Capítulo 4

3241 Words
―Hay días en los que te extraño más. Siempre pienso en cómo sería nuestra vida si siguieras con nosotros, si hubiésemos formado una familia con nuestro pequeño, ¿tendrías miedo todavía de amarme? ¿De amarnos? ―habló Marcos ante la tumba de su ex mujer―. Yo sé que cuando te fuiste me dijiste que debía volver a amar y ser feliz, pero no sé si podré. ¿Sabes? Ayer conocí a una chica, Maybe se llama, es muy linda y, quizá no debería decirte esto, pero me gustó en cuanto la vi. El problema es que hay dos problemas... ―Sonrió con vergüenza ante sus propias palabras―. Uno, es que ella es de la ciudad, está estudiando ingeniería comercial y quiere ser una gran empresaria, por lo que dudo mucho que quiera estar con un huaso bruto como yo, que ni siquiera terminé el colegio; además, creo que ser madre no está en sus planes, mucho menos ser la madre de un niño ajeno. El segundo problema es que, aunque me gustó, no pude sacarte de mi cabeza; a ratos lograba concentrarme solo en ella, pero en otros... En otros hasta me sentía culpable de sentirme atraído a ella. Tú eres la madre de mi hijo y la mujer que más he amado, no creo que pueda amar a otra como te amo a ti; con todos tus defectos, con todos tus problemas y con todo lo hermosa que eras conmigo, cuando estábamos juntos, cuando te mostrabas tal como eras. Te amo, te amo y no sé si podré volver a amar. Yo sé que debo hacerlo. Yo sé que debo olvidarte, y a veces hasta creo que lo estoy logrando, pero ahora no sé, no sé si deba. Me siento culpable de amarte y no quiero dejar de hacerlo. Marcos se quedó en silencio un rato. Pensaba en tantas cosas, por su mente pasaban tantos recuerdos, algunos felices, algunos dolorosos... De pronto, su rostro se iluminó con una sonrisa irónica. ―¿Sabes quién estuvo en la casa hoy? Rosa Robles. Según ella, Carlos Gómez la quiso abusar. ¿Lo puedes creer? Yo no sé qué habrá pasado allí, pero me parece muy raro que justo Carlos la hubiese querido abusar, sobre todo después de lo que le pasó a su hermana, hasta a ti te defendió muchas veces, no me cuadra que él haya querido hacer algo así. Voy a ir a hablar con él a ver qué me dice. Tengo muchas dudas de que la historia sea como la cuenta ella, además, no sé por qué fue a buscarme a mí si tiene padres y hermanos que la pueden defender. Yo creo que no quiere que ellos sepan lo que de verdad pasó, y peor, yo creo que ella quería que yo la recibiera en la casa para meterse en mi cama, ya sabes que siempre ha querido que caiga en sus brazos, incluso de antes que naciera Camilito. Yo sé que a ti nunca te cayó muy bien, así que a ver si me echas una manito para sacarla del camino, mira que hasta estaba dándoselas de casi esposa mía y se estaba adueñando de Camilito, como si él fuera su hijo. Por supuesto, la detuve en seco, pero creo que quiere seguir hinchando y ya estoy harto de ella. Otro silencio, que hizo más pesado el camposanto. Camilo jugaba concentrado con el pasto, sobre la tumba de su madre, la que tenía una linda fotografía de Marcos y Teresa, una que se tomaron en un paseo que hicieron a Constitución, solos los dos, sin las miradas de censura de nadie del pueblo, los que no veían con buenos ojos la relación de ambos.   ―Mi madrina me dice que te visito muy seguido, que a ti no te gustaría esto, si es así, dame una señal, por favor, amor mío; a mí me gusta venir a verte, hablar contigo, no tiene nada de malo, ¿o sí? Mira a nuestro bebé, él juega feliz en tu regazo. La imagen de ella sosteniendo a su bebé le provocó un inmenso dolor, pues Camilito debía estar jugando con su madre viva y no en el cementerio. Un doloroso quejido, de parte del padre, hizo que el niño, concentrado en atrapar una mariquita, se asustara y se largara a llorar. El padre lo tomó en brazos para consolarlo. ―Ya, campeón, ya, perdón. El niño se calmó enseguida, sin embargo, apoyó su carita en el pecho de su papá, todavía asustado. ―Ya pasó, campeón, no pasa nada. Es tu papi que a veces se siente muy solo. El niño se quedó en silencio, solo un suspiro emanó de sus labios, como si hubiese sabido que contra el dolor de su padre no había nada que hacer. ―A veces siento que estoy dejando partir a tu mamá, y no quiero. No quiero olvidarme de ti, Teresa, ¡no quiero! En ese momento, fue el hombre quien largó su llanto y, como si permanecer en ese lugar le hiciera daño, se levantó y caminó hasta la camioneta. Sentó al niño en la sillita, no obstante, los cinturones no cerraban, sus manos estaban temblorosas, sus ojos apenas podían ver algo con las lágrimas que nublaban sus ojos. Frustrado, dejó caer las huinchas. Tomó mucho aire para calmarse. Se sentía enojado, desesperado. Y no le gustaba sentirse así. ―¿Pa-pá? ―balbuceó el niño con algo de susto al ver a su padre así. ―Me está costando mucho vivir sin tu mamá. Al menos, mientras vivía, aunque no fuéramos pareja, de algún modo estábamos juntos y siempre tenía la esperanza de poder asegurarle que conmigo estaría bien, que podríamos estar juntos. Pero ahora... ―Ma-má. El hombre tomó de nuevo a su niño en brazos, sentirlo junto a él, tan pequeño, tan vulnerable, lo hacía sentir más perdido aún. Marcos dejó salir todo su llanto, abrazado a su bebé. Una suave brisa desordenó el pelo del hombre, a quien le pareció sentir a teresa en ella. ―Teresa... ―musitó, sorprendido, en todos esos meses, nunca la había sentido así. ―Sé feliz, ama otra vez, a tus puertas tienes una nueva oportunidad ―le susurró la voz en el viento. ―No quiero ―protestó―. No quiero darle otra mamá a nuestro bebé, quiero que para él y para mí tú seas la única. ―Pa-pá ―habló el niño y le tocó la cara para hacer que lo mirara. ―Tu mamá te amaba, ¿sabes? Ella te amaba mucho. Te ama mucho todavía. ―¿Ma-má? ―preguntó el niño sin entender. ―Sí, campeón, mamá. La suave brisa los envolvió a ambos, como un maternal abrazo. ―Nunca los dejaré ―escucharon ambos con claridad, el niño buscó de dónde procedía la voz. ―Ma-má ―dijo el pequeño. ―Te amo, hijo ―le dijo ella. ―Mamo ―respondió el niño, sus puros ojos pudieron ver de forma clara a su madre. ―Teresa... ―Déjame ir de tu vida y sé feliz. ―Siempre te voy a amar. ―Lo sé, pero lo harás de un modo diferente. Debes amar de nuevo. ―No me dejes ―suplicó él con dolor en su voz. ―Nunca te dejaré, pero debes dejarme ir, tu dolor no me deja descansar, llevo el peso de tus lágrimas en mi alma como un plomo que no me deja partir. Marcos sintió su alma desgarrarse tanto o más que cuando ella se fue de este mundo. Volvió a la tumba con su hijo y se dejó caer en el pasto. Colocó al niño de nuevo en el suelo, donde con su manita acarició la fotografía de su mamá. ―Digámosle adiós a la mamá, campeón, necesita descansar, dormir. ―Su voz se quebró al decir aquellas palabras. No pudo continuar y se acostó sobre la tumba un buen rato. La brisa acarició su cabello. ―Te amo y siempre te amaré. Descansa, amor, yo cuidaré de nuestro hijo. Duerme, pequeña ―susurró, dolido. El niño se durmió con la fotografía de su mamá en sus manitos. El hombre continuó llorando un rato, pero pronto se durmió también por cortos cinco minutos. Abrió los ojos y se dio cuenta que seguía allí y que debía despedirse. Era una despedida muy triste para él. Se levantó y le quitó la fotografía a su hijo para dejarla en su lugar y luego lo tomó a él. Camilito no hizo amago de despertarse. ―Vamos, campeón, vamos, que ahora la mamá va a poder descansar. Adiós, amor, ya no vendré tan seguido, pero no me pidas que no vuelva más. Te amo. Descansa. El hombre lanzó un beso hacia la tumba y volvió a su vehículo. Acostó al niño en su sillita y la ató sin dificultad. Lo contempló un momento y luego se subió al asiento del piloto; desde allí observó el lugar donde yacía su ex mujer, algo había sentido diferente, como si la llaga de su herida se hubiese cerrado. Le dolía, sí, pero no como hasta hacía un rato. Quizá, cuando durmió, Teresa había sanado su corazón, pensó, pero de inmediato sacudió la cabeza, se sintió un tonto por creer en esas cosas... aunque lo que acababa de vivir, no había sido un sueño.   Dos días pasaron en los que Marcos no quiso ir a casa de don Enrique, no quería ver a Maybe. Al tercer día, volvió al cementerio, solo. Esperaba sentir, de nuevo, a su mujer en el viento, pero nada. Solo silencio y soledad encontró en ese lugar. Pasó a visitar a sus padres, los extrañaba demasiado, se habían ido muy pronto y le hacían falta. Mucha falta. Volvió a trabajar, eso era lo único que lograba apartar de su mente todo lo malo. Una vaca lo empujó con fuerza y lo tiró al suelo. Fue su culpa, no estaba pendiente de lo que hacía. Sacudió la cabeza, enojado. Sus hombres no fueron capaces de decir nada, hacía mucho tiempo que no veían a su patrón así de frustrado. Marcos alzó la cabeza y vio las miradas de reproche y lástima en sus empleados y amigos. Tomó su sombrero del suelo y salió de allí. Miró su reloj, eran apenas las diez y ya su día estaba mal.   Maybe abrió los ojos a desgano, no quería despertar, cada día le costaba más levantarse; lo que deseaba era quedarse en la cama por el resto de su vida. No entendía muy bien por qué se sentía así; ella no era una mujer floja, mucho menos tristona, al contrario, a ella le gustaba levantarse temprano, hacer sus cosas rápido, le gustaba tener tiempo para todo. Además, ella no era una mujer deprimida, al contrario, los sentimientos de tristeza no entraban en su vida. Sin embargo, en ese momento, no tenía ganas siquiera de comer. Su mente la llevó al día anterior, cuando se escapó de Hernán, el pololo de su amiga, ¿cómo fue posible que no pudieran prever que ese hombre era un maldito? Claro que no podían darse cuenta, su amiga estaba demasiado enamorada y no veía defectos en él; y ella, ella lo sabía, pero no fue capaz de ser más dura con su amiga para que viera la clase de hombre que era ese tipo. Y se sentía culpable, claro que sí, ella debió haber hecho algo antes de llegar al extremo que llegó. El sonido de su celular, con un mensaje entrante, la hizo saltar. Lo miró unos segundos, no estaba segura de contestar, por el ringtone no era nadie conocido, pues todos sus contactos y grupos tenían timbres distintivos para saber, sin mirar, quién la estaba hablando. Se sentó en la cama, todavía dudando si verlo o no, tenía miedo de que fuera el psicópata ex de su amiga. Finalmente, lo tomó y lo vio.  “Sé dónde estás, ¿crees que esconderte en “El Terrano” te va a salvar? Te encontré y así como te encontré a ti, encontraré a tu amiga”. Sin pensarlo, Maybe lanzó el teléfono lejos, sin importarle a donde, y dio contra una caja sobre una mesita y provocó un gran estruendo. Pocos segundos después, llegó Trinidad a la habitación. ―¿Qué pasó, niña? ¿Está bien? La joven no fue capaz de contestar. Trini recogió el teléfono que estaba desarmado en el suelo. ―Se rompió ―dijo con algo de lástima. ―No importa ―contestó la joven. ―¿Pasó algo? ―inquirió la mayor y se sentó en la cama al lado de la joven que parecía muy asustada. Maybe la miró con las pestañas humedecidas. ―¿Qué pasó? ¿Tuvo alguna pesadilla? ―volvió a preguntar. ―Me mandó un mensaje ―dijo lacónica. ―¿Qué? ¿Quién? ―El ex de Noemí. Dijo que ya sabía dónde estaba y que, si me había encontrado a mí, no le costaría nada encontrar a Noemí. ―Se lo tenemos que decir a don Enrique. ―No quiero molestar. Lo mejor será que me vaya, si él viene hasta aquí, puede causar muchos problemas por mi culpa. ―Igual hay que decírselo para que esté preparado, si ese hombre quiere venir hasta aquí, va a venir y es mejor que todos lo sepan, no que los pille de sorpresa. ―No debí venir. ―No diga eso, hizo bien hacerlo. Maybe guardó silencio. Ella estaba segura de que ese hombre era peligroso y no quería, ni exponer a los demás, ni enfrentarse a él. ―En la cocina está listo su desayuno ―le indicó la mujer al tiempo que le tomó las manos con cariño―. No se preocupe, estoy segura de que don Enrique la ayudará, aquí nadie la dejará sola. ―Gracias ―respondió la joven y se abrazó a la mamá de su amiga. Maybe suspiró para no llorar. Tenía miedo y sentía que no lo podía ocultar. Ese hombre ya sabía dónde estaba y no descansaría hasta hacerle pagar el haberse metido en su relación con su amiga. Si es que a eso se le podía llamar relación.   &&&   Cerca de las seis de la tarde, llegó Marcos al rancho de don Enrique para saber cómo andaban las cosas en la casa. ―Parece que te hubiera arrollado un tren, hombre ―fue el peculiar saludo del dueño de casa. ―Así me siento ―respondió el recién llegado. ―¿Pasó algo en el fundo? ―consultó preocupado. ―No, no, don Enrique, nada. ¿Y cómo están las cosas por aquí? El hombre resopló enojado y caminó un poco hacia afuera, como si le faltara el aire. ―¿Qué pasó? ―Ese tipo le mandó un mensaje a Maybe, amenazándola; dice saber dónde está. ―Entonces hay que sacarla de aquí. ―Sí, pero ¿adónde? Ella debería volver a su casa con su familia. ―¿Al norte? ―Sí. ―¿Sola? ¿Y si la encuentra en el camino? ―Pensaba enviarla con alguno de mis hombres, se arriesgó mucho por Noemí, no sería justo dejarla ir sin compañía o no preocuparnos de ella. ―Es verdad. ¿Y cuándo se iría? ―No lo sé, pero creo que pronto. Estoy esperando la respuesta de mi abogado respecto a los estudios de las niñas. El año no ha terminado aún y junto con la demanda en contra de ese tipo, mi abogado se está haciendo cargo de todo lo que ellas puedan necesitar. ―No sería gracia que perdieran el semestre a esta altura del año. ―Así es. ―Don Enrique, tiene teléfono ―le anunció María, otra de las empleadas de la casa. ―Gracias. Permiso, muchacho, vengo enseguida. ―Adelante ―respondió Marcos. En tanto el dueño de casa se dirigió a su despacho a recibir la llamada, Marcos se sentó en una de las sillas del pórtico con Camilito que jugaba feliz con un avioncito de juguete. Al rato, apareció Maybe y se quedó mirándolos un rato en silencio, no la habían visto y era mejor así. Marcos jugaba con su hijo, en sus brazos se veía más pequeño de lo que en realidad era, ese hombre era grande y fuerte, lo que contrastaba por completo con la ternura que demostraba al sostener en sus brazos a su hijo. O al mirarla. Camilito fue el primero que la vio. ―Ninna ―dijo y Marcos se volvió a ver a quien hablaba su hijo. ―Hola, ¿hace mucho que estás allí? ―saludó Marcos. ―Hola, no, acabo de llegar ―mintió. ―¿Cómo estás? ―le preguntó Marcos, incorporándose. ―Bien, bien ―respondió ella y se encogió de hombros. ―No lo parece. ―Bueno, no es que tú te veas muy bien tampoco ―se mofó ella. ―No, yo no estoy bien. ―¿Pasó algo? ―Nada nuevo ―contestó él sin querer decirle la verdadera razón de su malestar. ―Ma-má ―le contó Camilito a su manera y Marcos pensó que su hijo era un soplón, sonrió ante su pensamiento. ―¿Qué te pasa? ―inquirió, confundida, la invitada. ―Nada. Mi hijo siempre me hace sonreír ―respondió avergonzado―, habla demasiado para su edad. ―Es que es muy simpático y conversador este pequeño ―halagó y le tomó la mano, la que el niño cogió para echársela a la boca. ―Está sucio ―objetó y quitó su dedo.  Como respuesta, Camilo rio y gorjeó feliz, no le importó que le hubieran quitado su entretención, por el contrario, extendió sus brazos para que su nueva amiga lo tomara. ―Hola, guapo, eres muy coqueto, ¿sabes? Las niñas van a andar locas por ti y tu papá va a tener que espantar a tus pololas con matamoscas.   ―Ojalá tenga más suerte que yo con las mujeres ―comentó Marcos. Maybe lo miró interrogante. ―No creo que no haya una fila de mujeres esperando por ti. ―Aunque no lo creas, no la hay. Maybe se acercó un poco y Marcos acortó el resto de la distancia. ―Yo creo que más de una se debe estar muriendo por ti. ―No en realidad. ―¿Seguro? El hombre posó su palma en la mejilla femenina. ―¿Te gustaría ser la primera en la fila? ―preguntó con la garganta seca. Ella no contestó, sin embargo, cuando Marcos juntó sus labios con los de ella, no se opuso, al contrario, lo aceptó sin reparo. Fue un beso delicado, apenas un roce, pero que ambos lo sintieron íntimo y potente; incluso Marcos, que en su interior sintió culpa por sentir de ese modo con esa joven. Camilo los apartó y le dio un beso a Maybe. ―Creo que nos has conquistado a los dos ―expresó Marcos con una cuota de timidez. La joven sonrió con algo de culpa, a pesar de lo guapo que era ese hombre y lo adorable que era su hijo, ella no quería nada serio con él, ni con nadie. Los dos se miraron, en sus ojos se cruzaron el deseo y la culpa. Por más que se atrajeran, ninguno de los dos estaba listo para iniciar una relación seria. 
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