**STERLING** Nunca pensé que unas rosas pudieran doler. Pero ahí estaba ella, Seraphina, con los dedos delicados rodeando los tallos rojos como si fueran un secreto compartido. Las sostuvo con una reverencia que me hizo arder. No por las flores. Por lo que significaban. Por quién se las había dado. Por cómo las aceptaba. Sentí el calor subir por mi cuello, la mandíbula rígida, los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. No podía apartar la mirada. Ella ni siquiera me vio. O fingió no hacerlo. Y entonces lo vi: Thayer, mi hijo, caminando hacia ella con esa sonrisa que heredó de mí, pero que en él parecía más limpia, más ingenua. Iba a abrazarla. A tocarla. A ocupar un espacio que yo no podía reclamar. Di un paso, vacilante. No sé si con la intención de de

