Capítulo 1

1617 Words
Miro hacia el reloj justo cuando las manecillas marcan las cuatro en punto. Inmediatamente me levanto de mi asiento y corro a tomar la regadera para las plantas y subo hasta mi cuarto. No verifico mi aspecto en el espejo, no me interesa que me vea, sólo quiero verlo a él. Enciendo el equipo y dejo que la música de mi cantante favorito, Juan Luis Guerra, alimente el día. Corro las cortinas de la ventana y lo veo. Mi vecino. Mi obsesión desde hace tres meses. Pablo Arizmendi. Hoy está vestido con otro de sus trajes a la medida, es gris, y le sienta demasiado bien. Resalta todo su majestuoso cuerpo, especialmente cuando se inclina para tomar en sus brazos a la pequeña niña que corre hacia él. Una pequeña sonrisa se dibuja en su —la mayor parte del tiempo— estoico rostro. Y se ve aún más hermoso. Sus ojos verdes brillan y su cuerpo se relaja cuando acuna al bebé en sus brazos. La otra pequeña se abalanza hacia sus pies y se aferra a sus muslos como si su vida dependiera de ello. La sonrisa de Pablo se abre totalmente. Mostrando sus perfectos dientes. A veces me pregunto si no sonríe por la cicatriz en su mejilla, no es fácil de percibir a distancia, pero de cerca, lo cerca que la ventana de mi cuarto me permite estar, puedo verla. Nace bajo el lóbulo de su oreja derecha y llega hasta la comisura de su boca. Es delgada, pero se nota que ha sido tratada. La primera vez que me mudé a esta casa y, esa primera noche mí baño decidió revelarse y derramar todo su contenido —afortunadamente aun no lo usaba para hacer del dos— corrí a la casa de mis vecinos para pedir una bomba y arreglarlo. El hombre furioso que abrió la puerta me aterrorizó. Sus ojos como fuego me miraron como si fuera una mosca que perturba su cena, casi me orino cuando noté la cicatriz; la misma, combinada con esa dura y fría mirada, su altura y su enorme cuerpo...  Bueno, creo que pude haber lloriqueado un poco. Balbucee mi situación y lo que necesitaba, no respondió, sólo me contempló de arriba abajo y luego desapareció. No sabía si seguir o quedarme donde estaba. Justo cuando estaba decidida a irme, una pequeña cabeza de rizos negros asomó por la puerta. Los ojos verdes y más dulces me sonrieron, le correspondí la sonrisa y abrí mi boca para saludar a la pequeña princesa frente a mí, pero mi vecino llegó rápidamente, le murmuró algo a la niña, me entregó una bomba para baños y cerró la puerta en mi cara. Regresé a mi casa confundida, no lo entendía. Decidí dejarlo así y arreglar mi baño. Terminé muy tarde esa noche, así que dejé el devolver la bomba al siguiente día. Fue lo mismo, toqué la puerta y el mismo hombre me miró como si fuera la mierda en su zapato, le entregué la bomba y le agradecí, pero no hubo respuesta de su parte hasta que una mujer apareció a su lado y me sonrío. Se presentó como Claudia y al vecino como Pablo Arizmendi, su hermano. Pablo gruñó cuando su hermana me dio a conocer su nombre y siguió fulminándome con la mirada, asustada, murmuré un adiós y regresé a mi casa. La semana fue peor, pasaba por su casa y si me cruzaba con él, recibía su dura mirada. Realmente me asustó, pero lo peor fue cuando salí con mi hermana a uno de los Club de la ciudad, cuando terminábamos la noche y regresábamos caminando a casa, nos cruzamos con un furioso hombre golpeando la mierda de otro en la entrada de la casa de mi vecino. Mi horror fue mayor cuando el hombre que estaba por matar a golpes al otro era mi vecino, y se veía como una bestia salvaje. Cuando levantó sus ojos, conectó inmediatamente conmigo y el brillo en ellos aumento, un gruñido salió de sus labios y me congelé del miedo. Mi hermana Jenny tuvo que halarme para que caminara de nuevo. Fue horrible. Me encerré en mi casa por cuatro días, temiendo encontrar a mi violento vecino y que me hiciera daño. Pero una tarde, mientras regaba las flores que había puesto en mi ventana, escuché una risa del patio de al lado. Me volví para ver a mi aterrador vecino, riendo con dos pequeñas de no más de cuatro y ocho años. Fue una total sorpresa. Me quedé tras las cortinas mirándolos y me fascinó. Me encantó lo que vi en ese hombre cuando estaba con esas dos niñas jugando al té, corriendo y ensuciando sus ropas en el lodo, besar sus mejillas, dejarles pintarlo como princesa y usar coronas. Fue... hermoso. Desde ese entonces, a pesar de que todavía existía ese temor dentro de mí, no podía evitar subir a las cuatro en punto, para verle jugar con las pequeñas. —¿Espiando al vecino? —Salto ante la voz de mi hermana y mejor amiga, golpeándome la espalda con la comoda. —Mierda —gimo y trato de frotar la parte lastimada, me alejo de la ventana, no sin antes, dar una última mirada al objeto de mi obsesión—. Demonios Jenny, me asustaste. —No tanto como tú a mí. Tu obsesión con el monstruo de al lado me aterra. —No es un monstruo —protesto—. Es sólo un hombre diferente —Sí, claro. Tal vez por eso cada vez que está cerca corres a esconderte. —No me escondo —chillo, Jenny levanta una de sus cejas y suspiro—, bien, sí lo hago. Pero es porque a él no le gusta mucho verme. Cada vez que posa sus ojos en mí es como si viera una espantosa cucaracha. —Hace lo mismo con todos. —Camina hasta la ventana y mira a mi vecino—. Aunque tienes razón, contigo es un poco más duro. —Gracias —murmuro. —Tal vez y sea porque te vez como un dulce conejito esponjoso. Conejitos que el probablemente aplasta con su enorme pie. —No me veo como un conejito esponjoso. —Sí lo haces. Eres tan tierna que a veces nos das diabetes con sólo mirarte. —Eso es ridículo. Ruedo los ojos y voy hasta el baño para quitar mi ropa y ducharme, tengo que ir a trabajar pronto y no quiero llegar tarde, otra vez. Jenny dice que yo llegaría tarde hasta a mi propio entierro. Juro que no es mi intención retrasarme, pero siempre ocurre algo que me hace demorar más. Un neumático pinchado, tráfico pesado, una panadería vendiendo delicias recién horneadas y calientes; un buen libro o un nuevo capítulo de mis doramas favoritos en DramaFerver o tal vez, una nueva actualización de mis autoras favoritas en w*****d. En fin, siempre llego tarde. A todo. —¿Hoy te toca cerrar a ti? —pregunta Jenny desde mi habitación. —No, lo hará Simón. —Bien, ¿puedo esperarte aquí? Estrecho mis ojos en la ducha. Se quiere esconder en mi casa, de nuevo. —¿Quién es esta vez? —pregunto. Jenny sólo querría quedarse en mi casa esperando por mí, cuando bien podría estar en la calle siendo un pájaro libre, sólo por el placer de verme regresar a casa.  —Hernando. —¿El hijo de Judy Mónaco? Hombre Jenny, estás enferma. —Estaba ebria. Hernando es un perdedor de primera. Vive con su madre, no trabaja pero siempre tiene para pagar su gimnasio y comprar los tenis más caros. Siempre está presumiendo su tamaño y lo bueno que podrá hacer "mover tu mundo". Siempre le ha tirado los tejos a mi hermana y a mí, ya una de las dos cayó. —Eso no es excusa —regaño— Ewww eres una cochinota. Asco. —¿Puedo quedarme o no? —gruñe y me río entre dientes al saber que la he molestado. —Está bien, pero no vayas a tomarte mi yogurt. —Vale. —Ni toques mi ensalada de frutas. —Pero... —No Jenny, fuera de los límites. —Mala hermana. —Me amas —digo, saliendo de la ducha y voy hacia mi armario. Jenny se mueve hasta mí y sonríe perversamente. —¿Estás segura de no querer darme un poco de esa ensalada? —Sí. —Bien, que conste que no quería hacerlo. —¿Hacer qué? —pregunto, Jenny toma mi toalla y la arrebata. —Esto —dice cuando logra desnudarme, su rostro se vuelve hacia mi enorme ventana y agita una mano—. ¡Adiós vecino! Mis ojos van hacia la ventana y descubro las cortinas corridas. Mi aterrador y sexy vecino está de pie, mirando justo hacia donde estoy yo... totalmente desnuda. Mierda en una botella. —Jenny —grito y corro hacia el baño de nuevo buscando una toalla de repuesto— Te mataré, estúpida hija de... —Tenemos la misma madre, recuérdalo —devuelve, saliendo como alma que lleva el diablo de mi cuarto. Salgo del baño, con una nueva toalla sobre mi sonrojado cuerpo. Camino hacia la ventana, rezando a todos los dioses que mi vecino no esté ahí de pie, pero los dioses están demasiado entretenidos en otras cosas. Pablo está de pie, justo como lo estaba hace unos segundos, mirando hacía mi habitación; maldigo internamente e intento cerrar mis cortinas ocultando el rubor de mis mejillas y mi cuerpo. Para mi total sorpresa, cuando decido levantar mi rostro, veo la más débil de las sonrisas dibujar el rostro de mi vecino. Maldita seas Jenny. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD