dirección que podría decir que llegaría hasta con los ojos cerrados. Minutos después, ya estoy frente a la puerta.
Avy se encuentra de espaldas y no me ve llegar. La camarera chaparrita de cabello n***o abre la puerta por donde me adentro gustosamente. La sonrisa fue automática, instantánea. Mi corazón late de emoción, y no es otra cosa que de alegría que no puedo disimular, porque mi cara lo revela todo.
Ella se gira antes de que yo pase por su lado en busca de una mesa. Tenía una sonrisa discreta, pero al verme, su rostro se tiñe al sonrojarse. El brillo de su mirada dice más que su silencio.
Baja la vista y después la vuelve a alzar.
—Señorita —saludé y pasé por su lado para tomar asiento. Ella no tarda en llegar a mi lugar.
—Joven, buenas tardes —saluda ella, tan eficiente y entregada a su trabajo—. ¿Desea ordenar? —pregunta.
—Hola, Avy —saludo por lo bajo, no quiero ni deseo arriesgar su trabajo—. Sí, por supuesto, muero de hambre.
Asiente y con su libreta y bolígrafo en mano, dispuesta a anotar mi pedido.
Avy responde el saludo con discreción y comienza a anotar mi pedido.
—Por favor, que no tarde —pedí, sintiéndome hambriento.
—Comprendo —contesta risueña.
—Espera —saco lápiz y papel.
"¿Podemos cenar hamburguesas? Si es un sí, me lo haces saber por escrito. Estoy aquí a la hora de tu salida."
Le entrego la nota, y ella se da la vuelta. La veo alejarse con pasos apresurados. Entrega la orden y se va a atender otra mesa. La llaman en la entrega de un pedido que no sé si es el mío, y ella entrega otra orden.
—Aquí tienes —deja mi pedido sobre la mesa y, con él, una nota.
"Por supuesto. En una hora estoy de salida."
Levanto mi mirada para encontrarme con la de ella.
—Te veo afuera —le hice saber, bajando la voz.
Le doy mi tarjeta y dejo propina. Ella se va, y yo me quedo a comer con lentitud, haciendo tiempo para que llegue su hora de salir del empleo.
Me devuelve mi tarjeta. Reviso mi celular, pero sin perderla de vista. Me fijo en la hora y, cuando faltaban diez minutos para las siete, salí y la esperé en una esquina.
Lo que creí que sería una eternidad no fue así. Avy salió de su trabajo y se encontró con que la estaba mirando. Ella sonríe y camina a mi encuentro. Lo primero que hice fue saludarla con un abrazo que me llenó de calor el pecho, y ella tardó un poco en corresponder, para terminar con un beso en la mejilla.
—No sabes cuánto ansiaba verte —confesé, sintiendo la sinceridad en mis palabras.
—Ya éramos dos —responde con su voz suave y tímida.
Tomo su mano, y con la confianza que ya siento, enrollo su brazo con el mío y la guio a un lugar donde podamos disfrutar de una deliciosa hamburguesa.
—¿Te gustaría comer las hamburguesas en la privacidad de tu casa o en un puesto de comida rápida? —le pregunto.
—Mmm, no sé, la verdad —duda.
—Bien. Donde sea, da igual. Lo importante es la compañía, ¿cierto?
Mueve la cabeza, aceptando.
Llegamos a un lugar modesto, pero el olor en el aire abre el apetito. Tomamos asiento, ordenamos y, mientras esperamos, charlamos.
—¿Qué tal tu día ahora? —pregunté, interesándome en su jornada.
—Bien —contestó—, nada diferente. La misma fluidez de clientela, sin ningún contratiempo. ¿Y el tuyo?
—Digamos que todo el día fue de clase —respondí sin más detalles—. Y mi madre me sorprendió con su llamada. Me regañó por no llamarla. Le prometí que lo voy a hacer más seguido.
Le fui contando un poco sobre mi madre y lo obstinada que puede ser a veces.
El pedido llega, y comenzamos a saborear y disfrutar de los sabores. Miro a Avy comer y siento alivio de poder alimentarla. Tal vez esta sea una de las formas en que puedo ayudar y contribuir día a día con ella.
"¿Y si busco trabajo el fin de semana para ayudarla?", pensé de pronto. Sé que vale la pena intentarlo, pero ¿qué pasa si no acepta mi ayuda? Para eso, tendría que conocerla más.